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26 enero 2021

La evolución de las vacunas: de Edward Jenner a Katalin Karikó

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Han transcurrido 225 años desde que el inglés Edward Jenner (17 de mayo de 1749 – 26 de enero de 1823) administró la que se considera la primera vacuna de la historia, pero un concepto intuitivo de esta protección se remonta varios siglos atrás. Desde el experimento de Jenner el progreso ha sido espectacular, culminando en el desarrollo de vacunas contra la COVID-19 en cuestión de meses. Sin embargo, uno de los avances científicos que más vidas han salvado genera también reticencias, un fenómeno tan antiguo como la primera vacuna.

La referencia más temprana sobre la idea de inmunidad se atribuye al historiador griego Tucídides en el año 430 a.C.: durante una plaga que asoló Atenas se encargaba el cuidado de los enfermos a quienes habían sobrevivido al propio mal, ya que no volvían a padecerlo. En el siglo X médicos chinos experimentaban tomando material de las pústulas de los afectados de viruela para inmunizar a otros. La inoculación o variolización, inyectar por vía subcutánea polvo de las costras de los enfermos, se practicó durante siglos en China, India y África antes de llegar a oídos de la Royal Society a comienzos del siglo XVIII, pero sin generar gran interés. 

En 1716 la escritora y aristócrata inglesa Lady Mary Wortley Montagu supo de la variolización durante una estancia en Turquía. Hizo inocular a sus hijos e introdujo la práctica en Inglaterra, donde inicialmente no cuajó, en parte debido a que un 2-3% de los inoculados enfermaban en lugar de quedar inmunizados. La variolización ganó mayor aceptación a partir de 1721, cuando la princesa de Gales hizo inocular a sus hijas, en vista del éxito previo de los experimentos con presos y niños huérfanos. También fue decisiva la aportación de la campaña de variolización emprendida en Boston por el reverendo Cotton Mather y el médico Zabdiel Boylston.

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El padre de las vacunas

En 1757 recibía su inoculación, como muchos otros, un niño de ocho años: Edward Jenner. Pero el hoy recordado como padre de las vacunas no sería el primero en modificar el procedimiento hacia lo que dio en llamarse vacunación. Desde antiguo existía entre los pastores indios la idea de que las personas infectadas con la versión bovina de la viruela quedaban inmunizadas contra la enfermedad humana, lo que en Inglaterra se conocía al menos desde mediados del siglo XVIII. En 1774 el granjero Benjamin Jesty, que había padecido la viruela bovina, decidió infectar a su familia con material de vacas enfermas, confirmando que esta intervención protegía de la viruela humana. Por fin el 14 de mayo de 1796 Jenner vacunaba a su primer paciente, el niño James Phipps, empleando material recogido de la vaquera Sarah Nelmes. El pequeño no enfermó al ser expuesto después a la viruela. 

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Edward Jenner vacunando a su hijo. Crédito: Wellcome Library

Así, la vacunación ofrecía un método más seguro que la variolización, pero fue Jesty y no Jenner quien primero la aplicó. La contribución esencial de Jenner fue probar que las personas vacunadas eran inmunes a una posterior variolización, además de poner en práctica el método de brazo a brazo, utilizando material de las pústulas de una persona vacunada para inmunizar a otras. Gracias al trabajo de Jenner, la vacunación se extendió por el mundo, si bien aplicarla a otras enfermedades requirió un nuevo avance, ya que en el caso de la viruela la enfermedad bovina proporcionaba un patógeno atenuado, algo que no existía para otras infecciones. 

Fueron Louis Pasteur, Albert Calmette y Camille Guérin quienes entre finales del siglo XIX y comienzos del XX encontraron el modo de atenuar los patógenos tratándolos con métodos físico-químicos o mediante pases sucesivos en cultivo. En 1955 se alcanzó uno de los mayores hitos en la historia de las vacunas por medio de un “esfuerzo colectivo dirigido a derrotar la enfermedad más temida del siglo XX”, según resume a OpenMind el profesor de la Universidad de Pittsburgh Carl Kurlander, productor del galardonado documental The Shot Felt ‘Round the World sobre Jonas Salk y su vacuna contra la polio. En el siglo XIX ya se habían obtenido vacunas contra bacterias muertas; la vacuna de la polio fue la segunda –después de la gripe– creada con un virus inactivado que eliminaba el riesgo de los patógenos atenuados.

El mayor avance de la última década

La atenuación y la inactivación aún se utilizan hoy, pero el desarrollo de la ingeniería genética en los años 70 y 80 abrió el camino a una nueva generación de vacunas sintéticas, desde aquellas que utilizan proteínas u otros componentes hasta las que emplean vectores recombinantes, en muchos casos virus inocuos que actúan como vehículos en los que se introducen partes del patógeno contra el que se quiere inmunizar.

El último gran salto tecnológico comenzó a gestarse en los años 90 gracias a varios investigadores, entre los que destacan la bioquímica húngara Katalin Karikó y el inmunólogo estadounidense Drew Weissman. Consiste en introducir en el organismo las instrucciones, en forma de ARN mensajero (ARNm), para que sea el propio cuerpo el que fabrique su vacuna, el antígeno que estimula la respuesta inmune. Aunque las nuevas plataformas de vacunas pueden adaptarse a virus emergentes, las de ARNm son tan manejables y versátiles que permiten crear una vacuna en apenas semanas, como han demostrado las compañías Moderna y BioNTech-Pfizer contra la COVID-19. “Las vacunas de ARNm son el mayor avance de la última década y una parte inmensa del futuro de las vacunas”, señala a OpenMind el especialista en enfermedades infecciosas de la Universidad de Virginia William Petri.

Las plataformas de ARNm son tan manejables y versátiles que permiten crear una vacuna en apenas semanas. Crédito: U.S. Secretary of Defense
Las plataformas de ARNm son tan manejables y versátiles que permiten crear una vacuna en apenas semanas. Crédito: U.S. Secretary of Defense

Pero no solo ha progresado la tecnología de las vacunas; también los procesos para garantizar su seguridad y eficacia. En tiempos de Jenner, cuyo experimento hoy se consideraría intolerable, una proporción apreciable de los vacunados moría. Esta fue una de las razones que impulsaron las primeras corrientes antivacunas, pero no la única; también se criticaban el enriquecimiento de los médicos y la vacunación obligatoria como forma de control gubernamental, sobre todo de las clases más pobres. Los dibujos satíricos de la época mostraban personas vacunadas a quienes les crecían partes corporales de vaca, y los comentarios contra las vacunas proliferaban en forma de cartas al director en los periódicos.

Hoy son las redes sociales las que propagan ese persistente sentimiento contrario a las vacunas, pese a los inmensos avances desde los tiempos de Jenner. En la actualidad “es posible desarrollar vacunas rápidamente en el contexto de un brote epidémico, pero este desarrollo se apoya en la ciencia existente, como hemos visto con la COVID-19, y por tanto no deberíamos pensar que se ha hecho a toda prisa”, apunta a OpenMind la socióloga de la salud Samantha Vanderslott, del Grupo de Vacunas de la Universidad de Oxford. 

La comunicación, la transparencia y la gestión competente serán esenciales para promover la confianza en las vacunas en un momento histórico especialmente delicado, porque la aceptación de las vacunas aún es frágil, señala Vanderslott. En resumen y como sentencia a OpenMind el profesor emérito de farmacología de la Universidad de Pittsburgh Randy Juhl, coartífice del documental sobre Salk y la vacuna de la polio, “la historia sugiere que la ciencia, por grande que sea, es solo el comienzo de la implantación en una población dividida”. 

Javier Yanes

@yanes68

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