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Artículo del libro Hay futuro: visiones para un mundo mejor

Los desafíos del fin de la transición demográfica

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Al comienzo del siglo XX la humanidad contaba con unos 1.500 millones de individuos y, antes de que finalice este siglo, habrá sobre la Tierra más de 10.000 millones de personas. En poco más de 200 años, la población mundial se habrá multiplicado por 7, un proceso acelerado de crecimiento nunca antes visto y con consecuencias dramáticas, que incluyen riesgos reales para la supervivencia de la especie humana. El proceso demográfico al que se enfrenta la humanidad hoy es muy diferente de los anteriores, incluyendo el siglo XX. Los principales desafíos del final de la transición demográfica son la escasez de recursos para abastecer a toda la población mundial, los efectos sobre el clima y la contaminación y el envejecimiento de la población. Un futuro que será diferente para cada región según su nivel de desarrollo económico, perfil demográfico y geografía.

Introducción

El siglo XX fue un siglo decisivo en la historia de la humanidad, marcado por la explosión demográfica y una mejora sin precedentes en las condiciones materiales de vida de la mayoría de la población mundial. Es también el siglo en que la humanidad tomó plena conciencia de habitar un ecosistema cerrado, de manera que las restricciones ambientales pasaron de ser problemas locales a globales. El pasado siglo también estuvo marcado por la culminación de la llamada “Gran Divergencia” (Pomeranz 2000), donde un grupo pequeño de países hoy desarrollados concentró el grueso del progreso económico material, mientras el resto del mundo crecía, pero mucho más lentamente. Solo en las últimas décadas de ese siglo comienza a insinuarse un proceso gradual de convergencia, liderado por China y otros países asiáticos.

El siglo XXI es el periodo en el cual tendremos que lidiar con las consecuencias de estos fenómenos. La primera y más importante es que la población mundial seguirá aumentando significativamente, aunque dicho crecimiento se concentrará en los países y grupos que actualmente tienen menores ingresos. Por otra parte, al consolidarse el proceso de convergencia de ingresos, pero afectando ahora a varios miles de millones de habitantes en países en desarrollo, en vez de algunos cientos de millones en países desarrollados como ocurrió en el siglo XX, existe el riesgo muy concreto de que reaparezcan restricciones malthusianas, especialmente en el campo de las energías fósiles y posiblemente en el de los alimentos, así como efectos sobre el clima derivados de la actividad humana, que podrían frustrar el progreso material de la humanidad, y eventualmente poner en riesgo su propia supervivencia (Livi-Bacci 2012).

Una segunda consecuencia es que la proporción de ancianos en la población mundial va a aumentar a gran velocidad, primero en países que han avanzado más rápido en el desarrollo económico, pero seguido de cerca por el resto del mundo en desarrollo.

Otro cambio importante es que la globalización, que hoy se encuentra muy extendida en los mercados de bienes y de servicios financieros, posiblemente llegará con más fuerza a los mercados de trabajo. Por una parte, los trabajadores más cualificados ya enfrentan hoy un mercado global en algunas profesiones (servicios de salud o minería son algunos ejemplos) y para ellos las restricciones a la migración se han relajado. Pero además veremos migración impulsada por los desequilibrios demográficos: aquellos países más ricos, que verán disminuir su población en edad de trabajar y aumentar explosivamente la de ancianos, van a requerir inmigrantes. Tradicionalmente venían de países pobres cercanos (de América Latina a Estados Unidos, de los países colindantes con el Mediterráneo al norte de Europa) o que habían tenido vínculos coloniales. Las migraciones futuras ya no estarán confinadas a estos límites, ya que el descenso en los costes de transporte permiten que vengan de regiones más lejanas, desde países muy pobres, con tasas de crecimiento poblacional todavía altas y multitud de jóvenes en busca de oportunidades.

Definitivamente el mundo de los próximos treinta o cuarenta años será muy distinto al actual, o al que conocieron nuestros padres y abuelos. Los procesos anteriores demandarán ajustes muy dramáticos en los que estará en juego no solo la calidad de vida de las futuras generaciones, sino su propia existencia. En estas décadas la humanidad afrontará desafíos sin precedentes, excepto quizás por los derivados de la entrada en la “era atómica”. A continuación exploramos algunos de ellos.

Completando la transición demográfica

Uno de los cambios más dramáticos del siglo XX fue el aumento de la población. El siglo comenzó con algo más de 1 500 millones de habitantes, de los cuales algo más de un tercio vivía en lo que hoy consideramos países desarrollados. Al terminar el siglo, la población mundial superaba los 6 100 millones y menos del 20 % vivía en ese mismo grupo de países desarrollados.

Las últimas proyecciones demográficas de Naciones Unidas apuntan a una población mundial que sigue creciendo, alcanzando algo más de 9 300 millones a mediados del siglo XXI y superando los 10 000 millones al final de este. Si bien estas previsiones cuentan con un alto grado de certeza para los próximos veinte o treinta años, por la inercia de los fenómenos demográficos, es importante destacar que al ir más allá su fiabilidad disminuye. Lo que sí es claro es que dicho crecimiento se concentrará en los países en desarrollo, y que el actual grupo de países desarrollados bajará su participación en la población mundial.

La Revolución industrial puso a la humanidad en una senda de progreso en condiciones materiales de vida impulsando un cambio revolucionario en los patrones demográficos. Este fenómeno es el resultado de la llamada transición demográfica (TD) que se inicia con los avances económicos y sociales asociados a la ampliación y consolidación de la Revolución industrial y los procesos de urbanización relacionados con ella (Livi-Bacci 2012). Hasta ese momento la población mundial había crecido a un ritmo casi imperceptible (0,06 % promedio desde el inicio de la era cristiana), con ciclos marcados por hambrunas, guerras y pestes y un lento proceso de avances tecnológicos. Era un mundo “malthusiano” con un progreso limitado y, cuando este se materializaba, frecuentemente se traducía en tragedias para las generaciones futuras que se enfrentaban a férreas restricciones de recursos (Clark 2007).

El equilibrio previo a la transición demográfica se caracteriza por altas tasas de mortalidad infantil fruto de deficiencias de alimentación y pobres condiciones higiénicas y sanitarias en general, así como por tasas de natalidad también muy elevadas. La TD se inicia con una caída en las tasas de mortalidad infantil, para lo cual bastan pequeñas mejoras en higiene y alimentación, tanto de las madres como los recién nacidos. El actual proceso de TD2 comienza a fines del siglo XVIII en los países más avanzados de Europa, difundiéndose gradualmente hacia la periferia de ese continente a comienzos del siglo XIX y al resto del mundo a inicios del siglo XX, aunque en el caso de regiones económicamente más atrasadas de África y del centro de Asia se inicia a mediados del siglo pasado. Esta primera etapa se caracteriza por un rápido aumento de la tasa de crecimiento de la población.

Posteriormente se inicia una segunda etapa, que suele darse de forma más gradual, marcada por una reducción de las tasas de natalidad: el aumento de hijos sobrevivientes por familia es el principal factor que explica la caída en las tasas de natalidad en los países pioneros en este proceso, pero otros factores que han venido ganando importancia son el proceso de urbanización y la creciente incorporación de las mujeres al mercado de trabajo, lo que, unido a la nueva disponibilidad de métodos anticonceptivos y cambios culturales, ha convertido la maternidad en una opción y no un destino. En los inicios de esta segunda etapa se alcanzan las tasas más elevadas de crecimiento de la población.

La TD termina cuando la población se estabiliza gracias a que la disminución en las tasas de natalidad domina el efecto de las menores tasas de mortalidad. Ello ocurre con rezagos importantes debido a que hay un periodo largo en que el número absoluto de mujeres en edad de procrear sigue aumentando, aun después de que las tasas de fecundidad (promedio del número de hijos por mujer, a lo largo de la vida de estas) caen por debajo de las tasas que permiten mantener constante la población. Una característica de estas transiciones es que una vez avanzada la segunda etapa y cuando la población tiende a estabilizarse, aumenta rápidamente la proporción de ancianos en la población total, a medida que las cohortes más numerosas llegan a edades avanzadas, mientras disminuye el número de niños: es el envejecimiento de la población, que además se ve incrementado por aumentos en longevidad que tienen su origen en mejores condiciones materiales de salud y alimentación, especialmente en etapas tempranas de la vida, así como por avances en medicina (Fogel 2004).

A comienzos del siglo XXI vemos que la mayoría de los países que hoy se consideran desarrollados (PD) ya están terminando su transición demográfica y la gran mayoría de los países de ingresos medios (PEDNP) ya han visto caer las tasas de fecundidad bajo los niveles de reemplazo (2,1 hijos por mujer, aproximadamente), de manera que están a unas pocas décadas de completar este proceso. Por otra parte, un grupo de países muy pobres (PMP), que concentra hoy más de 600 millones de habitantes, está todavía en la primera etapa de dicha transición, o apenas en los inicios de la segunda, de manera que estos concentrarán más de la mitad del crecimiento total de la población mundial en el presente siglo.

Las etapas iniciales de la TD dieron como resultado la “explosión demográfica” del siglo XX. El siglo XXI será marcado, en cambio, por el fin de dicha transición, con una estabilización de la población y el envejecimiento de esta. Dicha tendencia afectará primero a los países más desarrollados, mientras los países económicamente más atrasados posiblemente lleguen al final de la transición demográfica en el ocaso del presente siglo.

Los gráficos que se presentan a continuación muestran la diferencia entre las tasas de natalidad y mortalidad para los tres grupos de países de acuerdo a su grado de desarrollo, utilizando cuatro países particulares que de alguna manera representan a esos tres grupos, a los que se agrega China que, como veremos, tiene una transición demográfica muy peculiar.

El siglo XXI es el periodo en el cual tendremos que lidiar con las consecuencias de la explosión demográfica y una mejora sin precedentes en las condiciones materiales de vida de la mayoría de la población mundial a lo largo del siglo precedente. Existe el riesgo de que este crecimiento ponga en riesgo la propia supervivencia de la humanidad.

Dentro de los países desarrollados, los más avanzados en el proceso son Japón y los países del sur de Europa, e ilustraremos muchos de los cambios y desafíos que enfrenta este grupo de países con los ejemplos de Japón y España. Una diferencia importante entre ambos es un patrón de inmigración muy distinto, que ha permitido postergar el impacto de este proceso en el caso de España. El caso de los países de ingreso medio muy avanzados en su transición demográfica será representado por México, y el de los países que están todavía en las etapas iniciales por Etiopía.

En el gráfico 2.1 vemos que los PD están llegando a la etapa en que la población deja de crecer3. En los países en desarrollo de ingresos medianos y medios bajos (PEDNP), el punto de máxima diferencia se alcanzó en la segunda mitad de los años sesenta y ellos deberían culminar su TD a mediados del presente siglo. En cambio, los PMP llevan menos tiempo desde el punto de máxima diferencia y su TD es más lenta, razón por la cual ellos no completan su TD en el presente siglo, en la proyección central de la ONU.

El siglo XXI será marcado por el fin de la transición demográfica, con una estabilización de la población y el envejecimiento de esta. Dicha tendencia afectará primero a los países más desarrollados, mientras los países económicamente más atrasados posiblemente lleguen al final de la transición demográfica en el ocaso del presente siglo.

Un caso especial, que merece mención aparte, es el de China. Con sus casi 1 300 millones de habitantes concentraba más del 20 % de la población mundial al comenzar el siglo y, simultáneamente, vive el proceso de transición demográfica más acelerado que se registra. Lo anterior se explica por la introducción a comienzos de la década de 1970 de cuotas de hijos por familia, que culminaron con la política oficial de limitar a uno dicha cuota. Ello llevará a que la población alcance un máximo absoluto en algo menos de quince años, con una posterior declinación y un fuerte aumento de la proporción de ancianos en la población total. Su nivel de ingreso es todavía relativamente bajo, a pesar de las espectaculares tasas de crecimiento de las últimas décadas, pero su “bono demográfico” se está agotando rápidamente y debe hacer frente a un acelerado proceso de envejecimiento de su población, sin tener aún las bases de un sistema de seguridad social inclusivo y solvente. Por el tamaño de este país, la forma de encarar estos desafíos y su éxito o fracaso serán determinantes de la trayectoria económica y política global.

Los gráficos que se presentan a continuación muestran más claramente los desafíos a los que se enfrentan los diversos grupos de países, debido al cambio en la composición por edades de sus respectivas poblaciones, que a su vez son consecuencia de las distintas etapas en que se encuentran en la TD.

Estos gráficos contienen la tasa de dependencia (número de jóvenes y ancianos como proporción de la población en edad de trabajar) desagregada por su componente juvenil (TDJ) y de vejez (TDV) y su evolución prevista en el tiempo, de acuerdo a las proyecciones de Naciones Unidas. Los países desarrollados, a diferencia del resto, se enfrentan a un aumento en la carga que deberán soportar sus trabajadores, principalmente como consecuencia del aumento del número de ancianos4.

En los países más pobres hay un alivio en las tasas de dependencia, fundamentalmente causado por las disminuciones en las tasas de natalidad. Sin embargo, en la segunda mitad del presente siglo comienza a aumentar la proporción de ancianos. En el resto de los países en desarrollo, que concentran la mayor parte de la población mundial y una proporción creciente del ingreso, vemos que el alivio derivado de las reducciones de la proporción de jóvenes comienza a ser compensado rápidamente por el aumento de ancianos. Estas cifras están muy sesgadas por el acelerado envejecimiento de China, pero el cuadro es común a este grupo, con un desfase de una o dos décadas.

Vemos entonces que los desafíos para cada grupo de países derivados de la TD son distintos: en los PMP, que carecen de infraestructura, los servicios básicos como sanidad y educación son precarios y con cobertura deficiente, y en los que la seguridad social es un privilegio, el tema central es absorber la gran cantidad de niños y jóvenes que demandan salud y educación primero, y luego acceso a puestos de trabajo. Sin embargo, deben ir también sentando las bases para las instituciones de la seguridad social. Las políticas de control de natalidad y de cuidado de los niños serán claves tanto para lograr el propio desarrollo económico como para evitar catástrofes sociales y ambientales de alcance global.

En el otro extremo, los PD deben enfrentar los cambios derivados del envejecimiento de la población, con impactos relevantes en el mercado de trabajo y en la demanda de servicios, especialmente en el área de salud y cuidado extendido. Posiblemente tienen las capacidades institucionales para salir adelante, pero en la mayoría de los casos deben hacer importantes ajustes para asegurar la solvencia de la seguridad social, y el creciente peso político de los grupos mayores de edad puede complicar dichos ajustes. Estos países serán demandantes de trabajadores migrantes, aunque seguramente mantendrán o profundizarán criterios de selectividad.

Los PEDNP tienen todavía una ventana de oportunidad de unas pocas décadas en las que deben aprovechar el impulso al crecimiento del aumento de la población en edad de trabajar, que además está en la etapa de mayor capacidad de ahorro de su vida, para construir sistemas de seguridad social inclusivos y solventes. Al mismo tiempo deben invertir en educar a grandes grupos de jóvenes que se enfrentarán a mercados de trabajo más exigentes que las generaciones previas. Esto implica tensiones fuertes para atender demandas complejas y muy diversas, en países que todavía no son ricos y con instituciones muchas veces precarias. Aquellos que salgan adelante en todos estos frentes podrán aspirar a agregarse al grupo de países desarrollados en el presente siglo. Los que fallen podrían caer en un equilibrio de suma cero, en niveles de ingreso medio, con muchas tensiones sociales y políticas.

Básicamente, entonces, hay cuatro aspectos estrechamente relacionados con la evolución demográfica, tanto en su dimensión temporal como geográfica, que van a alterar de manera muy importante el mundo tal cual lo conocemos hoy. En el apartado “El cambio en el mapa económico mundial” analizamos los cambios en el mapa de poder económico y de los focos de crecimiento. Los países en desarrollo concentran hoy más del 80 % de la población del planeta y prácticamente el 100 % del aumento de la población proyectado en el siglo XXI y están reduciendo las distancias en condiciones materiales de vida, medidas por el ingreso per cápita. Esto es algo todavía incipiente y con mucho camino por recorrer, pero que ya está cambiando radicalmente el peso económico de los países a escala global, desplazando los focos de demanda que impulsan el crecimiento económico y, de paso, ejerciendo una presión sin precedentes sobre los recursos y la capacidad de absorción de desechos del planeta. En paralelo, el aumento en la proporción de ancianos, fenómeno más acentuado en los países desarrollados, afectará también a los patrones de consumo de bienes y, especialmente, a los de servicios a nivel global.

En el apartado “Impacto sobre los mercados de trabajo” revisaremos el impacto sobre el mercado de trabajo. Por un lado, los países en etapas avanzadas de su proceso de transición demográfica tendrán que afrontar retos derivados de la creciente escasez de mano de obra, especialmente de jóvenes, así como la necesidad de atender las necesidades de una población de edad avanzada que necesitará mantenerse por más tiempo trabajando en forma activa. Por otro, los países más pobres, que todavía experimentan un fuerte aumento de la población en edad de trabajar, deberán educar y posteriormente crear puestos de trabajo que efectivamente permitan el desarrollo económico. Los países de ingreso intermedio tendrán que hacer frente en las próximas décadas al desafío inédito de la escasez de mano de obra que, posiblemente, se manifestará en los dos extremos del mercado de trabajo: los más cualificados y aquellos trabajadores con menos opciones que estaban dispuestos a tomar cualquier trabajo para contribuir a los ingresos familiares. Estas diferencias en la evolución de los mercados de trabajo locales van a impulsar una mayor globalización de los mercados de trabajo.

En el apartado “Envejecimiento y los riesgos para la seguridad social” analizamos el desafío de adecuar la seguridad social ante el aumento explosivo en la proporción de jubilados sobre activos. Mientras que los países más ricos que adoptaron los sistemas de reparto a comienzos del siglo XX hoy ven en peligro su solvencia, los países en desarrollo deben construir sistemas de protección social suficientemente amplios y solventes como para atender las necesidades de una población anciana que aumentará dramáticamente en las próximas décadas.

Estos cambios tendrán profundas consecuencias sobre la distribución del poder y las posibilidades de conflicto, tema que se toca también, de manera muy exploratoria en el último apartado, “Algunas consecuencias políticas del envejecimiento global”.

El cambio en el mapa económico mundial

Todos los pronósticos a medio y largo plazo destacan la importancia que van a tener las economías emergentes como impulsoras del crecimiento económico global en las próximas décadas. En los próximos quince a treinta años, un conjunto muy importante de ellas reducirá significativamente las distancias económicas, medidas por el ingreso promedio por habitante, respecto de las actuales economías desarrolladas. La crisis económica iniciada en 2008, además de hacer patente este fenómeno, lo ha acentuado.

Con el fin de cuantificar los efectos antes mencionados, y dimensionar el tamaño de la masa de consumidores resultantes del proceso de cambio económico y demográfico se proyectó la evolución del ingreso por países y su distribución entre distintos tramos de ingreso, lo que, combinado con las proyecciones demográficas de Naciones Unidas, nos permitió estimar en forma muy aproximada el número de habitantes por país que superaban un ingreso anual de 10 000 dólares (en moneda de 2010) por países y grupos de estos5.

Países más desarrollados (PD) que están en la etapa final de la TD como Japón, por ejemplo, verán caer su peso relativo en la economía mundial6. El estándar de vida de esos países seguirá siendo alto, sin embargo su contribución al aumento de la demanda mundial será marginal. Los consumidores concentrarán su gasto cada vez más en servicios como salud y entretenimiento, y bajarán otros como educación formal escolar y transporte. Una mayor proporción de ancianos implica también que una mayor cantidad de gente deja de ahorrar para la jubilación y comienza a retirar sus ahorros para financiar su consumo. Esto tendrá un elevado impacto sobre la distribución del ahorro en el mundo y, por ende, de los déficits y superávits en cuenta corriente. A nivel global hoy tenemos que China, Japón y varios países emergentes de Asia, junto a países exportadores de petróleo, Alemania y los países nórdicos son los mayores ahorrantes netos a nivel global. Por otra parte, Estados Unidos, el sur de Europa y un número importante de países emergentes son recipientes de ahorros del exterior, con los que financian sus déficits en cuenta corriente. Casi con seguridad este mapa va a cambiar, en parte porque Japón, Alemania, China y otros países superavitarios son los que van más adelantados en su TD.

En segundo lugar tenemos países de ingresos medios (PEDNP), que están bastante avanzados en su TD, pero que todavía tienen por delante entre veinte y treinta años de crecimiento positivo de la población en edad de trabajar. En estos países la distribución del ingreso suele ser bastante desigual, por lo que la gran mayoría de la población está en las categorías de ingresos bajos o medios bajos7. Sin embargo, la combinación de crecimiento económico y demografía permite anticipar un gran aumento de la masa de consumidores a medida que el crecimiento económico se traduce en mejores oportunidades de empleo y mayores salarios reales. Los protagonistas de este cambio serán familias urbanas de edad intermedia, con pocos hijos, posiblemente en edad escolar o universitaria. Por lo tanto su consumo está aún más concentrado en vestuario, transporte, educación y comida, tanto dentro como fuera de casa. En el horizonte de proyección irán aumentando la demanda relativa de servicios, acercándose a los patrones de consumo de países desarrollados como España.

Los países en desarrollo concentran hoy más del 80 % de la población del planeta y prácticamente el 100 % del aumento de la población proyectado en el siglo XXI y están reduciendo las distancias en condiciones materiales de vida, medidas por el ingreso per cápita. Esto es algo todavía incipiente y con mucho camino por recorrer, pero que ya está cambiando radicalmente el peso económico de los países a escala global.

Como mencionábamos en la sección anterior, China, un país emergente de ingreso medio-bajo corre por un carril propio debido a la combinación de su gran tamaño, su rápido crecimiento económico y su muy peculiar demografía, que se traduce en que ya está entrando en la etapa final de la TD y en los próximos años comienza la disminución de la población en edad de trabajar, junto a un aumento explosivo del grupo de población mayor de 60-65 años de edad. Con todo, cerca de 500 millones de nuevos consumidores de ingresos medios y altos emergerán en China en los próximos veinte años. Este fenómeno es extraordinario por su escala, pero también por las características de dichos consumidores, ya que en su mayoría serán personas que están recién superando los umbrales de la pobreza, por lo que sus principales demandas serán de bienes de consumo habitual y los durables más básicos, en vez de servicios y durables caros y sofisticados, como los que se demandan en países con clases medias más acomodadas.

Este grupo de países es el que alcanzará mayor protagonismo en las próximas décadas, por una combinación única de gran tamaño de su población, elevado dinamismo de sus economías y crecimiento poblacional. Nuestras estimaciones indican que, en los próximos veinte años, más del 60 % del crecimiento del PIB mundial provendrá de esta parte del mundo, revirtiendo la historia de la segunda mitad del siglo XX, donde tres cuartas partes del crecimiento económico global tuvieron su origen en los países desarrollados.

Este cambio en el centro de gravedad económico mundial implica también un fuerte aumento de la presión sobre los recursos del planeta, así como sobre su capacidad de absorber los residuos de la mayor actividad humana. El progreso técnico logró aminorar esta tensión durante buena parte del siglo XX, pero ello fue posible gracias a que el progreso económico estuvo muy concentrado en un grupo de países que comprendían menos del 20 % de la población mundial. Al difundirse y masificarse este progreso, para abarcar a más del 70 % de la población global, la tensión entre progreso económico, aumento de la población y capacidad de soporte del planeta será máxima. Si bien este es un fenómeno global que afectará a toda la humanidad, por lo que todos los países deben contribuir a conseguir un balance sostenible en el tiempo, las probabilidades de éxito dependerán críticamente de lo que ocurra con estos países emergentes.

Finalmente, tenemos el grupo de países más pobres (PMP), que además están en una etapa temprana de su TD y que según Naciones Unidas concentrarán cerca de la mitad del crecimiento de la población mundial en el presente siglo. La gran mayoría de la población en países como Etiopía es demasiado pobre como para tener masa crítica de consumidores con poder adquisitivo de clases medias o altas. Su consumo será preponderantemente de alimentos y algunos servicios básicos y los aumentos de ingresos irán principalmente a esos destinos, ya sea mejorando la dieta o aumentando el consumo de vestuario y de algunos servicios básicos como educación escolar, agua potable o saneamiento, entre otros. Sus posibilidades de desarrollo dependerán de encontrar nichos productivos orientados a la exportación, suficientemente competitivos para atraer inversiones extranjeras. A nivel global, su peso económico será reducido y son candidatos a proveer de mano de obra barata a países más adelantados, por la vía de las migraciones.

Otro factor a considerar en la evolución de la demanda global por bienes y servicios tiene que ver con el fenómeno de envejecimiento de la población, algo que ya hemos tocado lateralmente. Existe evidencia de que los cambios en patrones de consumo a lo largo de la vida de una persona, en particular durante la vejez, son un fenómeno universal. Prácticamente todas las encuestas de presupuestos familiares en Europa (desarrollada y emergente, ver Eurostat), Estados Unidos, Reino Unido, Japón y Latinoamérica dan cuenta de este fenómeno. Ahora bien, esto se da con variaciones, ya que también intervienen otros factores como el ingreso, las diferencias culturales, los gustos y preferencias (que varían a lo largo de la vida del individuo), la disponibilidad relativa de los bienes y servicios, y la institucionalidad de cada país (Comisión Europea 2005). Harris y Blisard (2003) estiman que la elasticidad ingreso-comida aumenta significativamente con la edad, dentro del grupo de mayores de 65 años, siendo 0,12 para 65-74 y 0,21 para mayores de 75 años, usando la encuesta de presupuestos familiares en Estados Unidos. Los datos en Alemania (Deutsche Bank Research 2003) apuntan hacia un aumento importante del gasto en vivienda y salud, así como también en los ítems transporte y entretenimiento. Estos últimos son más sensibles a los niveles de ingreso, por lo que posiblemente su impacto en países de ingreso medio, como México, o bajo sea más limitado.

Sin duda, el ítem donde se observa el cambio discreto más importante en el segmento de la población de 60 años y más es en gasto en salud.

El menor peso de los niños, jóvenes y adultos jóvenes debería incidir en que baje la importancia relativa del gasto en educación formal escolar, transporte, restaurantes y hoteles, así como en vestuario y calzado.

Impacto sobre los mercados de trabajo

Otro aspecto que va a verse afectado por los cambios demográficos ya expuestos va a ser el funcionamiento de los mercados de trabajo. Los retos a los que han de enfrentarse los países en desarrollo van a ser muy diferentes a los de los países desarrollados, precisamente por las distintas fases en las que se encuentra su proceso de transición demográfica.

Los PD en fases avanzadas del proceso de transición demográfica van a tener que hacer frente a una escasez de fuerza de trabajo joven unida a un aumento del número de ancianos, muchos de los cuales deberán extender su vida laboral. Los PEDNP todavía deben mejorar la cobertura y calidad de la educación y fortalecer la cualificación y especialización de su abundante y todavía creciente mano de obra.

Además, y como veremos más adelante, los países desarrollados como consecuencia del envejecimiento de la población comienzan a presentar serios problemas de sostenibilidad de sus sistemas de pensiones, cuestión a la que si además se añade el retraso en la entrada en el mercado de trabajo por el aumento del número medio de años de estudios, hace prácticamente inevitable la prolongación de la vida laboral en los países con poblaciones más envejecidas.

Como vemos en el gráfico 7, Japón desde inicios del siglo y España a partir de ahora van a ver reducciones en su población en edad laboral. En cambio, países en desarrollo que van más retrasados en su TD comenzarán a sufrir este fenómeno en veinte o treinta años más, mientras que los países más pobres como Etiopía están a más de cincuenta años de ello.

En los PD, la reducción absoluta de la población en edad de trabajar y la mayor tardanza en el ingreso a la actividad laboral serán los elementos dominantes. Estos países sufrirán escasez de mano de obra y deberían ser receptores de inmigrantes, tal como ha ocurrido en las últimas décadas, pero con algunas variantes respecto a la situación actual ya que no solo requerirán trabajadores manuales de baja cualificación que vienen a ocuparse en tareas que no resultan atractivas para los trabajadores locales, sino que también requerirán profesionales y técnicos más cualificados. Actualmente es el momento de los ingenieros, informáticos, profesionales de la salud y comerciales (ver informe de Manpower Group sobre escasez de talento en 2012). Este fenómeno se verá acentuado por el aumento en la demanda de servicios de cuidado extendido y, en general, por todos los servicios personales altamente demandados por la población de mayor edad8.

Todos los pronósticos a medio y largo plazo destacan la importancia que van a tener las economías emergentes como impulsoras del crecimiento económico global en las próximas décadas. En los próximos quince a treinta años, un conjunto muy importante de ellas reducirá significativamente las distancias económicas, medidas por el ingreso promedio por habitante, respecto de las actuales economías desarrolladas.

También los países desarrollados tendrán que poner en marcha los mecanismos adecuados para prolongar la vida laboral de sus ciudadanos. La empleabilidad en la vejez no es homogénea. Datos de la OCDE y de la Comisión Europea ponen de manifiesto que esta es mucho mayor en el caso de trabajadores con más cualificación puesto que, por un lado, son más difíciles de reemplazar y, por otro, ese tipo de “capital humano” no se deteriora tanto como la capacidad física, por ejemplo. En la media de la OCDE, el 86 % de las empresas son partidarias de prolongar la vida laboral de los trabajadores, pero únicamente de aquellos más cualificados, lo que puede generar posteriores problemas de desigualdad.

Para los países en la etapa intermedia de su TD el desafío es preparar más adecuadamente a sus jóvenes para integrarse a mercados de trabajo más exigentes, al tiempo que reducen los obstáculos y desincentivos a la formalización de sus mercados de trabajo. Esto último es clave para que puedan afrontar con éxito la construcción de sistemas de protección de ingresos en la vejez. Estos países serán los que concentrarán el aumento de la actividad económica a nivel global, y por ende de las oportunidades de empleo, especialmente el más cualificado. Es por ello por lo que estos países jugarán un rol clave en la globalización de los mercados de trabajo, al experimentar cada vez mayores flujos migratorios en ambas direcciones (entrada y salida). Por una parte, sus trabajadores más cualificados tendrán oportunidades en los mercados laborales de países desarrollados, pero a su vez ellos también demandarán trabajadores altamente cualificados donde existan deficiencias en los mercados locales. Un ejemplo en la actualidad son las industrias extractivas como la minería y el petróleo, donde, en la práctica, ya están funcionando mercados globales de trabajadores, algo que ha sido facilitado por la tradicional presencia de empresas multinacionales en estas actividades. México es un ejemplo interesante: mientras campesinos pobres migran a Estados Unidos, muchas veces en forma temporal, también exporta y recibe profesionales y ejecutivos altamente cualificados que van o llegan a trabajar en empresas industriales y de servicios. Es muy posible también que estos países comiencen a recibir presiones de inmigración de trabajadores menos cualificados provenientes de países más pobres o de regiones azotadas por desastres naturales o conflictos armados.

En los PMP, la situación será diferente: el gran desafío será facilitar sanidad y educación a los jóvenes y crear condiciones atractivas para que lleguen las inversiones que ofrezcan plazas de trabajo formales y bien remuneradas a las nuevas generaciones. Sin duda ellos serán los principales proveedores de trabajadores emigrantes en otras partes del mundo y sus transferencias de ingresos, vía remesas a sus familias, seguirán teniendo un papel importante para ayudar a aliviar la pobreza extrema entre sus parientes.

El tiempo se encargará de confirmarlo, pero es muy probable que estemos en un punto de inflexión en la evolución del mercado de trabajo, y que efectivamente nos dirijamos hacia un mercado de trabajo mucho más globalizado. El mundo en su conjunto y principalmente los PD se enfrentan a una paradoja profunda: mientras casi 40 millones de sus trabajadores están desempleados según datos de la OIT (ILO 2012), hay muchos problemas para encontrar trabajadores con cualificaciones y habilidades específicas para rellenar las vacantes existentes. Parece que este desajuste en el mercado de trabajo se va a mantener en las próximas décadas. Una parte será cubierta por migración, pero también es muy posible que se desarrollen sistemas de trabajo temporal o remoto, gracias a la mayor conectividad. En paralelo, las grandes compañías ya se están preparando para transformar sus procesos globales, modelos de negocio y organizacionales así como sus políticas de formación y recualificación de trabajadores hacia las especialidades más buscadas.

Por geografías, también observamos que la demanda de trabajadores es todavía más pronunciada en las economías emergentes gracias a su mayor ritmo de crecimiento. Quizá el cambio más espectacular ocurra en Asia, durante la próxima década, donde se espera que la demanda de nuevos trabajadores aumente en un 22 %, seguido de América Latina (13 %), Oriente Medio (13 %) y Europa del Este (10 %) (Oxford Economics 2012).

Además, y como ya hemos mencionado, en la próxima década serán los países emergentes quienes mejoren el acceso a educación cualificada. El mayor crecimiento anual en el pool de talento, medido como la fracción de la población con estudios superiores, se da en la India (7,3 %) seguido de Brasil (5,6 %), Indonesia (4,9 %), Turquía (4,7 %) y China (4,6 %). A tasas del 1,4 y 1,3 % respectivamente, están Estados Unidos y Canadá liderando el crecimiento anual de los profesionales de las economías del G7.

El nivel del gasto público asociado a protección en la vejez aumentará unos 4 puntos porcentuales del PIB en la Unión Europea en los próximos cincuenta años. Los sistemas tradicionales soportarán al menos dos cambios: nuevos ajustes paramétricos que reducirán el valor de las pensiones bajo la modalidad de beneficio definido y un rol más importante de un componente de contribución definida de carácter individual.

Por tanto, el impacto en la distribución global de las capacidades técnicas y profesionales será dramático. Actualmente el 54 % de los graduados universitarios proviene de las economías emergentes más boyantes (E7: Brasil, China, India, Indonesia, México, Rusia y Turquía) comparado con un 46 % del mundo industrializado (G7: Canadá, Francia, Alemania, Italia, Japón, Reino Unido, y Estados Unidos). En la próxima década, es muy probable que este porcentaje llegue al 60 % para los PEDNP.

Envejecimiento y los riesgos para la seguridad social

La seguridad social como la conocemos hoy es un invento bastante reciente, que data de fines del siglo XIX, cuando Alemania introdujo un sistema obligatorio de contribuciones a los trabajadores para pagar pensiones una vez que alcanzaran la edad de 70 años. En esa época, la esperanza de vida al nacer en los PD era del orden de 50 años, cifra muy influenciada por las elevadas tasas de mortalidad infantil. La idea de gravar a los trabajadores con un impuesto y, a cambio, proveerles de un ingreso seguro en la vejez, una vez que dejaran de trabajar, además de revolucionaria parecía muy razonable, y no demasiado onerosa, en momentos en que la fuerza de trabajo y los salarios crecían rápidamente y la población mayor de 65 años era una fracción pequeña de la población total. A comienzos del siglo XX, la esperanza de vida de un trabajador norteamericano a los 65 años de edad era del orden de 12 años y además, los mayores de 65 años representaban menos del 10 % de la población en edad de trabajar, como se ve en los gráficos 8.1. y 8.2.

Esto cambió radicalmente a lo largo del siglo XX y, al finalizar este, la esperanza de vida a los 65 años había aumentado alrededor del 50 %, mientras la proporción de ancianos respecto de aquellos en edad de trabajar casi se duplicó. Sin embargo, los parámetros fundamentales como edad de jubilación, tasas de aportación o los valores de reemplazo de las pensiones no habían cambiado significativamente. Durante el siglo XX estos sistemas brindaron seguridad de ingresos y condiciones materiales de vida en la vejez sin precedentes en la historia de la humanidad. Es cierto que este mecanismo se circunscribía a los países desarrollados y a unas minorías privilegiadas en países en desarrollo, pero era claramente el paradigma a imitar. La pesadilla de una ancianidad donde las personas debían trabajar hasta morir, o vivir a merced del apoyo que les pudieran brindar sus familiares más cercanos, fue reemplazada por el sueño de una “vejez dorada” que antes solo estaba reservada a los muy ricos. La cobertura de los sistemas de pensiones, medida por el porcentaje de la fuerza de trabajo que contribuye regularmente a ellos, supera el 80 % en la mayoría de los PD, alcanzando el 95 % en Japón. España está en el extremo inferior, con un 69 % (Pallares-Millares et al. 2012). Sin embargo, la aritmética básica del financiamiento de esa seguridad de ingresos no cuadraba y la contraparte de esta cobertura es el elevado compromiso de recursos fiscales, que alcanzaba un 8,8 % del PIB en Japón y un 8,0 % en España en 2007 (Pallares-Miralles et al. 2012).

En el caso de los PMP como Etiopía, por ejemplo, la seguridad social es un privilegio que cubre solamente a grupos de empleados públicos y donde la extensión de la informalidad hace muy difícil recaudar impuestos y contribuciones a la misma. Si bien para Etiopía no tenemos cifras de cobertura, en la gran mayoría de los países del África subsahariana las tasas de cobertura de la fuerza de trabajo están entre 1 y 12 %, con la excepción de Mauricio (53 %) y Zimbabue (20 %) (Pallares-Miralles et al. 2012).

Entre los PEDNP China es un caso especial. La cobertura es similar a las de otros países con un desarrollo igual o inferior, alcanza a casi el 30 % de la fuerza de trabajo y abarca a los empleados públicos, las Fuerzas Armadas, a los empleados de las grandes corporaciones y a muy pocos más, pero aun así con un gasto público en pensiones del 2,5 % del PIB. El problema de cobertura es particularmente serio por la velocidad de la TD, que lleva a China a enfrentar un aumento de personas en edad de jubilación desde cerca de 2 millones anuales hace doce años, a cifras del orden de 7 millones anuales a fines de esta década, situación que se estabiliza a ese nivel hasta mediados del siglo. En otros PEDNP, como buena parte de América Latina, las tasas de cobertura son bajas debido a la alta informalidad en los mercados de trabajo, que lleva a que una baja proporción de la población contribuya al financiamiento de la seguridad social. En el caso de México, por ejemplo, la cobertura alcanza apenas al 27 % de la fuerza de trabajo, una de las más bajas de la región, donde solo Uruguay, Colombia y Chile superan el 55 % (Pallares-Miralles et al. 2012).

Como resultado del avance en la TD, vemos fuertes aumentos de la tasa de dependencia de vejez, lo que ha significado que la seguridad social se ha convertido en una carga cada vez más agobiante para los gobiernos. En el caso de los países de la Unión Europea, el Informe sobre Envejecimiento de 2012 de la Comisión (Comisión Europea 2012) estima que los gastos públicos asociados a la atención de los ancianos ascendían al 25 % del PIB en 2010, siendo los más importantes los pagos de pensiones (11,3 %), seguidos por Sanidad (7,1 %) y cuidados extendidos (3,8 %). La OCDE, con una metodología algo distinta (OCDE 2012), estima que los gastos en pensiones de la Unión Europea ese año ascendían al 9,1 % del PIB, mientras en Estados Unidos serían del orden del 4,6 %, uno de los más bajos en la OCDE.

En el caso de la sanidad, el mayor gasto se deriva del hecho de que los gastos per cápita en salud aumentan fuertemente con la edad. En el caso de Estados Unidos se estima (Alemayahu y Warner 2004) que el gasto per cápita anual en salud de la cohorte en torno a los 65 años es más de cuatro veces mayor que el gasto promedio anual desde el nacimiento hasta los 40 años. Si se extrapola este promedio para el conjunto de la población de los países más desarrollados, tendríamos que el gasto en salud de los mayores de 65 años pasaría de representar algo menos del 50 % del gasto salud en estos países a algo más del 60 %, suponiendo que no haya cambios en los precios.

En países en desarrollo el cuadro es mucho más diverso y refleja que la mayoría se encuentra en una etapa más temprana de la transición demográfica, distintos grados de formalidad en el mercado de trabajo (cobertura) y también la existencia de sistemas de seguridad social basados en modelos alternativos, algo sobre lo que volveremos en seguida.

Frente a estos problemas han surgido tres tipos de respuestas que están fijando las bases para la seguridad social del futuro:

  • Cambios paramétricos en los sistemas de reparto: estos son los más frecuentes y normalmente consisten en una combinación de aumentos en la edad estatutaria de jubilación, requisitos más duros para jubilaciones anticipadas, fórmulas de cálculo de beneficios menos “generosas”, incluyendo las normas sobre indexación de las pensiones. Este es el camino seguido por la mayoría de los países europeos.
  • Introducción de sistemas de contribución definida en partes del sistema: los sistemas tradicionales que hemos descrito antes (de reparto, de beneficio definido o Pay as you Go), y tienen como característica fundamental que quienes adquieren el derecho a pensión con sus contribuciones acceden a una pensión por un monto definido por una fórmula que normalmente está establecida en la ley. En contraposición, en los últimos años hemos visto que han surgido mecanismos de contribución definida (CD) que en su esencia consisten en cuentas de ahorro individual de carácter voluntario, en las que los trabajadores acumulan fondos que solo pueden retirar en el momento de su jubilación, en muchos casos con aportes de sus empleadores, especialmente cuando se trata de planes complementarios de pensión definidos a nivel de empresas. Estos fondos son invertidos en los mercados financieros y los intereses se acumulan en el fondo. Por esta razón también se conocen como sistemas de capitalización individual.
  • Finalmente hay países que han optado por la sustitución del sistema de reparto por otro en que el ahorro obligatorio se maneja bajo la modalidad de contribución definida en cuentas de capitalización individual. Este cambio se introdujo por primera vez en Chile en 1981 y luego ha sido adoptado por varios países latinoamericanos y de Europa del Este. En ellos la gestión de las cuentas y de los fondos se entrega a empresas privadas. La crisis financiera de la seguridad social tradicional y la necesidad de tener que recurrir a mecanismos de ahorro que no aseguran una pensión definida previamente implica que los jubilados del siglo XXI deberán hacer frente a mayores riesgos económicos en la vejez. La seguridad de ingresos en la ancianidad que vimos en los países desarrollados en la segunda mitad del siglo XX no es viable en el siglo XXI, con una demografía mucho menos favorable y donde el aumento de las contribuciones provocaría una pérdida de competitividad insostenible frente a los países emergentes con poblaciones más jóvenes.

En los sistemas tradicionales de reparto, la gran fuente de incertidumbre es la difícil situación financiera que viven y que, a pesar de las reformas paramétricas implantadas en los últimos años, no mejora en el futuro. Si a ello se agrega que el deterioro económico de los últimos años ha puesto en entredicho la solvencia de muchos países desarrollados, obligando a severos ajustes fiscales, el panorama para los beneficios “definidos” de la seguridad social tradicional se ve muy complicado. Los cálculos publicados en el Ageing Report 2012 (Comisión Europea 2012) muestran que el nivel del gasto público asociado a protección en la vejez aumentará en alrededor de 4 puntos porcentuales del PIB en la Unión Europea en los próximos cincuenta años, a pesar de los ajustes ya realizados. Esto parece difícil de solventar en las condiciones actuales y con casi total seguridad los sistemas tradicionales soportarán al menos dos cambios: nuevos ajustes paramétricos que reducirán el valor de las pensiones bajo la modalidad de beneficio definido, y un rol más importante de un componente de contribución definida de carácter individual, posiblemente obligatorio y sujeto a beneficios tributarios. El resultado final será que los trabajadores de ingresos medios y altos vivirán una vejez con ingresos más volátiles y menos seguros que los de las actuales generaciones de jubilados, por lo menos para aquellos montos que superen un mínimo garantizado por el sistema de beneficio definido que puedan solventar los respectivos gobiernos.

Para los componentes de capitalización individual, a los ancianos se les presentan varios riesgos: uno puede ser la escasez de aportes, ya sea por la informalidad, por desempleo o por salida voluntaria, lo que es más frecuente en mujeres con hijos pequeños. Un segundo riesgo es de tipo financiero y está asociado a los cambios en el valor de los fondos acumulados por fluctuaciones en la rentabilidad. Estos dos factores son muy importantes en la etapa de acumulación de ahorros. Una vez que la persona alcanza la edad de jubilación normalmente puede optar por contratar una renta vitalicia con una compañía de seguros de vida, en cuyo caso existe el riesgo de que pueda quebrar. La otra opción es que retire gradualmente sus fondos, pero persiste el riesgo financiero y además se agrega el riesgo de longevidad, definido como la probabilidad de sobrevivir al agotamiento de los fondos, a pesar de aplicar un retiro programado de estos en función de tablas actuariales aceptadas. Los gobiernos intervienen para reducir estos riesgos, ya sea financiando pensiones mínimas a quienes no alcanzan a realizar aportes suficientes, o estableciendo seguros o garantías para cubrir la quiebra de compañías de seguros, por ejemplo. Sin embargo, siempre queda un elemento de riesgo residual.

Frente a estos problemas y con independencia del tipo de sistema de pensiones, el gran factor de mitigación es la posibilidad de postergar el retiro. Tal como veíamos en la sección anterior, sobre los cambios en el mundo del trabajo, es muy posible que la escasez de trabajadores asociada al envejecimiento, en conjunción con nuevas tecnologías que facilitan el trabajo a distancia, así como con una mayor utilización de las jornadas de trabajo parcial, creen un entorno que haga esto mucho más frecuente que lo que vemos hoy.

Los países de ingresos medios, en los que la cobertura de los sistemas de pensiones está limitada por la informalidad en el mercado de trabajo, deben aceptar el múltiple desafío de construir sistemas de pensiones inclusivos, dotar de una cobertura mínima garantizada por el Estado a los jubilados más pobres que no son capaces de alcanzar los niveles mínimos de pensión con sus cotizaciones y, al mismo tiempo generar incentivos para la formalización de los mercados de trabajo. Varios países en este grupo están construyendo sistemas mixtos, garantías de pensiones mínimas respaldadas por el Estado y mecanismos de contribución definida para financiar pensiones con tasas de reemplazo adecuadas para los trabajadores de ingresos medios y altos. El balance es difícil porque en muchos de ellos coexisten estos mecanismos con esquemas muy generosos de beneficio definido, como es el caso de los trabajadores del sector público, o los de la petrolera estatal (PEMEX) en México. Por otra parte, la mayoría de estos países tiene una capacidad limitada para gravar los ingresos privados y la presión tributaria rara vez supera el 20 % del PIB, mientras que todavía deben ampliar la cobertura y la calidad de la educación para atender a las últimas generaciones masivas de jóvenes.

Hoy parece razonable afirmar que la humanidad ya ha llegado a una etapa intensiva de explotación de las capacidades del planeta. Aumentos de la población y de las condiciones materiales de vida requieren cambios tecnológicos profundos que permitan aumentar las actuales capacidades del planeta o bien reducir los impactos adversos de las actividades humanas sobre ellas.

China es un caso extremo en este grupo, por las magnitudes involucradas y por la rapidez del cambio demográfico. En su favor juega la voluntad que ha mostrado el gobierno para experimentar con distintos modelos de pensiones y para poner en marcha muy pronto un sistema amplio que combina muchos de los elementos que hemos descrito antes. Este grupo de países tiene ante sí una carrera entre el progreso económico y el rápido envejecimiento de la población. Tal como describen muy bien Jackson y Howe (2004), los países desarrollados se enriquecieron primero y envejecieron después, siendo Japón quizás el último país que consiguió esto justo a tiempo. Los actuales PEDNP corren el serio peligro de envejecer antes de enriquecer, lo que podría ser una fuente de grandes tensiones, con el riesgo de terminar frustrando las expectativas de crecimiento.

Por último, tenemos los PMP que no cuentan todavía con sistemas de protección de ingresos para la vejez y donde la población todavía seguirá creciendo a un ritmo elevado en las próximas décadas. Estos países generalmente no tienen los ingresos ni la solidez institucional para construir sistemas de este tipo contando solamente con sus escasos recursos. Para ellos todavía es una prioridad esencial sentar las bases de sistemas educacionales y sanitarios que privilegien el desarrollo de los jóvenes, para poder aspirar a un crecimiento económico futuro. Sin embargo, en la medida de lo posible, deberían ir construyendo sistemas de seguridad inclusivos y con incentivos enfocados a promover el ahorro y la formalidad laboral, justamente para apoyar y no trabar el proceso de crecimiento económico. Algunos autores como Sachs (2005) han argumentado a favor de proporcionar ayuda económica para que estos países puedan poner en marcha procesos de crecimiento autosostenido. Parte de esa ayuda debería apoyar la creación de instituciones de seguridad social inclusivas, evitando que se conviertan en mecanismos de capturas de rentas por grupos más cercanos al poder, lo que podría terminar frustrando las expectativas de progreso de estos países (Acemoglu y Robinson 2012). Si fracasan, es muy probable que la caída en las tasas de fecundidad que suele acompañar al crecimiento económico se postergue, y con ello estos países mantengan tasas elevadas de crecimiento de la población, multiplicando el riesgo de desastres humanitarios y ecológicos que podrían tener alcances globales.

Algunas consecuencias políticas del envejecimiento global

La explosión demográfica de los últimos dos siglos y medio en buena medida se explica por la ampliación en la disponibilidad de recursos gracias a los avances tecnológicos y económicos, especialmente la aplicación de energías fósiles a las actividades productivas y de transporte asociados a la Revolución industrial. A comienzos del siglo XXI, cuando los países en desarrollo que comprenden más del 80 % de la población mundial están entrando en un proceso de crecimiento económico acelerado, cerrando gradualmente las brechas de ingreso respecto de las economías más avanzadas del mundo, hay síntomas de que la restricción de recursos a nivel global puede volver a ser un factor limitante de las actividades humanas y en último término poner un freno al aumento de la población. Por una parte, los precios relativos de alimentos, energía y metales han aumentado significativamente desde mediados de la década anterior. Lo que al comienzo parecía un ciclo habitual de precios de materias primas, tiene hoy convencidos a muchos de que hemos entrado a un “superciclo” derivado de problemas para abastecer el fuerte aumento de la demanda por estos recursos provenientes del mundo en desarrollo. Sin embargo, a nivel global también aparecen amenazas derivadas de la limitada capacidad del planeta para absorber desechos y emisiones, sin que ello afecte a variables clave como el clima (Wilson 2002; Sachs 2008).

Algunos de estos problemas, especialmente los derivados de la escasez de recursos, han sido resueltos en el pasado gracias a los avances tecnológicos, lo que ha permitido que en la mayoría de los casos los precios de las materias primas muestren una tendencia decreciente o constante en plazos muy largos. Si bien el tema de la eventual escasez de lo que hoy son fuentes de energía tradicional (hidrocarburos) parece especialmente crítico por su relevancia para todas las actividades humanas, se observa una capacidad de respuesta de la innovación a los altos precios de la energía que permite tener confianza en que la tecnología será capaz de dar las respuestas, aunque sin certeza respecto de la oportunidad y forma de esa respuesta. Por sí solas, las limitaciones de recursos no parecen ser hoy los obstáculos que puedan cambiar radicalmente el panorama demográfico en el presente siglo.

Sin embargo, los potenciales efectos sobre el clima y la contaminación son problemas más difíciles de abordar. Por una parte, sus efectos son acumulativos y tardan más en manifestarse. Por otra, en la mayoría de los casos hay externalidades que impiden que los costes asociados a estos problemas se reflejen adecuadamente en los precios, por lo que las personas, empresas y gobiernos no tienen incentivos directos para cambiar. Estos problemas se ven agravados por ser fenómenos de carácter global, y por la inexistencia de entes supranacionales con capacidad normativa y ejecutiva para abordar este tipo de problemas. Adicionalmente, la investigación científica sobre estas cuestiones es todavía muy reciente y persisten muchas incógnitas.

Hoy parece razonable afirmar que la humanidad ya ha llegado a una etapa intensiva de explotación de las capacidades del planeta. Aumentos de la población y de las condiciones materiales de vida requieren cambios tecnológicos profundos que permitan aumentar las actuales capacidades del planeta o bien reducir los impactos adversos de las actividades humanas sobre ellas. Como estos cambios no ocurren en forma continua y universal, es altamente probable que en las décadas venideras aumenten los conflictos por recursos, por una parte, y que países o comunidades sufran calamidades derivadas de fenómenos climáticos. Estos no se distribuirán de forma homogénea y afectarán de distinta manera a diversos países y comunidades, dependiendo, entre otras cosas, de su nivel de desarrollo económico, su perfil demográfico y también de su geografía.

En aquellos países más avanzados en la transición demográfica y que en su gran mayoría pertenecen al grupo de las economías más desarrolladas del mundo (China y Rusia serían las excepciones más importantes), el mayor desafío será balancear adecuadamente las demandas por mayor protección social en la vejez, con los cambios necesarios para conseguir aumentos sostenidos en la productividad. Una esfera donde se manifestarán estas tensiones es en el ámbito fiscal. La evidencia de las últimas dos décadas, especialmente en Japón y Europa, es que la disputa por estos recursos normalmente se termina traduciendo en mayor gasto en salud y seguridad social, compensados al menos en parte con rebajas en los gastos en defensa. Tal como destacan algunos analistas, esto posiblemente se traduzca en un aumento en la brecha de capacidades militares entre Estados Unidos y el resto de los países desarrollados, gracias a que dicho país sufre menos presiones por envejecimiento de su población (Jackson y Howe 2008; Haas 2012). Sin embargo, es posible que la actual supremacía de Estados Unidos sea cada menos eficaz en conflictos no convencionales en zonas alejadas y que requieran grandes despliegues de tropas, así como podrían ser eventuales crisis por recursos escasos a nivel local (agua, alimentos).

Otra área problemática para estos países y que de alguna manera se percibe actualmente en Japón es el balance entre las demandas de una población anciana, cada vez más numerosa y con mayor peso político y las de familias más jóvenes cuyas prioridades están sesgadas por horizontes de referencia más largos. Notas recientes de prensa respecto a Japón han destacado la preferencia de los pensionistas por un yen fuerte que abarate su consumo, lo que entra en conflicto con las de los trabajadores que ven amenazados sus empleos y salarios por la pérdida de competitividad. También se han mencionado conflictos por la agenda de reconstrucción de las zonas arrasadas por el maremoto de 2011, donde los ancianos presionan por una reconstrucción rápida y con pocos cambios, mientras las parejas más jóvenes están dispuestas a esperar más tiempo a cambio de mejoras en el entorno urbano.

China y Rusia, por su parte, harán frente a grandes tensiones derivadas del rápido aumento de la proporción de ancianos y la disminución en términos absolutos de su población en edad de trabajar. En términos macroeconómicos esto casi con seguridad va a significar una disminución relativa del ahorro nacional y un aumento del consumo, con impactos posiblemente positivos sobre los desequilibrios globales, pero con efectos menos evidentes en el escenario económico y social a nivel nacional. La demanda de mayor cobertura de previsión, salud y cuidados extendidos para los más ancianos va a provocar fuertes tensiones sobre la capacidad para diseñar e implementar instituciones, así como sobre la asignación de recursos fiscales. Es muy difícil que en esas condiciones estos países puedan mantener las actuales tasas de inversión y gasto militar. Además, ambos países son vulnerables a los efectos del cambio climático y deberán destinar cantidades crecientes de recursos a adaptarse. La gran duda es si en ese contexto serán capaces de mantener tasas de crecimiento elevadas. En el resto de los países de ingresos medios que están en las últimas etapas de la transición demográfica la situación es muy diversa, pero con algunos matices positivos comunes: todavía tienen por delante un par de décadas de “bono demográfico” en que crece en términos absolutos la población en edad de trabajar, en momentos en que comienza a disminuir la presión por ampliar la cobertura en el sistema educacional. Sus clases medias serán cada vez más extensas y los “bolsones de jóvenes” (youth bulges) se irán diluyendo, de manera que el riesgo de conflictividad social y quiebra de los sistemas democráticos podría disminuir (Madsen 2012; Urdai 2012). Sin embargo, también presentan vulnerabilidades derivadas de la insuficiente cobertura de la seguridad social y, en algunos casos, posibles impactos negativos derivados del cambio climático y dependencia de algunos recursos naturales. Dada la magnitud de este grupo y el hecho de que concentra el 40 % del aumento de la población mundial y de más de la mitad del PIB mundial en los próximos cuarenta años, lo que ocurra en este segmento será crucial para marcar la evolución del mapa de distribución del poder económico y social en el siglo, así como de la posibilidad de encarar con éxito los desafíos para contener y adaptarse al cambio climático. A nivel global, la lucha por los recursos y para hacer sostenible el desarrollo de la humanidad se va a dar en este grupo de países.

Por último, tenemos el grupo de países donde está comenzando la transición demográfica y que coinciden con los países más pobres del planeta. Esta zona será posiblemente el foco de los mayores conflictos por recursos y desastres ambientales, tanto por su vulnerabilidad al clima (por su fuerte dependencia de la agricultura para la subsistencia de gran parte de su población) como por la debilidad de sus instituciones y falta de recursos para adaptarse y mitigar estos problemas. Si bien ellos no tienen que afrontar todavía una presión por extender masivamente la seguridad social, sí la tienen para alimentar, proveer de salud y educación a su grande y creciente cantidad de niños. Por otra parte, muchos de ellos todavía deben encarar varias décadas con una elevada proporción de jóvenes, lo que implica una posible mayor probabilidad de que las tensiones desemboquen en conflictos armados. Parece difícil que estos países puedan resolver estos problemas por sí mismos y salir adelante sin ayuda del resto del mundo.

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Notas

  1. Este trabajo es el resultado de investigaciones realizadas cuando los autores eran miembros del Servicio de Estudios de BBVA y agradecemos la oportunidad y el apoyo brindado en ese entonces por Fernando Gutiérrez y José Luis Escrivá. Agradecemos también la colaboración de Angie Suárez y Stephanie Alfaro.
  2. Livi-Bacci (2012) distingue al menos dos anteriores: cuando se constituyen comunidades organizadas de clanes cazadores y recolectores, y la segunda asociada al establecimiento de poblaciones sedentarias organizadas en torno a la agricultura.
  3. Estados Unidos es la principal excepción a esta regla, gracias en parte a la inmigración y al hecho de que las primeras generaciones de inmigrantes tienen mayores tasas de fecundidad.
  4. Nótese que las proyecciones de Naciones Unidas suponen una recuperación de las tasas de fecundidad en estos países, lo que mantiene estable la TDJ. Sin embargo, si ellas no suben, la TDJ debería bajar algo, pero a costa de un aumento posterior de la TDV.
  5. Para mayores detalles véase Moreno y Vial (2010).
  6. En este grupo está la mayor parte de Europa, Canadá, y algunos países asiáticos como Japón y Singapur.
  7. En este grupo está la mayoría de América Latina, Europa emergente, China y otros en Asia emergente.
  8. Tal como describe Fishman (2010), la solvencia de los sistemas de prestación de servicios fundamentales para los ancianos posiblemente descanse en la posibilidad de atraer trabajadores migrantes de bajo costo para que realicen la mayor parte de esas tareas.
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