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Artículo del libro La era de la perplejidad. Repensar el mundo que conocíamos

Neoliberalismo y movimientos antisistema

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Este artículo argumenta que la naturaleza nebulosa del neoliberalismo ayuda a explicar por qué su discurso ha tenido éxito en convencer a tantos de que sus capacidades carcelarias son, de algún modo, representativas de nuestra liberación colectiva. Se rastrea las historias de los movimientos antisistema y las influencias que han moldeado sus trayectorias actuales, desde el ascenso de los movimientos indígenas como el EZLN en México hasta la fuerza global del Movimiento Ocupa. Al estudiar las solidaridades que se están expresando en forma de movimientos anti austeridad y de apoyos a los emigrantes ante los efectos colaterales del neoliberalismo, el artículo insiste en que nuestra capacidad colectiva para implicarnos en acciones directas y en políticas pre figurativas nos permitirán, finalmente, despertarnos de la pesadilla neoliberal.

Introducción

La resistencia al neoliberalismo se ha extendido tanto como el propio neoliberalismo. A medida que el mundo se ve cada vez más atenazado por un orden mundial distópico que considera al mercado como el gran uniformizador de todas las relaciones humanas, hay cada vez más gente dispuesta a contraatacar. La narrativa neoliberal de la igualdad en virtud de la cual «cuando la marea sube todos los barcos flotan» ha quedado hecha añicos por la realidad material de la brecha cada vez más profunda entre ricos y pobres. La intensificación de un estado de seguridad para proteger el statu quo envía un importante mensaje a los partidarios de enfrentarse al desigual reparto del poder que ha provocado el neoliberalismo. Pese a ello, la perspectiva de un fuerte conflicto con la policía y las fuerzas militares empleadas por el Estado para proteger la riqueza de una élite minoritaria entraña un riesgo menor que observar cómo la creciente oscuridad del neoliberalismo consume al planeta. No satisfecha ya con contemplar la puesta de sol, una situación en la que seguir la corriente equivaldría a cometer un suicidio planetario, cada vez más gente se está uniendo para oponerse. A medida que la penumbra se instala y no se vislumbra el final de la pesadilla neoliberal, se reconoce cada vez más que esta situación no puede sino acabar desembocando en un nuevo amanecer. Así, vemos cómo los rayos de esperanza empiezan a entrelazarse a través de un amplio abanico de fenómenos sociales. La resistencia al neoliberalismo se desarrolla en forma de protestas a gran escala que captan la atención de los medios de comunicación de todo el mundo, pero asimismo, y a buen seguro más importante aún, en forma de actos de resistencia cotidianos (Purcell, 2016) en los que la gente sigue organizando su vida de maneras que rompen con la lógica de mercado, volviendo a traer luz al mundo (White y Williams, 2014). La intersección entre lo cotidiano y el espectáculo es lo que marca el momento actual de protesta, en el que la gente está iluminando sus luchas e ilustrando su oposición en diferentes espacios y encuentros mientras reconsidera el mundo en el que vivimos. Desenmascarar las mentiras que los apóstoles del neoliberalismo han urdido no es algo sencillo, pese a lo cual, cuando existe un compromiso de solidaridad, la tarea tiene la virtud de intensificar nuestra propensión al compañerismo y a formas de ser cordiales.

Empiezo este ensayo conceptualizando el neoliberalismo y su carácter cambiante, y planteo que esta naturaleza nebulosa explica, al menos en parte, por qué el discurso ha tenido tanto éxito con sus hechizos y convencido a muchos de que sus capacidades carcelarias son representativas, de algún modo, de nuestra liberación colectiva. Evalúo seguidamente algunos de los movimientos antisistema y las influencias que han ayudado a moldear sus trayectorias actuales, desde el ascenso de los movimientos indígenas como el EZLN en México en la década de 1990 hasta la fuerza mundial del Movimiento Occupy en la década de 2010. A continuación llamo la atención sobre la situación de Camboya, donde la resistencia frente a los desalojos forzosos y el acaparamiento de tierras proporciona un caso práctico dentro de las trayectorias más amplias del nuevo régimen de acumulación del neoliberalismo, y después examino las muestras de solidaridad que constituyen los movimientos contrarios a la austeridad y los apoyos que se están ofreciendo a los refugiados y a los emigrantes producto de los efectos colaterales del neoliberalismo. En la conclusión insisto en que es nuestra capacidad colectiva de involucrarnos en acciones directas y las políticas prefigurativas lo que en última instancia cambiará la marea permitiéndonos despertar de la pesadilla neoliberal contemporánea.

¿Hacia una aldea global armoniosa o hacia el planeta prisión?

El neoliberalismo es un adversario arduo. El concepto es difícil de definir, y su carácter amorfo mientras se expande en nuevos entornos institucionales implica necesariamente una falta de precisión. Con todo, en términos muy amplios, el neoliberalismo se refiere a un conjunto emergente de acuerdos políticos, económicos y sociales que ponen énfasis en las relaciones de mercado, un reajuste del Estado y una mayor responsabilidad individual. En resumidas cuentas, el neoliberalismo representa la extensión de la competencia basada en el mercado a todos los ámbitos de la vida (Crouch, 2011; Mirowski, 2013), un proceso para el que es primordial la construcción de nuevos individuos, caracterizados por unos valores y prácticas sociales que estén en armonía con la lógica de mercado (MacLeavy, 2008). Conforme las personas los van interiorizando, estos valores también empiezan en prácticas de gobierno a escala local, con lo que el neoliberalismo parece encontrarse por doquier (Peck y Tickell, 2002). Aunque da la impresión de ser omnipresente, es importante apreciar las distintas manifestaciones de las ideas neoliberales al aparecer en los proyectos de Estado y en los imaginarios sociopolíticos. El neoliberalismo debería entenderse como un proceso dinámico y que se va desplegando (England y Ward, 2007; Springer, 2011), en lugar de como un proyecto monolítico o de índole paradigmática. El hecho de que el neoliberalismo siga mutando mientras entra en nuevos contextos políticos, sociales, económicos e institucionales ha dado lugar a que muchos analistas hayan visto en la idea de «neoliberalización», en forma de un verbo activo, una representación más adecuada del concepto, en la medida en que reconoce que la hibridación y la transformación son fundamentales. No obstante, esto plantea nuevos desafíos conceptuales, ya que la incapacidad de identificar una versión «pura» del neoliberalismo conlleva que, en lugar de ello, tenemos una serie de mezclas diferentes desde el punto de vista geopolítico (Peck, 2004). Por consiguiente, nos encontramos una vez más con dificultades a la hora de precisar qué significa realmente el «neoliberalismo». Así, aunque quizá nos sintamos inclinados a referirnos en trazos gruesos a la resistencia frente al neoliberalismo en los casos en que la propia palabra pueda servir como una consigna política incitadora del cambio deseado, no podemos presuponer que todos los participantes de cualquier protesta o movimiento social estén necesariamente en sintonía con los mismos problemas o que busquen los mismos resultados.

El neoliberalismo representa la extensión de la competencia basada en el mercado a todos los ámbitos de la vida

A pesar de las variaciones, uno de los principios clave del neoliberalismo es que al parecer aboga por una nivelación del campo de juego, donde mediante la asignación de todas las interacciones sociales, las conexiones políticas y las transacciones económicas a las relaciones de mercado, cada persona tiene las mismas oportunidades para mejorar su estatus. Este argumento se planteó quizá de forma más explícita en la obra The World is Flat. A Brief History of the Twenty-first Century, de Thomas Friedman (2005), que nos reduce sin complejos a «leones» y «gacelas» en la sabana del capitalismo, donde podemos decidir matar o ser matados. Lo que brilla por su ausencia en estos análisis tan populares es el hecho de que las condiciones sistémicas del empobrecimiento (Bush, 2007), el racismo (Roberts y Mahtani, 2010), la discriminación por razón de sexo (Kingfisher, 2013) y otras formas de marginación social significan que nunca hemos disfrutado de igualdad de oportunidades. Ignora, además, el hecho de que un sistema que crea ganadores y perdedores verá como quienes destacan en la cúspide intentarán, inevitablemente, manipular la estructura a fin de consolidar su estatus dentro de la élite (Rapley, 2004). En otras palabras, Friedman y la gente de su cuerda carecen de una teoría del poder, cuando en realidad el neoliberalismo está fundamental e indisociablemente vinculado a él (Springer, 2016c). Por consiguiente, y hay multitud de ejemplos al respecto, podemos ver que el neoliberalismo no nos ha dirigido hacia una «aldea global armoniosa», sino que en lugar de ello se presta a un amplio sistema de pobreza que condena a los pobres, tanto metafórica como materialmente, a través de su lógica carcelaria (Schept, 2015; Wacquant, 2009). Quienes no logran alcanzar la cúspide social son sospechosos, no solo por su supuesta falta de responsabilidad a la hora de dar cuenta de su propia vida y su bienestar, sino también por la amenaza que representan a la revelación de la mentira que nos están vendiendo a todos, a través de su presencia en los espacios públicos. El encarcelamiento se convierte entonces en un medio clave para gestionar las sociedades que se encuentran bajo el dominio neoliberal, en las que somos testigos de la fuerte criminalización de las personas sin hogar y de una vigilancia policial más intensa en los espacios urbanos para asegurarse de que la gran fachada neoliberal permanezca intacta (Cloke et al., 2011). No se puede permitir que la pulcra narrativa neoliberal se vea afectada por individuos que no se adaptan a la buscada condición de súbditos que sean «buenos consumidores», con lo que un violento orden de seguridad, vigilancia y claro autoritarismo define cada vez más al neoliberalismo (Bruff, 2014; Springer, 2009). Al considerarlo desde este prisma, debería quedar claro por qué los movimientos antisistema han surgido como respuesta directa al neoliberalismo y a la amenaza que supone para nuestro bienestar colectivo. Cuando todo, desde nuestro trabajo hasta los recursos naturales del planeta, queda reducido a una relación puramente mercantil, el terror del neoliberalismo se convierte en algo muy real (Giroux, 2005).

Influencias y expresiones antisistema

Aunque los movimientos antisistema tienen unas raíces históricas profundas, a la encarnación actual del capitalismo en forma del neoliberalismo podemos contraponerle el denominado «movimiento antiglobalización», a veces llamado «movimiento alterglobalización» o «movimiento por la justicia global». Los distintos movimientos de este gran movimiento comparten una temática general que se alinea claramente con una trayectoria antineoliberal. El tema principal es la oposición a las grandes corporaciones multinacionales y a la falta de regulación de sus actividades, especialmente en lo tocante a los acuerdos comerciales desfavorables y a la maximización de beneficios sin tener en cuenta la seguridad en el puesto de trabajo, las relaciones y compensaciones laborales inadecuadas, la devastación medioambiental y el respeto por la soberanía nacional y la autoridad legislativa (Ayers, 2004). Los activistas no tienen pues, necesariamente, una actitud antiglobal, sino que más bien abogan por unas relaciones mundiales más democráticas e igualitarias en que se respeten y favorezcan los derechos humanos, el comercio justo y el desarrollo sostenible (Epstein, 2001). Hacia principios de la década de 1990, el neoliberalismo ya se estaba asentando firmemente en la política y las prácticas de muchos estados, siguiendo la senda marcada por las reformas que Margaret Thatcher y Ronald Reagan habían puesto en práctica en el Reino Unido y los Estados Unidos de América, respectivamente (Harvey, 2007). La propuesta de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) de reducir las barreras al comercio por medio del Tratado Multilateral sobre Inversiones, firmado en 1995, fue el catalizador para la oposición explícita al neoliberalismo. La intensa vigilancia de la opinión pública y las protestas generalizadas en los países afectados condujeron a que el tratado fuera abandonado en 1998, pero esto no supuso el fin del neoliberalismo ni de la resistencia ante sus efectos. Hacia esta época, el EZLN se estaba volviendo muy activo en México (Stahler-Sholk, 2007) y el Movimiento de Trabajadores Sin Techo de Brasil estaba creciendo (Boito, 2007), mientras que los Narmada Bachao Andolan estaban redoblando su oposición en la India (Chandra y Basu, 2014). Cada uno de estos movimientos expresaba una clara oposición a la por entonces afianzada lógica del neoliberalismo, organizándose de formas que buscaban no solo socavar la influencia de las políticas neoliberales, sino también expresar nuevas formas de comunidad y solidaridad que rompieran con un enfoque de la organización social basado en un mercado competitivo.

BBVA-OpenMind-Libro 2018-Perplejidad-Springer-Manifestacion-Wallstreet-Manifestación convocada por Occupy Wall Street en Manhattan, Nueva York. La pancarta improvisada hace referencia al lema político «We are the 99%», que alude a la gran mayoría de la población estadounidense frente a la mínima parte de la población más rica.
Manifestación convocada por Occupy Wall Street en Manhattan, Nueva York. La pancarta improvisada hace referencia al lema político «We are the 99%», que alude a la gran mayoría de la población estadounidense frente a la mínima parte de la población más rica.

La década de 1990 culminó con la mayor movilización del movimiento hasta esa fecha: cuarenta mil personas organizaron una fuerte protesta en las calles de Seattle como respuesta a la reunión de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en esa ciudad (Smith, 2001). Empezó el 30 de noviembre, se prolongó tanto como lo hizo el encuentro, hasta el 3 de diciembre, y los manifestantes se enfrentaron a la policía, con un saldo final de más de seiscientas detenciones. La ciudad fue sometida a la ley marcial y se impuso el toque de queda, haciendo que la «batalla de Seattle» apareciera en la escena mundial al tiempo que la cobertura por parte de los medios se intensificaba. Seattle ha pagado desde entonces más de 200.000 dólares a raíz de los acuerdos alcanzados tras las demandas judiciales presentadas contra la policía municipal por agresiones y detenciones arbitrarias. Los manifestantes emplearon tácticas del llamado «bloque negro», desarrolladas por primera vez en Europa en la década de 1980, y fue la primera vez que se usaron a tan gran escala en Norteamérica (Dupuis-Déri, 2014). Las acciones contra corporaciones como Old Navy, Starbucks y otras multinacionales del comercio minorista forzaron a los medios a responder. Antes de este suceso, la «antiglobalización» estaba prácticamente ausente de los reportajes de los medios estadounidenses, pero esta vez las manifestaciones provocaron que algún alma candorosa buscara saber por qué alguien querría oponerse a la OMC. Los medios estaban perplejos y desconcertados, y las tergiversaciones fueron abundantes. El New York Times publicó finalmente una retractación en relación con una crónica que afirmaba que los manifestantes habían lanzado cócteles Molotov contra la policía, pero, a pesar de las posteriores evidencias de que las protestas habían sido en gran medida pacíficas, las tergiversaciones deliberadas y los reportajes falsos siguieron siendo habituales (Kahn y Kellner, 2004).

BBVA-OpenMind-Libro 2018-Perplejidad-Springer-Free-Palestina-Un manifestante enmascarado posa para la foto ante una línea policial en noviembre de 2016 en Londres. La protesta se desarrolló en diversas ciudades del mundo.
Un manifestante enmascarado posa para la foto ante una línea policial en noviembre de 2016 en Londres. La protesta se desarrolló en diversas ciudades del mundo.

Seattle supuso un momento de despertar del movimiento, ya que las siguientes manifestaciones en Washington, Gotemburgo, Quebec y Génova pondrían en práctica unas tácticas de protesta similares en las calles. Algo más de una década después, en 2011, pudo verse cómo esto ayudó a afianzar el trabajo preliminar del Movimiento Occupy. Al igual que la manifestación de Seattle, se trataba de un movimiento sin líderes contra la desigualdad social y económica. Los distintos grupos locales priorizaban un amplio abanico de cuestiones, pero el empeño dominante era cuestionar cómo las grandes corporaciones y el sistema financiero mundial estaban socavando la democracia (Gitlin, 2012). La idea del Movimiento Occupy se originó a raíz de una obra de arte aparecida en la revista anticonsumista canadiense Adbusters que mostraba a una bailarina de ballet de pie encima del toro de Wall Street junto con el hashtag «#OCCUPYWALLSTREET» (Gould-Wartofsky, 2015). La gente se congregó en Wall Street el 17 de septiembre de 2011 y nació un nuevo movimiento, al tiempo que la idea era replicada en ciudades de todo el mundo al tenerse noticia de ello. La consigna del movimiento («Somos el 99 por ciento»), atribuida al antropólogo anarquista David Graeber, alude a la enorme desigualdad que existe en la actualidad bajo el neoliberalismo, en que el 1 por ciento de la población controla una cantidad desorbitada de la riqueza del planeta (Bray, 2013).

Es el carácter inclusivo de este sentimiento lo que explica, al menos en parte, su rápida diseminación y replicación fuera de la ciudad de Nueva York. En el transcurso de un mes desde la primera ocupación en el parque Zuccotti, estaban teniendo lugar manifestaciones del Movimiento Occupy en más de 951 ciudades de todo el mundo (Steinberg, 2016). Aunque el movimiento fue criticado por no articular unas exigencias claras, haberlo hecho hubiera legitimado el tipo de estructuras de poder que estaba cuestionando mediante su compromiso con la democracia participativa (Graeber, 2011). Por último, inspirado por la oleada global de movimientos antiausteridad, opuestos a los recortes de gastos que caracterizan al neoliberalismo, el Movimiento Occupy consiguió que el asunto de la desigualdad ocupara un lugar destacado en la escena mundial como nunca antes lo había hecho. Nos hizo reconocer que la igualdad es una cuestión profundamente política que nos afecta a todos. Permanecer pasivos ante el rumbo del neoliberalismo no era algo coherente con la ética y los valores que inspiraron a los numerosos participantes de esta movilización global.

Las protestas contra los desahucios y el acaparamiento de tierras

El Movimiento Occupy fue criticado por no disponer de respaldo en algunos de los lugares más empobrecidos del mundo, como el África subsahariana y el Sudeste Asiático continental. Pese a ello, la ausencia del Movimiento Occupy en estos lugares quizá esté más relacionada con las estructuras autoritarias existentes en la actualidad que con una falta de simpatía por los objetivos del movimiento. De hecho, en países como Camboya, donde los efectos dominó del colonialismo siguen impregnando el paisaje, hemos sido testigos de la llegada del neoliberalismo en forma de una ofensiva creciente encaminada a crear un régimen de propiedad (Lim, 2013; Springer, 2010), algo que para muchos camboyanos de las zonas rurales ha conllevado un intenso proceso de proletarización al verse despojados de sus tierras y, por lo tanto, de su capacidad de sustento y haber sido transformados en una clase obrera que ahora trabaja por un sueldo (Springer, 2015). En el contexto urbano se han desarrollado pautas similares, ya que las prácticas tradicionales de la tenencia de tierras han priorizado la posesión o la simple ocupación, mientras que el nuevo sistema jurídicoinstitucional de tenencia ha creado un sistema catastral basado en una documentación formal por escrito (Springer, 2013). Así pues, se ha infligido una violencia profunda contra los llamados asentamientos «ocupas», que son desalojados por la fuerza por la policía y las fuerzas militares para dejar espacio para casinos, hoteles y modernos edificios de apartamentos. Todo esto se hace en nombre del «desarrollo», que, claramente, no está pensado para satisfacer las necesidades de los pobres y los marginados, sino el interés de una pequeña élite por acumular capital. Por consiguiente, no solo se ha producido una mercantilización de vastas franjas del país disfrazada del aseguramiento de los derechos sobre la tierra, sino que también hay gente vulnerable a la que se ha vuelto todavía más vulnerable y que ahora tiene que enfrentarse a los caprichos de un mercado laboral que apenas contrata mano de obra no especializada. Como consecuencia de todo ello, la falta de techo está muy extendida en la capital, Nom Pen, y los estragos que la neoliberalización ha causado en el país han quedado completamente patentes (Springer, 2016b). Para la mayoría, el neoliberalismo representa un fracaso rotundo, como consecuencia de lo cual los camboyanos han luchado contra él organizando grandes protestas. Los movimientos sociales que han acabado definiendo a la Camboya actual no están dirigidos explícitamente contra un enemigo llamado «neoliberalismo», sino que, en lugar de ello, los manifestantes reconocen e identifican una serie de factores que en última instancia les han empujado a seguir un camino que lucha por la materialización de la justicia social.

La igualdad es una cuestión profundamente política que nos afecta a todos.

Muchas de las protestas que están estallando se centran en experiencias muy concretas de desahucios forzados o de determinados patronos, en lugar de en movimientos más amplios contra el acaparamiento de tierras y las relaciones laborales más en general. Existen limitaciones obvias en cuanto a lo eficaces que pueden ser estos movimientos cuando no disponen, como cabría esperar, de muestras de solidaridad más amplias. Pese a ello, hay indicios de que está empezando a emerger un movimiento más amplio, en especial durante la época en que se celebran las elecciones. El partido oficial de la oposición camboyana ha afirmado enseguida que el creciente descontento es, de hecho, una muestra de apoyo a su plataforma política, pero en ello no cabe ver más que la arrogancia de la política de partidos, y no un reflejo de las intenciones y los intereses de la población en su conjunto (Morganbesser, 2017). De hecho, cuando nos fijamos en las propuestas políticas, lo que la oposición ofrece va en realidad en la senda del neoliberalismo, pero con unos líderes distintos al timón. No aportan cambios sistémicos en la orientación de los sistemas económicos o políticos del país, y en este sentido no están en contacto con las frustraciones de los camboyanos de a pie (Brickell y Springer, 2016). La importancia del análisis del contexto camboyano no se limita a dicho país, ya que, ciertamente, hemos visto surgir pautas similares en distintas naciones que se han visto sometidos a procesos intensivos de reforma neoliberal. Las variaciones en función del contexto son una parte inevitable de esta visión de conjunto (Brenner et al., 2010), no obstante lo cual vale la pena tener en cuenta que la resistencia desplegada en un lugar puede aportar momentos pedagógicamente aprovechables para otros sitios si reflexionamos sobre lo que funciona y lo que no. La lección que debemos aprender de Camboya es la importancia de la solidaridad. Para que la resistencia sea más eficaz en el país, debe surgir un mayor sentimiento de solidaridad entre los afectados por el régimen neoliberal de acumulación, dándose cuenta de que no están solos ni como individuos ni como comunidades. La fragmentación y la individualización le hacen el juego a la modalidad neoliberal, y, por lo tanto, si queremos tener éxito para destronar esta visión del mundo debemos intentar unirnos.

BBVA-OpenMind-Libro 2018-Perplejidad-Springer-Recortes-Sociales-UK-Ciudadanos británicos concentrados ante el Banco de Inglaterra, mostrando pancartas y enseñas contra los recortes sociales.
Ciudadanos británicos concentrados ante el Banco de Inglaterra, mostrando pancartas y enseñas contra los recortes sociales.

La austeridad, la emigración y el monopolio de la violencia

Las relaciones de solidaridad son mucho más obvias en algunos de los movimientos antiausteridad de los que hemos sido testigos con cada vez mayor frecuencia desde alrededor de 2010, cuando la crisis económica mundial golpeó con toda su fuerza. Irlanda fue el primer país europeo donde surgió una gran oposición contra la austeridad, ya que los manifestantes tomaron en masa las calles de Dublín en noviembre de 2010 (Kearns et al., 2014). En el Reino Unido, los estudiantes se iban movilizando cada vez más, ya que el gasto en educación superior y en matrículas universitarias fue recortado en un 80 por ciento en diciembre de 2010 (O’Hara, 2015). El Movimiento de Ciudadanos Indignados de Grecia supuso otro ejemplo especialmente notable de cómo la gente se unió en una causa común contra la austeridad, ya que entre 300.000 y 500.000 personas se congregaron en Atenas frente al Parlamento griego en una manifestación que duró más de un mes, hasta que la policía la disolvió aplicando mano dura en agosto de 2011 (Gerbaudo, 2017). También hubo manifestaciones importantes en España y Portugal ese mismo año. En ambos casos, la respuesta del Estado fue usar la violencia contra los manifestantes, que en su mayoría fueron muy pacíficos a la hora de exponer sus preocupaciones y exigencias. La implicación en lo tocante a la austeridad neoliberal es arte y parte de su lógica (Springer, 2016d). Si la gente muestra su desacuerdo ante el statu quo excluyente y divisorio que ha provocado la coyuntura neoliberal, se pone a merced de toda la fuerza del monopolio de la violencia que se arroga el Estado. Así pues, al tiempo que los estados neoliberales presentan los retrocesos en materia de ayudas sociales, como en la educación y la sanidad, como parte de sus medidas de austeridad, los gastos en seguridad y en el aparato de vigilancia policial no se han visto sujetos al mismo tipo de recortes, y, de hecho, parece que los estados muestran un creciente apetito por desviar dinero hacia estos canales. Lo que esto nos indica acerca del neoliberalismo como sistema ideológico es bastante claro: es la expresión de un autoritarismo profundamente arraigado que sitúa los intereses de las élites económicas y la seguridad de su riqueza como sus mayores preocupaciones (Tansel, 2017).

BBVA-OpenMind-Libro 2018-Perplejidad-Springer-Refugiados-Grecia-Campo de refugiados de Idomeni, en la frontera de Grecia con Macedonia, el 4 de marzo de 2016. Centenares de refugiados intentan seguir su ruta hacia el oeste de Europa.
Campo de refugiados de Idomeni, en la frontera de Grecia con Macedonia, el 4 de marzo de 2016. Centenares de refugiados intentan seguir su ruta hacia el oeste de Europa.

Aparte de la naturaleza austera del neoliberalismo, el despliegue de sus políticas desempeña indudablemente un papel central en la emigración económica (Mitchell, 2016). A medida que sus relaciones competitivas se manifiestan en forma de economías especulativas y extractivas, el neoliberalismo despedaza a las comunidades locales al despojarlas de la base de su sustento, algo que pone en marcha un proceso que puede considerarse, de muchas formas, una migración forzada. Este fenómeno es especialmente grave en el contexto mexicano, ya que la gente arriesga su vida para entrar en Estados Unidos en busca de una vida mejor al habérsele negado en sus propias aldeas, pueblos y ciudades (Bacon, 2013). Con frecuencia, la emigración suele expresarse en forma de un desplazamiento interno, pero tiene cada vez más un componente internacional en el que naciones ricas como Australia, Alemania y el Reino Unido son consideradas destinos ideales. La respuesta, tanto oficial como oficiosa, de estos estados ha consistido en exhibir una considerable xenofobia y en propagar el miedo frente a «otras» etnias, respaldando así una agenda nacionalista (Hogan y Haltinner, 2015). Pese a ello existe un destello de luz en la oscura sombra que proyecta el neoliberalismo, y este puede verse en las formas en que las comunidades están recabando apoyos en favor de los emigrantes, desafiando, frecuente y directamente, a las políticas de Estado. El movimiento Sanctuary City de Norteamérica, el Reino Unido e Irlanda puede, por lo tanto, considerarse un enfoque antisistema que responde a las más amplias corrientes del neoliberalismo (Bauder, 2017). A una escala menor, comunidades anarquistas de Grecia están organizando apoyos para los inmigrantes con el objetivo de proporcionar refugio a quienes huyen de la carnicería de Siria, una guerra desencadenada por la liberalización económica y la falta de reformas políticas (Hinnebusch y Zintl, 2015). Grecia ha recibido más de un millón de refugiados desde 2015, y, mientras el país lucha para lidiar con las implicaciones de todo ello, algunos están emprendiendo acciones directas consistentes en reapropiarse de edificios abandonados, organizar ocupaciones para los emigrantes y restablecer el suministro de agua y electricidad para garantizar unas condiciones de habitabilidad (Mudu y Chattopadhyay, 2017).

Conclusión

Una de las lecciones clave que podemos sacar al rastrear las corrientes de las distintas iteraciones de los movimientos antisistema que han surgido en el mundo como respuesta al neoliberalismo es que emprender acciones por nuestra cuenta puede ser la mejor y única respuesta. La recuperación de nuestra autoridad frente al neoliberalismo representa un medio sin un fin. Es una batalla constante en la que ganar significa que la resistencia es un compromiso continuo y permanente para desentrañar el mundo que conocíamos con la esperanza de unir alternativas que son empoderadoras y reafirmadoras para todos nosotros (White, 2012). Quienes desearían quitarle el poder a la mayoría en beneficio propio se presentan bajo muchos disfraces, e incluso cuando el neoliberalismo se desvanezca en los anales de la historia, surgirán nuevas amenazas a nuestro bienestar colectivo y los vínculos de solidaridad que forjemos. La remodelación del mundo es entonces, fundamentalmente, asunto de cada uno de nosotros. Lo que hagamos con nuestra existencia y cómo interactuemos en este periplo que llamamos «vida» con nuestros compañeros de viaje es lo que importa realmente. Aunque algunos miembros de la izquierda, como David Harvey (2012), se lamenten de la idea de que los asuntos siempre están en nuestras propias manos como camino para la intensificación de los valores neoliberales, este argumento ignora por entero el contenido sustancial de las formas de acción directa y de la política prefigurativa que están desarrollando. Pasa por alto la idea de la resistencia colectiva y habla en términos generales allí donde todas y cada una de las iniciativas fuera de los parámetros del Estado son, de algún modo, procapitalistas. Harvey (2017), que es un marxista convencido, está más que dispuesto a caricaturizar los ideales anarquistas y malinterpreta con mala fe sus intenciones.

El neoliberalismo favorece que la acumulación de riqueza siga fluyendo en una dirección

Por fortuna, no se necesita gran cosa en lo tocante al pensamiento crítico para ver lo atrofiada que está la imaginación política que equipara al neoliberalismo con el anarquismo, ya que las formas de prefiguración que están evolucionando en forma de movimientos contra las clases dirigentes rompen de manera significativa con el capitalismo y generan maneras nuevas y alternativas de relacionarse entre ellas y de estar presentes en el mundo (Springer, 2017). Las políticas prefigurativas son la práctica de la visión política compartida por un movimiento en el aquí y el ahora de nuestra vida cotidiana (Springer, 2012). Consisten en la creación de un nuevo mundo «en el interior del viejo» (Ince, 2012), en hacer que otros mundos sean posibles (Roelvink et al., 2015) o en lo que Carl Boggs (1977) llamaba «la encarnación, dentro de la práctica política en curso de un movimiento, de esas formas de relaciones sociales, de toma de decisiones, de cultura y de experiencia humana que suponen el objetivo definitivo». Por lo tanto, en lugar de esperar a que las autoridades estatales o municipales hagan cosas por nosotros, debemos emprender acciones por nuestra cuenta. En vez de ceder nuestra autonomía a los intereses de una minoría de individuos que afirman pensar en lo que más nos conviene, expresemos y hagamos realidad por nuestra cuenta la visión de lo que más nos conviene. Este es el núcleo de aquello en lo que deberían consistir los valores antisistema. El neoliberalismo favorece la autonomía en el sentido de unos mercados libres de regulaciones, de modo que la acumulación de riqueza siga fluyendo en una dirección (Springer et al., 2016). La prefiguración en forma de movimientos antisistema favorece la autonomía en el sentido de que la gente se libera de las cadenas del Estado y el capital, de modo que se revierte la acumulación y, en lugar de ella, se asegura la redistribución en nuestros propios términos mediante nuestros medios colectivos aquí y ahora (Springer, 2016a). La materialización de todo ello es sencilla: si queremos alterar la dirección del planeta en pos de la consecución de un acuerdo más equitativo para todos, debemos estar dispuestos a hacer el trabajo duro nosotros mismos. Es un camino por el que no podemos ser dirigidos. De hecho, no existe ninguna senda que seguir, ya que «la reinvención de la vida cotidiana significa eliminar los bordes de nuestros mapas» (Black, 1986: 33).

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