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Artículo del libro La era de la perplejidad. Repensar el mundo que conocíamos

La crisis de la reproducción social y el fin del trabajo

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Se ha prestado mucha atención a la crisis del empleo y a las amenazas y las oportunidades planteadas por la creciente automatización; en cambio, se ha dedicado mucha menos atención a la asistencia a las personas. Este artículo examina la organización cambiante de la reproducción social en las sociedades más ricas y describe la crisis emergente de la asistencia social, provocada por la retirada del estado, el estancamiento de los sueldos y el envejecimiento de la población. Finalmente, el artículo plantea una visión post laboral de la asistencia social que responde a esta crisis.

En los últimos años ha habido muchos debates sobre la «crisis de empleo» en los que académicos y periodistas han señalado tendencias potencialmente preocupantes en el mercado laboral. Somos cada vez más conscientes de que las sociedades ricas se están enfrentando al fin de los «buenos trabajos» y al ascenso del empleo precario, temporal y con unos sueldos bajos. A lo largo de las últimas cuatro décadas hemos asistido a un aumento espectacular de la desigualdad en materia de ingresos; los empleos con sueldos medios han ido desapareciendo (muchos han sido externalizados hacia zonas «más baratas» del mundo), lo que ha dado lugar a una gran masa de gente en la base y un número de personas cada vez menor en la cúspide (Goos et al., 2009; Autor y Dorn, 2013). Tras la crisis de 2008, las economías ricas tuvieron niveles altos de desempleo y una recuperación muy lenta de los índices de ocupación. Ahora, una nueva oleada de avances tecnológicos amenaza con automatizar muchos de los actuales puestos de trabajo, y el futuro augura que cada vez más trabajadores quedarán en paro o caerán en el subempleo. El resultado es una creciente población que carece de los medios para sobrevivir fuera del capitalismo y de los empleos necesarios para hacerlo dentro de él. Hay por tanto motivos para sentir una honda preocupación, tal y como ha quedado reflejado en multitud de informes de think tanks, simposios internacionales y estudios de amplio alcance sobre el futuro del trabajo (Srnicek y Williams, 2015; Goos, 2013; «World Employment and Social Outlook, 2015).

Pese a que es alentador comprobar que estos asuntos van ganando visibilidad cultural y son incorporados a la agenda política, estas observaciones sobre el panorama laboral tienden a ignorar el alcance real del problema. Al priorizar una visión estrecha del empleo, otras actividades (remuneradas y no remuneradas) quedan fuera del relato sobre la crisis y las posibles soluciones. Es muy común que, los analistas no logren captar el carácter sistémico e integral de los problemas actuales, esto es, hasta qué punto la crisis del «empleo» es también una crisis del «hogar» y viceversa. En este ensayo intentaremos comprender mejor los retos a los que se enfrenta hoy en día el empleo en las sociedades ricas y plantear propuestas para afrontarlos. Para ello, nos centraremos en un concepto complejo, intrincado y difuso, el del «cuidado». En primer lugar, explicaremos qué es la reproducción social y analizaremos su papel en las culturas laborales contemporáneas, y a continuación procederemos a señalar la creciente importancia de la prestación de cuidados para las sociedades del siglo XXI en el hemisferio norte. En efecto, al fijarnos en las tendencias emergentes y evaluar posibles escenarios económicos, vemos que el cuidado merece distinguirse y separarse del concepto paraguas de «trabajo en el sector servicios» (y de «economías basadas en los servicios»), y llegamos a la conclusión de que las sociedades de renta alta están a punto de convertirse en economías basadas predominantemente en el cuidado. En la parte final, se plantearán una serie de posibles soluciones para enfrentar la creciente crisis del cuidado.

Las tres esferas del trabajo reproductivo

«Reproducción social» o «trabajo reproductivo» son términos que describen las actividades que sirven para formar a los futuros trabajadores, renovar la mano de obra actual y mantener a quienes no pueden trabajar; es decir, el conjunto de tareas que preservan y reproducen la vida, tanto a diario como generación tras generación. La reproducción social consiste, a grandes rasgos, en cuidar directamente de uno mismo y de los demás (el cuidado de los niños y de los mayores y la asistencia médica), manteniendo los espacios físicos y organizando los recursos como parte del proceso indirecto de cuidar de uno mismo y de los demás (hacer la limpieza, hacer la compra o reparar cosas), y de asegurar la reproducción de la especie (tener hijos). Estas son, en pocas palabras, las tareas cotidianas relacionadas con el hecho de permanecer vivo y ayudar a los demás a seguir con vida, que tradicionalmente han llevado a cabo las mujeres por un sueldo exiguo o sin cobrar nada. También son formas de trabajo que tienden a ser ignoradas en los debates actuales sobre el empleo. Al producir y mantener a los trabajadores, el trabajo reproductivo exige ser considerado la base del capitalismo global. Como marco teórico, el análisis de la reproducción social insiste en las complejas y profundas maneras en que las actividades destinadas a proporcionar cuidados, relacionadas históricamente con uno de los dos sexos, están ligadas a los imperativos del capitalismo.

Tradicionalmente, a la reproducción social se le ha asignado el papel de interfaz entre una esfera reproductiva (en el hogar) y una esfera productiva (en el puesto de trabajo). Se consideraba que la esfera reproductiva abarcaba el conjunto de actividades concretas llevadas a cabo para reproducir al (masculinizado) trabajador asalariado: cocinar, limpiar, cuidar de los hijos, etc. En cambio, la esfera productiva representaba aquellas actividades que producían bienes y servicios: soldar, programar, coser, etc. Pese a ello, una distinción basada solo en las actividades concretas resulta insuficiente, dado que esas mismas actividades concretas pueden asignarse a una esfera distinta en función del contexto social (Endnotes, 2013: 62). Por ejemplo, una madre que lleva sus hijos a la escuela ocupa en el capitalismo un puesto estructural distinto del de una niñera que lleva al colegio a los hijos de otros, a pesar de que las actividades concretas son idénticas.

¿Qué distinción puede ayudarnos a comprender la producción y la reproducción social? ¿Cómo entendemos las relaciones estructurales entre el capitalismo como el proceso de acumulación y la reproducción social como el proceso de multiplicación de los trabajadores asalariados? Al responder a estas preguntas seguimos el trabajo del colectivo Endnotes, que distingue entre las esferas según su relación con el mercado y la acumulación de capital. Puede que la distinción más relevante sea la establecida entre una esfera mediada directamente por el mercado y otra mediada indirectamente por él. Las actividades que tienen lugar en la primera (incluidas las realizadas en el hogar o para reproducir la mano de obra, a cambio de un sueldo) están sujetas a los imperativos de la acumulación de capital: entrañan una compulsión para mejorar la productividad del proceso laboral y la eficacia del proceso productivo, todo ello subsumido en la exigencia de que las actividades generen un beneficio. El mercado ejerce una fuerza directa sobre la organización y el rendimiento de las actividades. Un proceso laboral demasiado lento o ineficiente es aquel que produce bienes que son demasiado caros en comparación con sus competidores, y acabará por ser expulsado del mercado. Por el contrario, las actividades que tienen lugar en la esfera mediada indirectamente por el mercado no se ven sujetas de la misma forma a dichos imperativos. No obstante, esta esfera no queda completamente excluida de la lógica de mercado; el tiempo no remunerado necesario para el trabajo reproductivo puede implicar que quede menos para realizar un trabajo pagado. Las exigencias del trabajo remunerado pueden, por tanto, ejercer una fuerza sobre otras actividades, aunque de forma más tortuosa. La organización de actividades mediadas indirectamente por el mercado está también determinada por aspectos como el patriarcado, la violencia de género y (en situaciones mejores) la cooperación (Endnotes, 2013: 65).

Al producir y mantener a los trabajadores, el trabajo productivo exige ser considerado la base del capitalismo global.

Pese a todo, es importante señalar que el carácter directo o indirecto de la mediación del mercado no puede dar cuenta, por sí sola, de la dinámica de la reproducción social en las culturas laborales actuales. Tal y como subraya Endnotes, debemos incluir una distinción entre las actividades pagadas y las no remuneradas; una distinción que no se corresponde de un modo exacto con la separación categórica entre el trabajo mediado directa o indirectamente por el mercado. El sector público constituye un ejemplo clave: trabajadores como las enfermeras del Servicio Nacional de Salud británico llevan a cabo tareas en favor de la reproducción social y reciben un sueldo a cambio, pero no están directamente relacionadas con la lógica de la acumulación. Su trabajo supone un coste directo para el capital, obtenido mediante los impuestos sobre el excedente social y los sueldos. Se trata a todas luces de una esfera que se encuentra más allá de la lógica directa del mercado (que está, por tanto, mediada indirectamente por él), pero que también se sustenta en el trabajo remunerado (al contrario que las actividades que realizamos con y para nuestra familia o que llevamos a cabo para el mantenimiento de nuestro hogar).

Así pues, Endnotes detecta en última instancia la existencia de tres esferas: la mediada directamente por el mercado, la remunerada y mediada indirectamente por el mercado, y la no remunerada y mediada indirectamente por el mercado.1 Nos referiremos a estas tres esferas de la reproducción social como las tres «P»: trabajo reproductivo privatizado (mediado directamente por el mercado), público (remunerado y mediado indirectamente por el mercado) o personal (no remunerado y mediado indirectamente por el mercado). Estas categorías corren el riesgo de pasar por alto divisiones adicionales, como la existente entre los mercados de trabajo formales e informales, y por tanto requerirán de posteriores aclaraciones a medida que avancemos en el artículo. Sin embargo, al enmarcar el trabajo en estos términos esperamos asegurarnos de que se tenga en cuenta un abanico más amplio de trabajos reproductivos y que se incluya en el análisis sobre el futuro del empleo. Después de todo, hay más de una esfera y de una forma de trabajo involucradas en la crisis actual.

La crisis del trabajo reproductivo

Se ha dado una brusca transición en las formas en que se ha organizado la reproducción social en las sociedades ricas desde mediados del siglo xx. El capitalismo keynesiano se caracterizaba por el predominio del núcleo familiar heterosexual (como ideal al que aspirar, más que como una realidad distribuida uniformemente) y por la norma de los «ingresos familiares». En este modelo, se esperaba que el trabajo reproductivo recayera a tiempo completo en una mujer económicamente dependiente. La mayor parte de los estados de bienestar liberales y corporativos ofrecieron poca asistencia en términos de trabajo reproductivo durante este período, y como resultado de ello tendían a confiar en gran medida en las estructuras familiares tradicionales. El Estado solo empezó a ocuparse de la reproducción social en los regímenes socialdemócratas, usando los impuestos sobre el excedente social como medio para transferir algunos aspectos del trabajo reproductivo a la esfera pública.2 Ello incluía la socialización parcial de servicios no mercantilizados como la educación y el cuidado de los niños, una medida que permitió gradualmente a las mujeres integrarse cada vez más en el mercado laboral (aunque cabe señalar que muchas mujeres de la clase trabajadora, especialmente las que no eran blancas, se habían visto obligadas desde hacía mucho a realizar trabajos remunerados fuera del hogar). Sin embargo, incluso en la socialdemocracia, el Estado seguía dependiendo en gran medida del infravalorado trabajo reproductivo de las mujeres, un aspecto en el que las feministas de la época hacían mucho hincapié.

Bajo el capitalismo neoliberal de la década de 1970 en adelante, este enfoque con respecto a la reproducción social sufrió una transformación importante. En gran medida, la pauta de los ingresos familiares a la que se aspiraba desapareció a partir de entonces, ya que acabó resultando materialmente imposible para todos salvo para unos pocos privilegiados. Muchas economías de renta alta han asistido a un descenso de los sueldos reales; por ejemplo, el Reino Unido se está enfrentando a la peor década en lo tocante al incremento salarial desde la época napoleónica. Como era de esperar, estos cambios han requerido un aumento sustancial del número de horas en el puesto de trabajo asalariado, necesarias para la propia subsistencia, mantener un hogar y proporcionar un apoyo económico continuo a otros. Además de todo esto, se ha producido un recorte radical del gasto público destinado a la reproducción social, algo que ha dejado sin apoyo gubernamental al trabajo reproductivo mientras que las personas que llevaban a cabo este trabajo no remunerado, se ven forzados a buscar empleos. El resultado es una crisis de los cuidados que afecta al trabajo reproductivo tanto público como personal. La gente no puede ni ofrecer apoyo a las personas dependientes que viven en su hogar (por el agotamiento de los recursos económicos, emocionales, mentales y/o de tiempo) ni confiar en el Estado para atenderlas adecuadamente (Rai et al., 2014; Elson, 2012).

BBVA-OpenMind-Libro 2018-Perplejidad-Srnicek-Hester-igualdad-Una activista sostiene un cartel en la Quinta Avenida durante la Marcha de las Mujeres el 21 de enero de 2017, en Nueva York.
Una activista sostiene un cartel en la Quinta Avenida durante la Marcha de las Mujeres el 21 de enero de 2017, en Nueva York.

La respuesta ha sido, en el caso de quienes se lo pueden permitir, recurrir cada vez más a un intercambio mediado por el mercado. Un porcentaje creciente de las tareas domésticas están siendo compradas directamente como bienes y servicios o indirectamente a través de trabajo reproductivo privatizado. Algunos elementos de la reproducción social se delegan cada vez más en una clase hiperexplotada de limpiadoras, niñeras y otros trabajadores asistenciales (a menudo se trata de mujeres insertadas en cadenas globales que se ocupan de facilitar cuidados). Esto ha conducido a un enfoque dual de la reproducción social, en virtud del cual los ricos pueden permitirse sustitutos privatizados, mientras que aquellos con ingresos más bajos trabajan cada vez más en proporcionar esos servicios. A falta de una provisión pública adecuada, la reproducción social está recayendo en las esferas privatizada o personal de una forma profundamente marcada por la desigualdad de ingresos. Si bien la crisis general del empleo que hemos estado describiendo aquí es a todas luces un problema masivo, sus efectos se distribuyen de forma distinta según la raza, el sexo y la clase social. Como es habitual, son las mujeres pobres las que se están llevando la peor parte en estos cambios.

La oferta de trabajo reproductivo suele ser bastante inestable dada la alta tasa de rotación en este campo.

En resumidas cuentas, pues, las actividades de reproducción social se han privatizado cada vez más y han recaído todavía más en la esfera personal (de la que, para empezar, nunca escaparon del todo) como resultado de la reducción de la provisión de formas públicas de trabajo reproductivo. Se está produciendo una necesidad creciente de apoyo como consecuencia de la necesidad de más gente que trabaje más horas para sobrevivir, así como un aumento de los costes asociados a este apoyo al externalizarse la reproducción social al mercado en lugar de al Estado. Además, la oferta de trabajo reproductivo suele ser bastante inestable dada la alta tasa de rotación en este campo; este es el resultado inevitable de que los trabajadores asistenciales de la esfera privada se enfrenten a un sueldo miserable, a la inseguridad laboral, a unas malas condiciones y, con frecuencia, a complejas responsabilidades personales de cuidado de otros. El trabajo asistencial es trabajo (independientemente de si está privatizado, es público o personal), y desempeña un papel crucial en los complejos y sistémicos retos de hoy en día. Su trascendencia queda clara cuando evaluamos la importancia del trabajo reproductivo para las actuales economías ricas. Como veremos, estas se están viendo dominadas por los trabajos asociados a los cuidados, al mantenimiento y a la reproducción tanto en términos de empleo como del producto interior bruto (PIB), dos formas limitadas y convencionales, pero culturalmente muy comprensibles, de calibrar la importancia y el valor social.

Hacia una economía de los cuidados

Normalmente, cuando la gente imagina la economía, evoca la imagen de una fábrica (tal vez de automóviles) y luego basa sus consideraciones de sentido común en ese imaginario. O quizá, tras la era de la desindustrialización, la gente se forma cada vez más la imagen de una economía basada en los servicios con un oficinista sentado frente a un ordenador. Pese a ello, «servicio» es una categoría amplia y dispar que incluye al banquero que gana millones con operaciones de inversión y al maestro que trabaja muchas horas, a la peluquera que batalla para llegar a fin de mes y a la limpiadora inmigrante que gana una miseria ejerciendo múltiples trabajos. Ciertamente, la del sector de los servicios es una categoría difusa que está perdiendo su utilidad descriptiva, pero un enfoque mejor podría consistir en desglosar la economía en distintos tipos de servicios en lugar de concebirla como una cadena continua de sectores. Una vez hecho esto, nos percataremos de que una parte enorme y creciente de las economías más ricas se orienta ahora hacia el trabajo reproductivo. Consideremos, por ejemplo, la asistencia sanitaria, un sector grande y cada vez mayor de la economía remunerada. En Estados Unidos, el coste de la asistencia sanitaria representa actualmente la mastodóntica cifra del 17,8 por ciento del PIB (Centres for Medicare and Medicaid Services, 2017), mientras que en Europa occidental sigue promediando un impresionante 10,4 por ciento del PIB (The Economist Intelligence Unit, 2016). Además, el aumento de los costes en asistencia sanitaria ha superado a la inflación en las economías desarrolladas, dando lugar a que se estén gastando cantidades cada vez mayores de nuestros recursos personales en estos servicios (Baumol, 2013). Lo que resulta interesante es que lo mismo cabe decir de las economías en vías de desarrollo: China multiplicó por cincuenta el gasto en asistencia sanitaria entre 1980 y 2005, y se prevé que lo multiplique por veinte hasta 2050 (Baumol, 2013: 100). Vale la pena destacar que la asistencia sanitaria es también una importantísima fuente de empleo, tanto público como privatizado. El Sistema Nacional de Salud británico, por ejemplo, se encuentra entre los mayores empleadores del mundo; en 2017 daba trabajo (directa e indirectamente) a alrededor de 1,9 millones de personas,3 y parece que estas cifras no harán sino aumentar en el futuro. Al examinar las proyecciones del gobierno estadounidense acerca del crecimiento del empleo hasta 2024, un periodista señaló recientemente que «nueve de las doce ocupaciones de mayor crecimiento son formas distintas de decir “enfermera”» (Appelbaum, 2017). El sector de la asistencia sanitaria es, por tanto, un gigante desde el punto de vista del empleo, y cada vez lo es más en cuanto al porcentaje del PIB que representa.

El cuidado infantil también constituye una parte importante y creciente del empleo privatizado, en parte como resultado de la crisis de la reproducción social descrita en el apartado anterior. Aunque dichos cuidados suelen ser proporcionados de manera informal y no remunerada en la esfera personal (suelen hacerlo los padres y los miembros de la familia), un porcentaje creciente está adoptando la estructura de trabajo formal remunerado (por ejemplo, guarderías y jardines de infancia) e informal remunerado (por ejemplo, niñeras), y se dan unas tendencias similares en el caso de la educación y la asistencia social (por esta última entendemos aquí los cuidados paliativos, la asistencia doméstica, los cuidados en residencias para la tercera edad y los servicios de cuidados personales). Al calcular los gastos en cada uno de estos ámbitos (dejando de lado algunos como hacer la colada, limpiar, el trabajo de índole sexual y las reparaciones domésticas, para los cuales apenas hay datos o ninguno en absoluto), vemos que la reproducción social supone buena parte de las economías capitalistas avanzadas. Tal y como destaca el gráfico 1, los gastos en los países del G7 oscilan entre el 15 por ciento del PIB en el caso de Italia y casi el 25 por ciento del PIB en Estados Unidos. La reproducción social es, sencillamente, un sector del mercado importante y en rápido crecimiento.

Puede que el indicio más llamativo de que estamos viviendo cada vez más en una economía dominada por los cuidados, nos lo ofrezcan los trabajos reproductivos en los campos de la asistencia sanitaria, la educación, los servicios alimentarios, el alojamiento y el trabajo social como porcentaje de todo el empleo remunerado. A lo largo de los últimos cincuenta años ha habido una proliferación de estas tareas. Un porcentaje creciente de la población está recibiendo un sueldo por mantener la reproducción social, y, como destaca el gráfico 2, ahora emplea al 23-28 por ciento de la fuerza de trabajo. En el momento de su apogeo en la década de 1960, Estados Unidos empleaba al 30 por ciento en el sector manufacturero. Si en el pasado hablábamos de los puntales de la industria, hoy debemos hacerlo de las economías centradas en torno a la reproducción de sus fuerzas de trabajo. Estas tendencias, además, van a continuar, tal y como indican los datos relativos a los sectores laborales que más crecerán en Estados Unidos entre 2014 y 2024. Un análisis de estos datos revela que la gran mayoría de los sectores en crecimiento (incluidos los cuatro principales) ofrecen empleos que tienen que ver con la reproducción social remunerada, y podemos encontrar datos similares en el caso del Reino Unido, donde nuestros cálculos indican que el 47 por ciento del aumento total del número de empleos tendrá lugar en los sectores de la reproducción social.4 Como sugieren estas cifras, estamos siendo testigos del auge de una economía de los cuidados.

Un niño descansa sobre el hombro de su madre en el banco de alimentos West Side Campaign Against Hunger, en la ciudad de Nueva York. Muchos padres trabajadores se ven obligados a realizar horas extras para conseguir lo necesario para vivir. BBVA-OpenMind-Libro 2018-Perplejidad-Srnicek-Hester-Banco-de-Alimentos-NY
Un niño descansa sobre el hombro de su madre en el banco de alimentos West Side Campaign Against Hunger, en la ciudad de Nueva York. Muchos padres trabajadores se ven obligados a realizar horas extras para conseguir lo necesario para vivir.

Resolver la crisis

Así pues, ¿qué hay que hacer? Si la reproducción social está cada vez más en crisis (la demanda de servicios aumenta al tiempo que trabajadores no remunerados están accediendo al mercado laboral, los trabajadores remunerados se están enfrentando a unos salarios alarmantemente bajos y a unas condiciones laborales pésimas, y el Estado está recortando la provisión de servicios públicos), ¿cómo puede mantenerse la reproducción de la sociedad de forma que no exacerbe las actuales jerarquías de clase, etnia y género? Un teórico que ha tenido muy en cuenta estos asuntos es Nancy Fraser, que propone tres modelos ideales para resolver estos problemas.5 Cada uno de estos modelos organiza los cuidados de una forma distinta y tiene impactos diferenciales sobre las ideas de justicia e igualdad de género.

A su primer modelo, Fraser lo designa el modelo del sustentador universal, y puede que se dé de forma más completa en los países europeos con altos niveles de participación femenina en el mercado laboral (aunque, ideológicamente, se da de forma más intensa en Estados Unidos). En este enfoque, el salario familiar de la época de posguerra es reemplazado por los sueldos individuales con los que se mantiene cada persona. Sin embargo, dicho enfoque requiere de un adecuado respaldo gubernamental que no vaya en detrimento de los niños y de otras personas dependientes, esto incluye políticas ambiciosas en materia de permisos por maternidad o paternidad, cuidados infantiles con cobertura pública y/o desgravaciones para permitir a las familias sufragar los gastos, normalmente elevados, de los cuidados infantiles privados. La falta de estas coberturas impone unos límites estrictos a la participación igualitaria en el mercado laboral, tal y como se ha visto en Estados Unidos desde el año 2000, donde la falta de permisos por maternidad/paternidad subsidiados da lugar a un estancamiento de la participación de las mujeres en el mercado laboral (Blau y Kahn, 2013). Este modelo también requiere que los trabajadores del sector del cuidado reciban un salario adecuado para garantizar que el empleo les proporcione una remuneración suficiente para poder vivir. Actualmente, y con demasiada frecuencia, estos trabajadores caen en la pobreza y se enfrentan a largas jornadas laborales en un desesperado intento por llegar a fin de mes. En general, el modelo del sustentador universal podría reducir la pobreza, pero solo forzando a todo el mundo a trabajar más horas e idealizando el mundo «masculino» del empleo remunerado como la única opción respetable.

Un segundo enfoque es el modelo de paridad del cuidador, en el que el trabajo informal actualmente no remunerado, llevado a cabo sobre todo por mujeres, es valorado y apoyado como corresponde. En vez de canalizar a estos trabajadores hacia el mercado laboral formal remunerado, este modelo intenta reconocer el valor de ambas actividades y facilitar cualquier transición entre la esfera privatizada y la personal. Para que este modelo funcionara, debería proporcionarse apoyo gubernamental al trabajo personal de reproducción social, algo que podría requerir, por ejemplo, la concesión de subsidios a los cuidadores, que reconocerían y ayudarían a pagar el trabajo para cuidar de los niños y los enfermos de larga duración. También implicaría la existencia de empleos que apoyaran el trabajo a tiempo parcial y flexible para quienes tienen responsabilidades en el terreno de los cuidados, así como normativas jurídicas contra la discriminación basada en un posible embarazo. Tal y como señala Fraser, mientras que el primer modelo pretende llevar enteramente la reproducción social a la esfera mediada por el mercado, este último trata de conducirla al campo personal, pero con el respaldo del gobierno. Sin embargo, este modelo comporta de nuevo el riesgo de confinar a la mujer en el hogar, y no hace nada por intentar reducir la cantidad de trabajo que las personas tienen que asumir.

El último enfoque expuesto por Fraser es el modelo del cuidador universal. En lugar de conseguir que las mujeres se parezcan más a los hombres (empujándolas a ingresar en el mercado laboral) o de dejar a los hombres y las mujeres en esferas separadas (ayudando solo a las mujeres en el hogar), este enfoque propugna que los hombres asuman más trabajo de la esfera tradicional de la mujer. Si los hombres asumieran una mayor parte del trabajo reproductivo desempeñado en el hogar, las cargas se distribuirían más equitativamente y las jerarquías económicas condicionadas por el género se verían debilitadas. En este mundo, los que siempre se han considerado ritmos característicos de la vida de las mujeres (la transición entre el trabajo remunerado y el no remunerado) se convertirían en la norma que orientaría la política. Como resultado, los gobiernos buscarían implementar políticas que permitieran unas transiciones fáciles entre ambos; por ejemplo, eliminando las penalizaciones en el trabajo flexible y a tiempo parcial, y también ofrecerían ayudas a un sistema público de cuidados infantiles o a sistemas de cuidados comunitaria a los que se podría esperar que todos contribuyeran. Este modelo tiene la virtud de restringir significativamente el sesgo de género de la división actual del empleo, y también promete reducir un poco la carga total de trabajo. Pero ¿es esto suficiente?

Pensamos que un enfoque más adecuado (uno que esté en sintonía con los crecientes cambios que conlleva la automatización y con la demanda al alza de trabajos de asistencia social) sería el llamado modelo postrabajo. Este enfoque pretende explícitamente reducir el volumen de trabajo y la dependencia del empleo remunerado (vale la pena recordar que, al principio, el trabajo tal y como lo conocemos en la actualidad era considerado «esclavitud remunerada» como consecuencia de su capacidad para hacer que alguien dependiera de un patrono para sobrevivir). La mayoría de los futuros postrabajo evocan un mundo en el que los robots se quedarán al cargo de las fábricas y a veces incluso de las oficinas. Pero el mundo de la prestación de cuidados, curiosamente, queda fuera de estos imaginarios utópicos. La respuesta poslaboral ante la crisis del cuidado, sostiene, no obstante, que los principios del postrabajo pueden aplicarse a los mundos tanto del trabajo remunerado como del no remunerado. Esto implica por lo menos tres objetivos clave.

En primer lugar, deberíamos seguir abiertos al potencial de la automatización. Semejante actitud hacia la automatización de algunos tipos de trabajo reproductivo constituye un rechazo a la naturalización de dicho trabajo, a desestimarlo como si no se tratara de trabajo en absoluto, sino una expresión del yo (marcado por el género) o un pasatiempo personal gratificante. Aunque la robotización de la reproducción social no debería alabarse de manera imprudente, una tecnopolítica crítica del hogar y de otros espacios de reproducción social podría proporcionar beneficios reales. ¿Hay tareas que podrían tecnologizarse sin que ello tuviera un efecto negativo en la forma en que se experimentan estos espacios? Las tecnologías domésticas no tienen en verdad una larga historia detrás. Aunque muchos de nosotros no querríamos renunciar a nuestra lavadora, está claro que muchos de los aparatos que entran en el hogar no son más que mercancías con mucho bombo publicitario (relucientes, pero a menudo muy especializados, y no demasiado buenos a la hora de reducir la carga de trabajo (cortadores de verduras, máquinas para hacer granizados, etc.).

Sin embargo, debemos recordar que todavía estamos a la espera de los electrodomésticos que merecemos de verdad. Como apunta Judy Wajcman, buena parte de la tecnología de la que disponemos en el hogar nos llegó como una ocurrencia tardía, tras haber sido concebida originalmente para su uso militar o industrial (el microondas, por ejemplo, además de la lavadora, la aspiradora y la nevera). Estas tecnologías fueron introducidas en el ámbito doméstico privatizado desde varios ámbitos más públicos. Según Wajcman: «Dado que mucha de la tecnología doméstica tiene su origen en esferas muy distintas, en lugar de estar diseñada específicamente para ahorrar tiempo en el hogar, no es sorprendente que su impacto en el trabajo doméstico haya sido variable» (Wajcman, 2015: 122). Por usar una imagen casera, no debemos tirar el bebé con el agua del baño: el concepto del hogar tecnologizado puede reinventarse activamente y las culturas del diseño tecnológico, cuestionarse. Podría pensarse en la automatización doméstica como en un aliado en la búsqueda de autonomía temporal, aunque, obviamente, esto implicaría un programa mucho más amplio de cambio político progresivo.

Debemos pensar asimismo en qué tecnologías deseamos incluir bajo el paraguas de la automatización doméstica. ¿Qué hay de las tecnologías de asistencia, por ejemplo? ¿Sentiríamos algo distinto por los robots que nos proporcionaran compañía y cuidados de lo que sentiríamos por las máquinas destinadas a ayudarnos a caminar o a subir y bajar escaleras? ¿De dónde proceden estos tipos distintos de sentimiento y qué parte de ellos puede surgir de asunciones irreflexivas sobre el valor moral de la asistencia social (un valor moral que, dicho sea de paso, desde el principio se ha visto contaminado con ideas sobre la esfera privada ligada al género)? ¿Consideraríamos que el teléfono móvil, el ordenador personal, la bicicleta o la píldora anticonceptiva son tecnologías domésticas? Lo que queremos transmitir aquí es la idea de que, en lugar de descartar la automatización de la esfera doméstica en todas sus formas, deberíamos potenciar una distinción más sutil: una que se preocupe de los matices de tecnologías concretas, de las cuestiones del acceso, la propiedad y el diseño, y de la forma en que las ideas sobre el género y el trabajo acaban entrelazadas con los afectos que asociamos con la tecnología.

El segundo objetivo es que deberíamos reducir los niveles de exigencia domésticos. Algunas ideas relacionadas con el postrabajo señalan que el trabajo reproductivo es una fuente inagotable de satisfacción personal en virtud de la cual los trabajadores no tendrían ningún interés en reducir sus expectativas. De hecho, es interesante constatar con qué frecuencia se mencionan altos niveles de exigencia domésticos (es decir, extremadamente intensivos en trabajo) en la llamada «teorización postrabajo». El colectivo alemán Krisis Group menciona el hecho de que el trabajo que comporta «la preparación de una comida deliciosa» nunca será erradicado; el izquierdista antitrabajo André Gorz habla de «cuidar de una casa y decorarla, […] preparar buenas comidas, entretener a los invitados», etc. Aunque preparar la comida o ser hospitalario puede suponer una fuente de gran placer para algunos (cuando se llevan a cabo de forma autogestionada), situar estas cosas en el centro de unos escenarios futuros imaginados permite que el trabajo resurja de una forma implícita.

La búsqueda de la niñera ideal para el comienzo del año escolar preocupa a la mayoría de los padres antes del comienzo de las vacaciones. BBVA-OpenMind-Libro 2018-Perplejidad-Srnicek-Hester-conciliacion-familiar
La búsqueda de la niñera ideal para el comienzo del año escolar preocupa a la mayoría de los padres antes del comienzo de las vacaciones.
 

Para aquellos que deseen disponer de su tiempo para destinarlo a actividades que no sean cocinar, limpiar y cuidar de alguien, podría resultar aconsejable pensar menos en las cotas de esplendor doméstico a las que se puede aspirar y más en rebajar los niveles de exigencia socialmente aceptables en torno a tareas como la limpieza. El trabajo de feministas como Ellen Lupton, Ruth Schwartz Cowan y Judy Wajcman nos ha enseñado que una razón por la cual el tiempo empleado en las tareas domésticas no se redujo tras el auge de los electrodomésticos en el siglo XX fue que, a medida que los aparatos que permitían ahorrar trabajo se volvían más comunes, los niveles de exigencia aumentaban (Cowan, 1989). Se suponía que la limpieza tenía que hacerse más a fondo y más a menudo; que las actividades educativas a las que se suponía que uno tenía que dedicarse con sus hijos se volverían más frecuentes y tendrían más que ver con la búsqueda de una ventaja competitiva para ellos; que los alimentos que se suponía que uno tenía que preparar se volverían más complejos e implicarían más tiempo de elaboración; que los jardines delanteros estarían inmaculados, sin malas hierbas y marcados con unas franjas homogéneas y perfectas. Una vez más, aunque estas actividades no deberían ser erradicadas por respeto a quienes disfrutan con ellas, no se debería permitir que las expectativas sociales restrictivas se fosilizaran en torno al trabajo reproductivo. Debemos seguir enmarcando el activismo en torno al género y el trabajo en términos de la soberanía temporal, es decir, la capacidad de disponer de nuestro tiempo como queramos.

Por último, deberíamos repensar las condiciones de vida. ¿Qué significaría reestructurar de forma distinta la «vida familiar»? ¿Cómo podría esto formar parte de, y verse influido por, cambios en la estructura del trabajo remunerado y facilitar la entrada de las ideas postrabajo en el hogar aparentemente intocable? Alejarnos de la vivienda unifamiliar podría aportar formas de vida más sostenibles y eficientes desde el punto de vista energético, además de una reducción del trabajo necesario para su mantenimiento básico; quizá grupos de 10-12 personas en lugar de entre 1 y 4. Las cocinas, las lavanderías y los talleres comunitarios tienen el potencial de reducir el trabajo, y el hecho de que se trate de recursos utilizados por un mayor número de personas que en el hogar tradicional podría facilitar unas inversiones más elevadas en herramientas y tecnologías, incluidas las necesarias para la limpieza. Repensar el espacio en el que se vive podría ir más allá de pensar simplemente en paliar las dificultades; podría implicar avances positivos, como bibliotecas, estudios, mediatecas, laboratorios, huertos e instalaciones sanitarias de primeros auxilios altamente especializadas y comunitarias. ¿Qué podría ser el hogar si pudiera ser algo distinto?

El hogar, tal y como es en la actualidad (normalmente en forma del núcleo familiar, en la imaginación popular, por no decir que en la realidad), surgió en gran medida gracias a los cambios de las relaciones laborales. Las expectativas sobre lo que es y lo que hace «la familia» han desempeñado, de hecho, un papel crucial a la hora de determinar aspectos como los sueldos, las horas de trabajo y los servicios públicos. El umbral oficial de la pobreza en Estados Unidos fue fijado sobre la base de que cada hogar tendría una esposa que actuaría a modo de hábil gerente doméstica, que compraría con prudencia, cocinaría habilidosamente y prepararía todas las comidas en casa. La realidad es que muchos hogares nunca han tenido acceso a este fantástico recurso de reproducción social, la economista doméstica a tiempo completo, y el coste de la vida es realmente mucho mayor.

Al apartarnos de los discursos normalizadores de «la esfera privada» y la «familia», resulta dolorosamente evidente lo insatisfactorio que es el hogar como lugar de trabajo y lo mucho que los trabajadores domésticos podrían ganar rebelándose o protestando contra ello. Considerar el hogar de esta forma también nos anima a reconocer dónde y cómo las disposiciones espaciales y las prácticas laborales podrían conformar la visibilidad y la valoración del trabajo reproductivo, y lo escasos que han sido los intentos de abordar la monotonía del trabajo doméstico. Imaginar formas distintas de relaciones sociales asentadas en el hogar es también bastante esperanzador para aquellos que quizá sufran con unas relaciones tensas, infelices e incluso de maltrato con su familia biológica, algo que las personas homosexuales padecen con mucha más frecuencia. Si imaginásemos hogares más allá de la familia, podríamos abogar por la formación de grupos que elegirían una vida en común: una mezcla de familiares, amigos, camaradas y amantes. Estos nuevos tipos de familia podrían basarse en la afinidad, el afecto y unas visiones del mundo compartidas en lugar de en algo tan endeble como la mera coincidencia genética.

¿Dónde nos deja esto? Si pensamos que puede y debería hacerse algo para ayudar a mitigar los efectos de las estructuras de opresión actuales, entonces tiene sentido unir nuestras luchas contra la opresión por razones de género (incluida la distribución desigual del tiempo libre y de las tareas domésticas arduas y pesadas) a las luchas contra el trabajo. Ciertamente, lo que resulta necesario es, en muchas formas, una lucha por la sexualidad alternativa, una batalla contra el mito de los rasgos «femeninos» o «masculinos» asumidos y contra un sistema de géneros binario que simplemente moldea la división del trabajo; una lucha que comprende que los esfuerzos por redistribuir el trabajo (por generar un reparto más igualitario de las obligaciones y las oportunidades) se verán inevitablemente limitados hasta que nuestras ideas sobre el género sean derrocadas. Mientras la familia tradicional y cis-hetero-patriarcal, con sus divisiones de roles según el género, domine los horizontes de nuestra imaginación cultural, el trabajo y la soberanía sobre el tiempo seguirán estando repartidos injustamente. La izquierda debe dejar de enmarcar nuestros esfuerzos como si fueran en favor de «familias que trabajan sin descanso» (¡esto es precisamente aquello contra lo que deberíamos luchar!) y, en lugar de ello, movilizarse en pro del postrabajo, lo posgénero y el poscapitalismo.

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Notas

1 Esta categorización de la estructura básica de la reproducción social sitúa a la familia y al trabajo voluntario en la misma categoría no remunerada, lo cual creemos que supone un paso importante más allá de la asunción de que la familia biológica tradicional sea una unidad sacrosanta. Puede encontrarse un ejemplo que distingue entre el trabajo en el seno de la familia y el voluntario en Stark (2007), p. 14.

2 Las distinciones entre los estados de bienestar liberales, corporativistas y socialdemócratas proceden de la obra clásica de Gøsta Esping-Andersen (1989).

3 «NHS Is Fifth Biggest Employer in World»; «How Many NHS Employees Are There?».

4 Esto, de hecho, subestima la contribución de los empleos en el sector de la reproducción social, ya que muchos aparecen en categorías cuyos datos disponibles no están desagregados. Por lo tanto, la del 47 por ciento deberíamos considerarla una estimación conservadora.

5 El siguiente apartado recurre a los argumentos expuestos aquí: Fraser (2013), pp. 123-135.

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