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17 noviembre 2022

Animales Lázaro: especies que volvieron de la extinción

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Cada cierto tiempo la naturaleza se empeña en desafiar a los biólogos y naturalistas con la reaparición de criaturas desaparecidas siglos atrás, sentenciadas por una catástrofe natural o directamente catalogadas de fantásticas. Animales que, como Lázaro, resucitan ante nuestros ojos. Esta galería presenta algunas de las resurrecciones más sonadas.

TORTUGA GIGANTE DE FERNANDINA

El explorador Rollo Beck descubrió en 1906 una nueva especie de tortuga gigante terrestre, la Fernandina, que recibió su nombre de la isla de las Galápagos. Crédito: Wikimedia Commons.

El explorador Rollo Beck descubrió en 1906 una nueva especie de tortuga gigante terrestre, la Fernandina, que recibió su nombre de la isla de las Galápagos. Crédito: Wikimedia Commons.

Cuando en 1906 el explorador Rollo Beck desembarcó en la isla Fernandina, en el archipiélago de las Galápagos, descubrió una criatura de fantasía: una tortuga gigante terrestre que invitaba a ser cabalgada debido a la pronunciada forma de silla de montar que exhibía la parte superior de su voluminoso caparazón. Tras ser capturado y matado, el espécimen pasó a formar parte de la colección de la California Academy of Sciences, donde se ha conservado desde entonces. Nunca más se tuvo constancia de la presencia de estas tortugas en Fernandina, por lo que durante muchos años se pensó que se trataba de un capricho de la naturaleza, un ejemplar excepcional que había alcanzado la isla, arrastrado a la deriva por una tormenta, o abandonado allí por navegantes o habitantes de alguna isla vecina. Aunque el descubrimiento, primero en 1964 y, posteriormente, en 2014, de excrementos de tortuga en la isla mantenían vivo el misterio.

La intriga se resolvió finalmente en 2019, cuando otra tortuga gigante fue descubierta. Un hallazgo tan inesperado que incluso sus responsables lo pusieron en cuarentena, cuestionando si realmente era otro ejemplar de la mítica especie o bien una tortuga de alguna de las especies presentes en las islas vecinas que había alcanzado la costa fernandina de forma accidental. Pero la comparación de su ADN con el del espécimen conservado en el museo y el de otras trece especies de tortugas gigantes de las Galápagos confirmó que se trataba de la tortuga gigante de Fernandina (Chelonoidis phantasticus). La nueva tortuga, bautizada como Fernanda, es una hembra de unos 50 años de edad que actualmente reside en el Centro de cría del Parque Nacional de las Galápagos.

Insecto palo de la isla de Lord Howe

En 1930 se asumió que el insecto palo había sido exterminado. Crédito: Granitethighs

El insecto palo de Lord Howe (Dryococelus australis) fue descubierto en el siglo XIX cuando la isla que le da nombre, situada en el mar de Tasmania, a unos 600 Kilómetros de la costa este de Australia, se convirtió en asentamiento ballenero. Casi en el mismo momento en que las ratas de los barcos accedían a tierra firme y comenzaban a diezmar la población de este “imponente” fásmido, de 15 centímetros de longitud y 25 gramos de peso.

En 1930 se asumió que el insecto palo había sido exterminado. Sin embargo, en 1964 unos alpinistas encontraron el cadáver de un presunto ejemplar del mismo en la Pirámide de Ball, un escarpado islote a 23 Kilómetros de la isla. Y en 2001, una expedición conseguía localizar 24 ejemplares vivos.

Dos parejas reproductoras fueron trasladadas al Zoo de Melbourne, donde en 2012 ya había 9000 descendientes prestos para su reintroducción en la isla, una vez que se confirmase que el Dryococelus del islote era la misma especie que el de Lord Howe. Esto se comprobó recientemente por comparación del material genético de los nuevos ejemplares con el de los especímenes recolectados por naturalistas del XIX y presentes en las colecciones de museos.

AUTILLO RAJÁ DE BORNEO

BBVA-OpenMind-Barral-8 animales lazaro_3 El diminuto autillo rajá de Borneo, considerado una subespecie emparentada con la de Sumatra, no se había avistado desde 1892. Crédito: Wikimedia Commons

El diminuto autillo rajá de Borneo, considerado una subespecie emparentada con la de Sumatra, no se había avistado desde 1892. Crédito: Wikimedia Commons

A finales del s. XIX, los bosques húmedos de montaña de la isla de Borneo, en el archipiélago malayo, todavía estaban habitados por una subespecie de autillo, el autillo rajá. Lo sabemos gracias a un único ejemplar avistado en 1892. Desde entonces, nada, por lo que hace décadas que se le consideraba extinto. Hasta que en el año 2021, investigadores del Smithsonian Migratory Bird Center anunciaron que habían conseguido avistar y fotografiar otro ejemplar.

Con sus apenas 100 gramos de peso, el diminuto autillo rajá de Borneo (Otus brookii brookii) —que debe sus nombres, el común y el científico, al rajá de Sarawak James Brooke—, está directamente hermanado con el algo menos elusivo autillo rajá de Sumatra. Y aunque, oficialmente, ambas aves son consideradas subespecies, algunos expertos —entre ellos sus redescubridores— apuntan a que se trata de especies distintas, atendiendo a las diferencias que exhiben. Precisamente estas diferencias son fruto de la especiación, un fenómeno típico de archipiélagos como el malayo y propiciado por el aislamiento que experimentan las poblaciones de cada isla.

Celacanto

En 1938 la conservadora del Museo de Historia Natural de Sudáfrica descubrió ejemplares de celacanto inusualmente frescos entre las capturas de un pescador local. Crédito: BrokenSphere

A partir del registro fósil existente, se consideraba que los celacantos constituían un orden prehistórico de peces óseos. Una rama lateral extinta del linaje de los vertebrados —próxima, aunque separada, de la que conducía al ancestro común de todos los tetrápodos, incluido el ser humano— y que habría poblado los mares del planeta durante el Cretácico, antes de desaparecer hace 65 millones de años, durante la gran extinción que acabó con los dinosaurios.

Pero en 1938 la conservadora del Museo de Historia Natural de Sudáfrica, Marjorie Courtneay Latimer, descubría ejemplares de celacanto inusualmente frescos entre las capturas de un pescador local. La especie fue bautizada como Latimeria chalumnae, y aunque se trataba de un género distinto al de los fósiles existentes, formaba parte del orden de los celacantos.

Pero las sorpresas no habían acabado. En 1997, nuevos ejemplares eran capturados en la costa de Sulawesi, en aguas de Indonesia, muy lejos del océano Índico y las islas Comoros, en las que habían pescado los peces sudafricanos. El análisis genético constató que se trataban de dos subespecies distintas que se habrían escindido y diferenciado hace millones de años. Por lo que actualmente existen dos variedades de este fósil viviente: el inicial, del Índico occidental, y el más reciente celacanto indonesio (Latimeria menadoensis).

RATÓN DEL MONTE PINATUBO

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El ratón de Pinatubo no solo sobrevivió a la erupción volcánica de 1991, sino que se ha convertido en la especie predominante de la isla filipina de Luzón. Crédito: Field Museum

En 1991 la masiva erupción del Pinatubo —la segunda más potente del s. XX— en la isla filipina de Luzón, escupió toneladas de lava, polvo y cenizas que arrasaron el entorno de la caldera y lo sepultaron bajo una capa de decenas de metros de espesor. Los posteriores tifones y monzones que azotaron la zona sacudieron el terreno y provocaron corrimientos de tierras. Todo ello destruyó por completo los bosques que cubrían las laderas y que, transcurridos 30 años, apenas han comenzado a recuperarse.

Esta concatenación de catastróficos eventos sentenciaron, a ojos de los biólogos, a la flora y fauna endémica de la zona, entre la que se contaba el ratón del Pinatubo (Apomys sacobianus). La pervivencia de este pequeño roedor, descubierto en 1962 en el entorno de la caldera, había quedado en entredicho ante la prolongada ausencia de avistamientos. Sin embargo, la reciente campaña efectuada para estudiar la fauna superviviente ha constatado que el ratón del Pinatubo sigue vivo y coleando. Y no solo eso, sino que, en ausencia de competencia, ha proliferado hasta convertirse en la especie más presente, evidenciando de este modo sus dotes de escapista y superviviente.

Petrel de las Bermudas

En torno a 1620 el petrel de Bermudas se consideró extinguido, un estatus que conservó hasta que en 1951. Crédito: n88n88

Hubo un tiempo en el que el petrel de las Bermudas o cahow (Pterodroma cahowera tan abundante en esta isla del Atlántico Norte que los primeros navegantes europeos que la alcanzaron, a finales del siglo XVI, la bautizaron como isla de los demonios y la rehuían por el miedo que les inspiraban las sonoras llamadas de apareamiento de estas aves marinas. No obstante, pronto descubrieron que los responsables eran, en realidad, un potencial alimento, fácil de cazar y con sus huevos al alcance de la mano, al anidar a ras de suelo.

También lo averiguaron los animales domésticos que introdujeron en la isla. Así, en torno a 1620, el petrel de Bermudas se consideró extinguido, un estatus que conservó hasta que, en 1951, se redescubrió una pequeña colonia integrada por 18 parejas reproductoras en 4 islotes rocosos vecinos, de apenas una hectárea de extensión total.

Desde entonces, los esfuerzos por recuperar al petrel  constituyen una oda a la supervivencia. Han tenido que superar desde huracanes y tsunamis, que asolaron los islotes, hasta la contaminación lumínica de una base de la NASA que durante años interfirió en los rituales de apareamiento nocturno. Pese a ello, la población de petreles ha aumentado de 18 a más de 90 parejas reproductoras en tres generaciones.

Almiquí

Se cree que una mínima población de almiquís sobrevive en la región oriental de Cuba. Crédito: Gerardo Begué Quiala

El almiquí o solenodon cubano (Solenodon cubanus) es un pequeño y primitivo mamífero caracterizado por un hocico alargado a modo de trompa y por producir una saliva venenosa, algo muy inusual en los mamíferos. Con su veneno puede matar pequeños lagartos, ranas, aves o incluso roedores.

A tenor del registro fósil, se considera que especies del género Solenodon habitaron gran parte de América hace unos 30 millones de años. En lo que respecta al almiquí, endémico de Cuba, se cree que en la época precolombina aún poblaba toda la isla, pero con la llegada de los conquistadores españoles y la introducción de ratas y animales domésticos que competían con él y/o lo depredaban, su número habría declinado rápidamente.

En 1861 el solenodon cubano fue descubierto para la ciencia por el naturalista alemán Wilhem Peters. Desde 1890 hasta los 1970 no se identificaron más ejemplares. Y cuando ya los científicos se habían resignado a darlo por extinto, ente 1974 y 1975, fueron capturados tres nuevos especímenes. Entonces volvió a desaparecer. Hasta que, en 2003, cuando otra vez se asumía su extinción, un nuevo ejemplar fue atrapado por un campesino cubano.

Actualmente se cree que una mínima población de almiquís sobrevive en la región oriental de la isla, en lo más recóndito de la Sierra de Cristal y el Parque Nacional Alejandro de Humboldt.

Takahe

En la actualidad hay cerca de 440 ejemplares de takahe. Crédito: neil.dalphin

La historia del calamón takahe (Porphyrio hochstetteri) podría haber sido la de otras aves propias de la fauna neozelandesa como los moas. Se cree que sus ancestros alcanzaron volando Nueva Zelanda desde Australia hace millones de años. Instaladas en el nuevo territorio y ante la ausencia de depredadores naturales fueron aumentando de tamaño al tiempo que perdían su capacidad de vuelo.

Esta circunstancia iba a suponer su sentencia, al convertirse en un alimento tan accesible como sabroso, con la llegada, primero, de los exploradores polinesios y, ya en el siglo XVIII, de los colonos europeos y sus animales “importados”: ratas, gatos, perros, cerdos, ovejas, ciervos… Esto causó un drástico declive en su población y en 1898 fue declarado extinto.

Sin embargo, y a raíz de presuntos avivamientos, en 1948 se organizó una expedición a las Montañas Murchison que llevó al redescubrimiento del takahe en las proximidades del apartado lago Te Anau. Desde entonces los esfuerzos por recuperarlo han dado sus frutos y en la actualidad hay cerca de 440 ejemplares.

Miguel Barral

Nota del editor: artículo actualizado el 17 de noviembre por Miguel Barral

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