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08 noviembre 2017

Carl Sagan, el defensor del pensamiento crítico

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“Mis padres no sabían casi nada de ciencia. Pero al iniciarme simultáneamente al escepticismo y hacerme preguntas, me enseñaron los dos modos de pensamiento fundamentales para el método científico”. Así recordaba su niñez el astrónomo, astrofísico y cosmólogo Carl Edward Sagan (1934-1996), uno de los mayores divulgadores científicos de la historia, quien a través de su serie de televisión Cosmos, en los años 1980, convirtió la ciencia en parte de la cultura de masas. Contagió a más de 400 millones de telespectadores su pasión por la astronomía y trató de inculcarles el poder de la lógica para el pensamiento escéptico.

A Carl Sagan le fascinó siempre el misterio de la vida en el Universo. Crédito: NASA/Cosmos Studies

Desde pequeño, a Sagan le fascinó el misterio de la vida en el Universo. Como investigador, comenzó su carrera en el Laboratorio de Propulsión a Chorro (JPL) de la NASA, donde contribuyó a la misión de la sonda Mariner 2 que llegó a Venus en 1962 y confirmó las predicciones científicas de Sagan de que era un planeta seco con un calor abrasador. A pesar de su carácter de científico escéptico y riguroso, muchas de sus primeras publicaciones fueron sobre exobiología y en varias ocasiones especuló sobre la vida en Venus, Marte, Júpiter e incluso la Luna. Sagan no se autocensuraba a la hora de hacerse preguntas, aunque luego se diera cuenta de que sus hipótesis eran infundadas.

Su interés en refutar la pseudociencia le llevó a organizar dos simposios en la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia (AAAS). El primero, en 1969, trató del estudio de OVNIs. Dos renombrados astrónomos, J. Allen Hynek y James McDonald defendían que los objetos voladores no identificados estaban visitando la Tierra y que, aunque no hubiese suficientes avistamientos para hacer un caso convincente sobre naves extraterrestres, el gran volumen de informes justificaba el examen y estudio del tema.

Carl Sagan con un modelo de la sonda Viking en el Valle de la Muerte. Crédito: NASA/Cosmos Studies

Por el contrario, Sagan enfatizó la poca fiabilidad de los testigos, la ausencia de pruebas físicas y las explicaciones que incluían autoengaños y alucinaciones. Apuntó que no existían casos simultáneos y fidedignos (informados por un gran número de testigos), que eran muy exóticos (no explicables en términos de fenómenos postulados razonablemente) y aplicó el estándar escéptico que más se asocia con su nombre: “afirmaciones extraordinarias requieren niveles extraordinarios de pruebas o evidencias”.

Un “detector de chorradas”

En 1970 Sagan se convirtió en profesor de la Universidad de Cornell, donde dirigió el Laboratorio de Estudios Planetarios y pasó la mayor parte de su carrera, dedicada a la investigación y a mejorar la comprensión pública de la naturaleza de la ciencia. Quería que cada ciudadano tuviese un “detector de chorradas” como defensa ante los farsantes del comercio y la política, así como de la ciencia.

Además de su éxito como divulgador en televisión, ganó el Premio Pulitzer en 1977 por uno de sus primeros libros: Los dragones del Edén, con el que quiso recorrer el camino de la evolución de la inteligencia humana. Y en paralelo siguió buscando el contacto con inteligencias alienígenas mediante los mensajes lanzados en la sonda espacial Pioneer 10 (1972) y en las Voyager (1977), y también a través del Instituto SETI, dedicado a buscar señales de inteligencia extraterrestre analizando las ondas que nos llegan del espacio.

En sus años finales, Sagan hizo las contribuciones más importantes en el combate contra la pseudociencia. En los años 1990, cuando la astrología, el debate sobre abducciones alienígenas, la medicina alternativa y otras terapias New Age se ponían de moda, el cosmólogo utilizó su columna semanal en la revista Parade para desacreditar a los “vendedores de humo” y promover la educación presentando al público los últimos descubrimientos científicos.

La sonda Mariner 2 llegó a Venus en 1962 y confirmó las predicciones de Sagan de que era un planeta seco con un calor abrasador. Crédito: NASA Jet Propulsion Laboratory (NASA-JPL)

Esos artículos sirvieron de base para tres libros finales, sobre todo para El mundo y sus demonios (1995)¸una defensa de la ciencia sobre la irracionalidad. En ese libro, Sagan enumera nueve reglas del pensamiento escéptico:

  1. Confirmar la realidad (independiente de los hechos).
  2. Debatir sobre la prueba con todos los puntos de vista posibles.
  3. No confundir experto y autoridad (“En la ciencia no hay autoridades, como mucho, hay expertos”, decía).
  4. Reconocer que siempre hay más de una hipótesis.
  5. No aferrarse a una hipótesis porque sea la nuestra.
  6. La cantidad numérica es clave para discriminar las hipótesis.
  7. En una cadena de argumentación, todos los eslabones deben funcionar.
  8. Lo más sencillo suele ser lo más probable.
  9. Las proposiciones que no pueden comprobarse ni demostrarse falsas no tienen mucho valor científico.

Hasta sus últimos días, Sagan aplicó esas reglas en su lucha contra la superstición y lo que llamaba “ciencia basura”, instando a la humanidad a mantener el espíritu crítico. “La pseudociencia llena las necesidades emocionales que la ciencia deja insatisfechas”, afirmó. Después de enfrentar durante dos años una enfermedad en la médula ósea, murió de neumonía a los 62 años. El 20 de diciembre de 1996, el cosmólogo se convirtió en polvo de estrellas.

Joana Oliveira

@joanaoliv

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