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Fronteras de la ciencia económica

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«El mayor esfuerzo por investigar el funcionamiento real de las interacciones económicas ha sido realizado por la Economía del Desarrollo. »  

Este artículo trata sobre las diversas tendencias en el ámbito de la teoría económica a lo largo de las últimas décadas, y es completamente subjetivo y parcial. Con él no aspiro a presentar una visión global de la investigación actual en el terreno de la ciencia económica, más bien he preferido centrarme en algunos estudios recientes en los que se ha intentado ampliar los rígidos supuestos sobre los que se formuló la teoría del equilibrio general (EG) durante la segunda mitad del siglo xx. Los intentos por ampliar la descripción del comportamiento de individuos, empresas, gobiernos y la sociedad en general han tenido el efecto secundario de incrementar de manera significativa el carácter interdisciplinar de la investigación en ciencia económica. Estamos asistiendo a un solapamiento significativo con ciencia política y sociología, por supuesto, pero también con psicología, biología y neurociencia.

A pesar de que el tema de este ensayo es ya de por sí específico, me veré obligado a tratarlo de forma más superficial de lo que me gustaría. Además, mi elección tiene el inconveniente de que obliga a pasar por alto áreas importantes y dinámicas de la economía como son la macroeconomía, las finanzas, el comercio y el desarrollo, por mencionar sólo algunas.

La estructura de este ensayo es la siguiente: en el apartado que sigue haré una breve exposición del modelo de EG, que sin duda constituye el paradigma central de la ciencia económica. En el apartado tercero se exponen los principales puntos en los que la investigación se ha apartado del modelo estándar de EG. A continuación analizaré con mayor detenimiento las aportaciones recientes del enfoque conductista del proceso de toma de decisiones de los individuos. La investigación del comportamiento, que se ha inspirado en la psicología y que se basa sobre todo en experimentos controlados, intenta documentar cuidadosamente las pautas de comportamiento de los individuos que se alejan de las previstas por el modelo tradicional de comportamiento racional. En el apartado cuarto se hace una exposición detallada de todos los elementos que intervienen en la toma de decisiones, de forma que podamos explicar de manera más estructurada los diferentes resultados y cuáles de ellos exactamente se ponen en tela de juicio. En el quinto se presentan brevemente las contribuciones en el ámbito de la economía conductista. Por último, el apartado 6 hace balance de las investigaciones presentadas, evalúa sus aportaciones y saca conclusiones para la investigación venidera.

El equilibrio general y la economía del bienestar

La teoría moderna del EG comenzó en la década de 1950. El artículo de 1954 de K. Arrow y G. Debreu, ambos premio Nobel de Economía, acerca de la existencia de un equilibrio competitivo, y el libro de Debreu publicado en 1959, Teoría del valor, marcaron el comienzo de cuatro décadas en las que se llevaron a cabo esfuerzos extremadamente fructíferos para entender el funcionamiento de los mercados competitivos. Se puede considerar que las obras de Arrow y Hann, General Competitive Analysis (1971); de W. Hildenbrand, Core and Equilibria of a Large Economy (974), y de A. Mas-Colell, The Theory of General Equilibrium: A Differentiable Approach (1990) constituyen los hitos más significativos de este empeño.

La teoría de EG es un modelo muy complejo pero esquemático que trata de reproducir el papel coordinador que desempeñan los mercados en una sociedad fraccionada e individualizada. Constituye la prueba rigurosa de la afirmación de Adam Smith de que basta con una mano invisible para hacer que las decisiones que toman individuos y empresas entre los que no existe coordinación alguna sean compatibles entre sí (1). En este sentido, era crucial para este modelo que se eliminase todo motivo de coordinación explicita o tácita, así como que los individuos pudiesen tomar decisiones en función de los demás. Con todos los participantes persiguiendo tan sólo su propio interés —en sentido estricto— y limitando su interacción a ofrecer y demandar mercancías a través de los mercados, el resultado no sería caótico, sino ordenado y eficaz (en un sentido que se explicará más adelante).

Recordemos algunos de los supuestos necesarios para obtener estos resultados matemáticos. Los agentes que participan son un número arbitrario de individuos y empresas, y todos ellos pueden comprar y vender bienes (su trabajo, por ejemplo) en los mercados y a precios vigentes. Y, lo que es aún más importante, se supone que todos los participantes se comportan de manera competitiva, esto es, aceptan los precios como dados (2). Además, los individuos poseen todas las acciones de todas las empresas, cuya distribución entre la población es arbitraria.

En un principio cada individuo tiene una serie de bienes (que puede simplemente ser trabajo) y acciones. Al comprar y vender, pueden obtener otras nuevas mercancías (por ejemplo, vende ocho horas de trabajo y compra pan y mantequilla). Las cantidades compradas y vendidas por cada individuo deben estar dentro de su presupuesto, cuyo valor monetario vendrá determinado por los precios vigentes. Todos ellos tienen un orden de preferencia con respecto a las diferentes mercancías, esto es, pueden ordenar cualquier par de cestas de mercancías según su deseabilidad. Además de completo, se supone que este orden es transitivo, reflexivo y satisface una condición de convexidad débil (3). Lo que es más importante es que estas preferencias dependen sólo del propio consumo, con lo que se elimina todo tipo de altruismo. También se entiende que los individuos actúan de manera racional, esto es, dentro de los bienes a su alcance —el valor de las compras no puede exceder al de las ventas— eligen el que es más deseable según su orden de preferencias. Por consiguiente, para todo vector dado de precios de mercado cada consumidor tiene, asimismo, un vector bien definido de oferta y demanda de bienes.

Las empresas compran a través del mercado bienes y trabajo que suministran otras empresas y otros consumidores individuales (inputs) para convertirlos en productos que a su vez venderán en el mercado (outputs). La cantidad que pueden producir las empresas a partir de un vector determinado de inputs depende de la tecnología de producción que tengan a su disposición. Se supone que el conjunto de combinaciones factible de inputs y outputs es convexo (4). Por cada vector de precios, cada empresa elige un vector de inputs (compras) y un vector de outputs factibles (ventas) con vistas a maximizar sus beneficios.

Un equilibrio es un vector de precios tal que cuando todas las compras y las ventas de la economía se suman, la oferta es igual a la demanda en cada uno de los mercados. Gran parte de la investigación relativa al equilibrio general realizada hasta mediada la década de 1990 se dedicó a demostrar la existencia de un vector de precios de equilibrio dentro de los supuestos más débiles posibles relativos a las preferencias individuales y a la tecnología de producción. En efecto, el conjunto de decisiones individuales tomadas por las personas y las empresas de manera egoísta, sin ningún tipo de coordinación entre ellas, puede resultar factible y no generar desorden. Además de demostrar que el concepto de equilibrio no era vacuo (los equilibrios siempre existen), los teóricos del EG también encontraron condiciones bajo las que este concepto no era excesivamente laxo: los equilibrios son determinados, con lo que queda excluida la posibilidad de un continuo de equilibrios.

Los resultados más notables de la teoría de EG, los dos Teoremas Fundamentales de la Economía del Bienestar, demuestran que estos equilibrios del mercado tienen interesantes propiedades de eficiencia. W. Pareto define un requisito básico de eficiencia que se ha vuelto esencial en la economía: una situación es eficiente, según Pareto, si no hay ninguna reasignación de los recursos económicos que permita mejorar el bienestar de un individuo sin perjudicar a otro. En esta noción no está presente en absoluto la justicia distributiva. Un reparto en el que una persona es dueña de todo mientras que el resto se muere de hambre es eficiente, siempre y cuando las preferencias individuales no se sacien.

El Primer Teorema Fundamental establece que todos los equilibrios competitivos son eficientes en el sentido de Pareto. Por consiguiente, el intercambio que tiene lugar en los mercados entre individuos que sólo tienen en cuenta sus intereses también hace un uso eficiente de los recursos existentes. El Segundo Teorema Fundamental dice que toda asignación eficiente de bienes se puede poner en práctica en forma de equilibrio competitivo, con una redistribución adecuada de los recursos iniciales. Continúa diciendo que este resultado implica que una economía socialista planificada no puede funcionar mejor que los mercados competitivos, tras una redistribución apropiada de los recursos de carácter único.

Cuánto hay que redistribuir y cómo hacerlo sin perturbar el funcionamiento de los mercados es claramente una cuestión complementaria a la teoría de EG. Éste es el tipo de cuestiones que estudia la Economía del Bienestar. El gobierno sólo puede elegir si existen unas preferencias sociales que ordenan las políticas alternativas de acuerdo a la deseabilidad social de sus consecuencias. Ya en 1951, K. Arrow (premio Nobel de Economía en 1972) demostró que no era posible agregar las preferencias individuales en un orden de preferencias sociales que cumpliese una serie de requisitos razonables. La economía del bienestar, al igual que la economía pública, acabó por suponer que de un modo u otro las prioridades sociales podían quedar recogidas en una función de bienestar social. La actuación del gobierno se concibió entonces de forma análoga a las decisiones individuales: maximizar el bienestar social dentro de lo que resulta factible. Las aportaciones de P. Diamond y J. Mirrlees (premios Nobel de Economía, 1996) a mediados de la década de 1970 sentaron las bases de la economía pública moderna, arraigando con firmeza la teoría de la intervención gubernamental sobre los cimientos de la teoría del EG.

Este resumen, por supuesto, sólo hace referencia a los logros más importantes de la teoría del EG y la economía del bienestar (5). En la reunión de enero de 1994 de la Econometric Society, uno de los investigadores que más se han distinguido en el desarrollo de la teoría del EG, Andreu Mas-Colell, dictó una conferencia titulada «El futuro del equilibrio general» (6). De esta presentación se desprendía la percepción de que la teoría del EG había alcanzado su punto álgido y que los investigadores jóvenes ya estaban estudiando cuestiones que hasta entonces se habían dejado de lado. Vamos a examinar algunas de estas nuevas líneas de investigación. Pero, antes de continuar con el tema central de mi artículo, es importante destacar una aportación fundamental a la teoría del EG: el rigor matemático. Ésta es, precisamente, la frase con la que Mas-Colell (1999) concluye su exposición: «Espero que las demostraciones mediante teoremas sigan teniendo un papel importante, si no tanto como hasta ahora —pues es posible que nos hayamos excedido— al menos sí una presencia considerable».

Principales puntos en los que la investigación se ha apartado recientemente del modelo estándar

Todos los teóricos del modelo de EG sabían que sus supuestos eran extremadamente rígidos, pero se consideraba que éste era el precio que había que pagar por disponer de un modelo nítido del funcionamiento de los mercados.

Una de las objeciones más obvias es que muchos mercados no tienen un número suficiente de empresas que justifiquen el supuesto de comportamiento competitivo. Hay situaciones en la que existe un monopolio, y hasta hay otras en las que se considera natural el monopolio, como son el caso del suministro eléctrico, la televisión por cable, etcétera. Un monopolio no es un agente económico sin influencia en el precio, y puede que tenga en cuenta que el precio de venta dependerá de su volumen de producción. En este caso el equilibrio del mercado no sería eficiente en el sentido de Pareto. Lo mismo ocurre si hay varias empresas en el mercado, pero no las suficientes como para que cada una de ellas actúe como si su comportamiento no tuviera efecto en los precios. Esto ha dado origen al campo de la organización industrial, que se promovió sobre todo a finales de la década de 1980 y en la de 1990 (7).

Otra cuestión importante en la que la investigación se ha apartado del modelo tradicional de EG es la referida a la función de la información. Ello ocurrió en los ochenta y noventa del siglo pasado. En el modelo estándar se presupone que todos los participantes tienen acceso a la misma información, lo que podría querer decir que conocen las probabilidades relevantes en caso de incertidumbre. Sin embargo, es evidente que esto no siempre es así. El ejemplo tradicional (Akerlof, premio Nobel, 2001) es el del mercado de coches de segunda mano: el vendedor, que ha sido dueño del coche, tiene más información sobre su calidad que el comprador. En esta situación se puede demostrar que los equilibrios no son eficientes en el sentido de Pareto. El ejemplo de los coches usados de Akerlof (su famoso modelo de «el mercado de limones») es una parábola aplicable a una multitud de situaciones en las que la información no es simétrica. Hay otros ejemplos, como el mercado de seguros —en el que el asegurado puede tener más información sobre el riesgo que el asegurador—, los contratos laborales —en los que el agente empleado puede tener más información que su empleador—, y otros más (Akerlof, Mirrlees, Stiglitz, Vickrey, todos premios Nobel de Economía) (8).

Otro de los aspectos importantes en que la investigación se ha apartado del modelo tradicional tiene que ver con externalidades, concretamente me refiero a las situaciones en las que el consumo por parte de un agente pueda tener un efecto directo en el bienestar de otro. En especial, los casos que conciernen a bienes públicos, esto es, bienes que pueden utilizar muchos individuos de manera simultánea, como los hospitales, el transporte, la educación, la defensa, entran dentro de esta categoría. De nuevo, se puso de manifiesto que no se podía depender de los mercados competitivos para obtener una asignación de riqueza eficiente en el sentido de Pareto en estas situaciones.

Por ello se pasó a examinar todas estas cuestiones utilizando la teoría de juegos, que empezó usándose a principios del siglo xx para analizar la estrategia en juegos de salón. En 1940, O. Morgenstern y J. von Neumann escribieron la primera obra sobre teoría de juegos, que, afirmaban, era indicada para estudiar todas las situaciones económicas y sociales. Este enfoque pronto lo perfeccionó J. Nash, según el cual todas las situaciones deberían analizarse a partir del punto de vista de la decisión individual. Nash propuso la noción de equilibrio, que en la actualidad lleva su nombre (el equilibrio de Nash), en la que es necesario que cada decidor individual elija la mejor forma de proceder tomando en consideración las decisiones de los demás.

La teoría de juegos resultaba perfecta para analizar los mercados no competitivos, pero sólo tras las aportaciones de J. Harsanyi se puso de manifiesto que también era apropiada en las situaciones en las que la información era asimétrica, lo que hizo que se convirtiese en el método natural de examen de externalidades y bienes públicos. De esta forma pasó a ser la herramienta habitual en los análisis de la teoría microeconómica. A partir de mediados de la década de 1970, la teoría de juegos pasó a dominar la teoría económica. En las últimas décadas también ha demostrado ser una herramienta importante en la macroeconomía e incluso en ciencia política. Daba la impresión que cualquier problema que surgiese en las ciencias sociales podía considerarse como una aplicación de la teoría de juegos (9).

La investigación actual, sin embargo, indica que, o bien no todos los problemas importantes pueden resolverse aplicando la teoría de juegos, o bien ésta no proporciona un análisis completo de cada situación. Los diferentes puntos en los que la investigación reciente se ha apartado de este paradigma pueden clasificarse en tres categorías: (i) la manera en que los individuos y las empresas toman decisiones; (ii) la forma en que lo hacen los gobiernos; y (iii) la manera en que interactúan los agentes.

A pesar de tratar un área tan específica de la ciencia económica, existen demasiadas líneas de investigación como para realizar una presentación coherente y exhaustiva. Por lo tanto, me centraré únicamente en la investigación de frontera relativa a la elección racional del individuo (10). No obstante, antes de continuar, daré una visión esquemática de los principales avances referidos a la toma colectiva de decisiones y a la desviación de la hipótesis de comportamiento competitivo.

Está claro que las políticas económicas de los gobiernos no se deciden con el propósito de maximizar unas preferencias sociales. Más bien, en las democracias, los partidos políticos proponen medidas y los ciudadanos votan de acuerdo con los programas electorales presentados (11). Ésta es la forma en la que las democracias han decidido resolver los intereses opuestos que caracterizan a todas las sociedades. Por consiguiente, si queremos comprender los programas políticos en vigor, tenemos que explicar cómo los partidos eligen sus programas y cómo se comportan una vez que están en el gobierno (12). Este enfoque se conoce con el nombre de economía política positiva (13) Por supuesto, existe también abundante literatura sobre la influencia que ejercen las grandes corporaciones y los grupos de presión en la toma de decisiones de los gobiernos (14).

El sistema político es en sí mismo endógeno y a menudo responde a la configuración de los intereses confrontados en el seno de la sociedad. Acemoglu y Robinson (2006) han estudiado cómo los cambios sociales y económicos han forzado la adaptación del marco político. En concreto, señalan que las democracias han evolucionado como un mecanismo de compromiso: la tensión por la desigualdad en la distribución de la riqueza y la amenaza de revolución obligó en su tiempo a los monarcas a compartir sus recursos. Sin embargo, dado que la promesa de repartir recursos puede no resultar creíble por sí misma, se hizo necesario garantizar el voto democrático a amplios sectores de la sociedad para hacer verosímiles estos compromisos, evitando así posibles conflictos. Está claro que el contrato social no siempre puede modificarse en respuesta a los cambios sociales. En la segunda mitad del siglo xx más de 16 millones de ciudadanos murieron en guerras civiles, una cifra cinco veces superior a la de muertos en el campo de batalla durante el mismo periodo. La amenaza de una guerra civil y la inestabilidad política derivada de ella en los países en desarrollo es hoy por hoy tan endémica que el Banco Mundial la considera el impedimento más grave para conseguir que la ayuda extranjera sea eficaz a la hora de fomentar el crecimiento en dichos países. En el terreno de la ciencia económica, Hirshleifer (1991), Grossman (1991) y Skaperdas (1992) fueron los pioneros en el análisis del conflicto, pero aún estamos muy lejos de entender de manera satisfactoria las causas que provocan una guerra civil (15).

El modelo de EG no explica en absoluto la manera en la que los agentes interactúan. Cómo los productos manufacturados por las empresas llegan hasta los consumidores o a otras empresas queda fuera del modelo (16). Esta falta de interés en el funcionamiento efectivo de las transacciones económicas se debe en parte a que el modelo se centra exclusivamente en los mercados competitivos en equilibrio. En efecto, si los mercados son competitivos y están en equilibrio no tiene sentido explorar si existen transacciones mejores. La demanda (quizás, por arte de magia) se satisface, y no es posible encontrar un vendedor que ofrezca un precio más bajo. Sin embargo, si los mismos bienes tienen precios diferentes o si algunas necesidades (como la de un individuo que quiera vender su trabajo) no quedan satisfechas, entonces se vuelve importante saber cómo funcionan de hecho las transacciones.

El mayor esfuerzo por investigar el funcionamiento real de las interacciones económicas ha sido realizado por la Economía del Desarrollo. Sólo con observar de manera superficial los países subdesarrollados resulta evidente que sus economías no se pueden concebir como un conjunto de mercados competitivos en equilibrio. Debemos a esta área de la economía la mayoría de las reflexiones sobre el papel de las instituciones, de las conexiones personales y de las normas sociales en encauzar las interacciones económicas (17). En un plano más formal, la existencia de conexiones sociales y su efecto en las interacciones económicas ha llamado la atención de los teóricos económicos. La esencia de este modelo tiene elementos comunes con los modelos de interacción local en el campo de la física, aunque con una particularidad: los nodos aquí son individuos o empresas que buscan el mayor beneficio posible y que tienen capacidad de crear o romper lazos (18). Este enfoque ha permitido un mayor entendimiento en diferentes áreas económicas como la educación (19) y el mercado laboral (20).

La teoría clásica de la elección racional

Muchas de las nuevas tendencias dentro de la investigación en economía están motivadas por la necesidad de enraizar de manera más sólida la teoría con los hechos. Esto es especialmente cierto en lo que se refiere a la economía conductista, como algunos colegas la han denominado. Desde que se observó que el comportamiento de los individuos está frecuentemente en desacuerdo con las decisiones que se desprenden de los supuestos del modelo de la elección racional, los economistas han empezado a fijarse en los patrones de comportamiento que los psicólogos han identificado por medio de experimentos controlados de laboratorio. La labor vanguardista de los psicólogos Kahneman (premio Nobel de Economía 2002) y Tversky (21) ha tenido una enorme influencia en la ciencia económica reciente. Además de ampliar la perspectiva de los economistas, las conclusiones a las que han llegado los psicólogos han favorecido el auge de experimentos sobre el comportamiento individual y colectivo. C. Camerer, E. Fehr, D. Laibson y M. Rabin, por mencionar unos pocos, son algunos de los economistas que más intensamente han trabajado en este terreno (22).

Con el fin de poner un poco de orden, considero que es útil separar los ingredientes fundamentales en la toma de decisiones por parte del individuo.

El primero es el input informacional. Los individuos observan cierta información sobre el estado del mundo. En la teoría general del consumidor, esta información se refiere a los precios y a la renta y, en un entorno de incertidumbre, a la probabilidad de cada uno de los posibles Estados del mundo. Este tipo de información normalmente limita las acciones que resultan accesibles a cada individuo.

El segundo ingrediente es el cálculo de las consecuencias (deterministas o probabilistas) que traerá consigo cada una de las acciones posibles. Por ejemplo, decidimos trabajar ocho horas y comprar carne y pescado. O podemos decidir emplear 10 euros en comprar un billete de lotería con unas probabilidades determinadas de ganar un premio, en lugar de destinarlos a consumir algo.

El tercer ingrediente consiste en las preferencias individuales. Se supone que éstas dan lugar a una ordenación de todas las posibles consecuencias (independientemente de las acciones en sí mismas) de acuerdo con lo deseables que sean, como se explicó anteriormente. Cuando las consecuencias son probabilistas, los individuos clasifican las acciones según su utilidad esperada, es decir, la media ponderada de la utilidad de los distintos resultados, utilizando las probabilidades como ponderaciones. En el modelo estándar se presupone que estas preferencias son egoístas, y que no tienen en cuenta lo que otros puedan obtener.

El último ingrediente es la elección racional. Con ello se quiere decir que cada individuo es capaz de resolver el problema de la maximización restringida, que consiste en determinar la acción factible que tenga la consecuencia más deseable.

La psicología y las decisiones del individuo

La labor experimental sobre el comportamiento individual consiste en poner a un grupo de individuos ante una situación (lo más controlada posible) en la que la teoría tradicional de la decisión haya formulado una predicción inequívoca, de manera que el investigador pueda contrastar las elecciones reales de cada uno de ellos con las que se pronosticaron. Hay una gran variedad de experimentos de este tipo que estudian diferentes casos en los que hay una transgresión de las predicciones que aparecen en el modelo general (23).

A título de ejemplo, uno de los experimentos más comunes consiste en someter a un grupo de individuos al llamado «juego del ultimátum». Se empareja a los individuos al azar, y a uno se le da el papel del que propone y al otro de receptor de la propuesta. El primero propone una división de una cantidad determinada de dinero entre los dos jugadores. A continuación, el segundo acepta la propuesta, con lo que el dinero quedará dividido de acuerdo con la asignación sugerida, o la rechaza, con lo que ninguno de los dos jugadores recibirá nada. Si los jugadores actúan únicamente en beneficio propio, el segundo jugador aceptará cualquier cantidad de dinero que sea positiva. Sabiendo esto, un proponente egoísta dará una cantidad arbitrariamente pequeña al receptor y se quedará con el resto. Sin embargo, resulta que en todas las modalidades de este experimento hay una proporción considerable de proponentes que sugieren dividir el dinero de manera bastante equitativa, así como de receptores que están incluso dispuestos a renunciar a cantidades nada desdeñables con tal de castigar las propuestas injustas.

El experimento anterior no es más que un ejemplo más de la enorme cantidad de patrones de elección que en la actualidad analizan los economistas. Algunos de estos experimentos ponen a prueba determinados elementos específicos del proceso, ya descrito, de toma de decisiones. Pero otros no están tan nítidamente dirigidos y simplemente intentan identificar casos en los que no se cumplen las predicciones de la teoría estándar de elección racional.

Estudiemos algunos de los aspectos complejos más relevantes que dicha teoría elimina por hipótesis en cada uno de los ingredientes de la toma de decisión. Algunos de estos aspectos han sido ya examinados por la economía conductista, pero quedan aún muchos para estudiar rigurosamente. Como quedará claro, mi postura es, en cierto modo, ambivalente. Por un lado, considero que la ciencia económica debe ampliar su modelo básico de elección racional, pero por otro soy bastante escéptico, por no decir crítico, con respecto a muchas de las afirmaciones formuladas por la economía conductista. En este sentido me siento más en consonancia con las posturas críticas de Gul y Pesendorfer (2008) y Rubinstein (2006).

El primer ingrediente de la elección es el procesamiento de información. Hay muchos canales a través de los que la adquisición de información puede repercutir en las decisiones. En primer lugar, los individuos categorizan la información, tema que ha sido objeto de estudio por parte de psicólogos sociales durante las últimas cinco décadas, pero al que los economistas han empezado a prestar atención sólo recientemente. Es evidente que este proceso puede influir en nuestras decisiones. Fryer y Jackson (2008) estudian cómo un procesamiento eficaz de la información conduce a una categorización menos depurada de los tipos de experiencias que se observan con menor frecuencia, agrupándolas. Como consecuencia, las personas que toman las decisiones formulan predicciones menos precisas cuando abordan estos temas, lo cual puede dar lugar a una discriminación. En segundo lugar, los individuos deben tener una idea de qué información es relevante con respecto a la decisión en cuestión y cuál no lo es. En otras palabras, tienen que considerar un modelo que relacione las posibles acciones con sus consecuencias, como explicaremos más adelante. No obstante, hay evidencia psicológica de que los individuos tienden a censurar la información que refuta su visión del mundo. Es más, Bebabou y Tirole (2006) mantienen que este mecanismo de censura puede apoyar la creencia de que el grado de movilidad social es mayor del que en realidad es, y de este modo los individuos se auto-inducen a realizar un esfuerzo mayor que el que justificaría la elección racional. Estas creencias tan poco realistas son sobre todo necesarias en países en los que la red de prestaciones sociales es limitada, como Estados Unidos. Por último, es posible que el supuesto de elección racional relativo a que los individuos utilizarán la información para realizar actualizaciones bayesianas de las probabilidades relevantes esté injustificado. Como señalan Gilboa et al. (2007), se dan casos en los que, para empezar, los individuos no pueden tener creencias previas representables por probabilidades, porque las creencias racionales y justificadas no consiguen precisar una probabilidad numérica.

El segundo ingrediente consiste en identificar las consecuencias que se derivan de las acciones, ya sea de manera determinista o probabilista. Este paso supone que, a la vista de la evidencia, los individuos pueden identificar un modelo que encaja con la información, el cual es único. Es indudable que, en líneas generales, esto no es así. De una manera más formal, Aragonés et al. (2005) señalan que con una base de conocimiento determinada, encontrar un pequeño grupo de variables con el que conseguir un valor concreto de R2 es computacionalmente difícil, en el sentido informático del término. Por ello las afirmaciones retóricas que no aportan nueva evidencia pueden dar lugar a cambios en las decisiones, ya que pueden hacer que uno sea consciente de determinadas relaciones entre variables conocidas, que resultan obvias a posteriori, pero en las que no se pensó antes. Múltiples teorías y múltiples decisiones son compatibles con una evidencia dada. Picketty (1995) elaboró un modelo en el que la creencia en una teoría específica induce a tomar decisiones que generan pruebas que la confirman. Individuos diferentes pueden mantener teorías distintas, y los padres tienen el incentivo de transmitir sus teorías a sus hijos. Por último, otra forma de toma decisiones en los casos en los que no hay una interpretación determinada de la evidencia es a través de la imitación social. Banerjee (1992) elaboró un modelo de gregarismo en el que los individuos sacan conclusiones a partir de la observación del comportamiento de otros en lo que respecta a la información que puedan tener, lo cual les hace actuar de forma similar (24). Una corriente alternativa es el efecto que tiene la identidad social en el comportamiento. Akerlof y Kranton (2000) fueron los primeros que despertaron la atención de los economistas sobre la identificación individual con categorías o prototipos determinados. En mi opinión, se trata de una línea de investigación importante, aunque desgraciadamente poco explorada todavía (25).

El tercer ingrediente es el de las preferencias individuales. Quizás éste es el aspecto en el que la teoría económica tradicional se muestra más limitada y menos realista. En primer lugar, supone que las preferencias vienen definidas únicamente por el consumo personal, lo que excluye las motivaciones altruistas, de las cuales existen abundantes pruebas. Son numerosísimas las publicaciones sobre altruismo, sobre todo el basado en la reciprocidad. Rabin (1993), Levine (1998), Fehr y Schmidt (1999), Bolton y Ockenfels (2000) y Falk y Fischbacher (2006) se han centrado en la interacción entre parejas de jugadores en las que cada jugador intenta deducir las motivaciones de su pareja y en función de lo observado modifica el peso que da a los demás en sus preferencias, concediendo mayor peso a los que considera altruistas o benévolos y menor a los que son egoístas o malévolos. Además, puede que los individuos valoren las acciones por sí mismas, con independencia de sus consecuencias. Ello tiene que ver con uno mismo (autoestima/amor propio) y con los demás (juicios éticos). Para un análisis económico en el que los padres intentan inculcar hábitos de trabajo a sus hijos motivados por un sentimiento de culpa véase Lindbeck et al. (2006), y Tabellini (2007), para temas relativos a la adopción y transmisión de valores morales universales (26). Por último, los individuos parecen experimentar cambios en sus preferencias tanto con el paso del tiempo (27) como a través de limitaciones en su abanico de opciones (28).

El cuarto ingrediente es la toma de decisión propiamente dicha, que consiste en el proceso de combinar toda la información disponible y convertirla en la elección de una única acción. El supuesto de racionalidad da por hecho que los individuos elegirán la acción que consideren mejor dentro de todas las posibilidades a su disposición. Ello quiere decir que el individuo no se comportará racionalmente sólo cuando el analista le ofrezca una opción diferente de la que ha elegido y el individuo reconozca que en efecto es preferible.

La consideración conjunta de la información disponible, el vínculo entre las acciones y las consecuencias y la evaluación de estas últimas exigen una capacidad de razonamiento considerable, la cual depende de la educación, la formación y las experiencias pasadas. Por ello podemos concluir que los individuos se comportan de manera no racional sólo cuando se empeñan en mantener sus elecciones después de que un analista les haya mostrado que pueden elegir algo mejor. Volveremos a tratar esta noción de racionalidad basada en Gilboa y Schmeidler (2001) (29). En caso de certidumbre, la elección racional viene a ser lo mismo que resolver un problema de maximización bajo restricciones de factibilidad. Sin embargo, ya en la década de 1950, Simon (premio Nobel 1978) mantuvo que la racionalidad individual estaba acotada, en el sentido de que la capacidad de cálculo humano es limitada. Ahora bien, nótese que la racionalidad acotada en tanto limitación de cálculo no implica ausencia de racionalidad en el sentido anteriormente explicado.

El proceso de razonamiento necesario para tomar una decisión en caso de incertidumbre es mucho más complejo, ya que exige además tener en cuenta las probabilidades de cada una de las posibles consecuencias. La teoría tradicional de la decisión racional presupone que los individuos evalúan cada actuación mediante la suma ponderada de las valoraciones de sus consecuencias, utilizando las probabilidades relevantes como ponderaciones (30). La evidencia empírica parece confirmar que algunos de los axiomas se incumplen de manera regular, las llamadas paradojas de Allais y Ellsberg. Con objeto de reconciliar la teoría y el comportamiento, Kahneman y Tversky (1979) propusieron la teoría de las perspectivas en la toma de decisiones bajo situaciones de riesgo. Basándose en el comportamiento, y no en axiomas, defendieron que las probabilidades no entran en el proceso de evaluación de una acción de manera lineal, sino a través de una función de ponderación que exagera las probabilidades más bajas y modera las más elevadas. Asimismo, la evaluación de cada consecuencia se mide como una desviación respecto a un resultado de referencia (31). Nótese que este enfoque sigue presuponiendo que existen probabilidades bien definidas para cada posible consecuencia de cada acción. Ahora bien, esto es muy poco frecuente. Gilboa y Schmeidler (2001) sostienen que las decisiones se basan en los resultados que se han observado en casos anteriores y que se consideran similares al problema actual. A partir de un conjunto de axiomas, deducen que la evaluación de una acción es la suma de los niveles de utilidad que resultaron de usarla en casos anteriores, ponderados por el grado de similitud con el problema actual.

Por lo que se refiere a la elección racional, podemos concluir que, mientras que la toma de decisiones racionales en casos de certidumbre no resulta muy polémica, en los casos de incertidumbre todavía es un tema abierto. En suma, hemos visto que el comportamiento real parece mostrar desviaciones en cada uno de los elementos que forman parte del proceso de toma de decisiones. Sin duda, todavía se puede enriquecer nuestro modelo con respecto a cómo se adquiere y se procesa la información, a cómo los individuos relacionan las acciones con sus consecuencias, y hasta a cuáles son las diferentes dimensiones que los agentes valoran (además de los bienes materiales objeto de comercio). No obstante, ninguno de estos cambios parece tener mucha relación con la noción básica de tomar una decisión óptima bajo determinadas restricciones.

En el próximo apartado analizaremos qué es lo que podemos aprender de los resultados que hasta ahora ha obtenido la economía conductista y hasta qué punto suponen una dificultad para el supuesto de la toma racional de decisiones por parte del individuo.

Economía conductista. Balance general

Cabe preguntarse adónde nos lleva el examen de los vínculos existentes entre psicología y ciencia económica. Algunos economistas conductistas han considerado que la amplia y sólida evidencia empírica de que una serie de factores psicológicos son importantes en la toma de decisiones por parte de los individuos pone a prueba el paradigma central de la ciencia económica relativo a la elección racional (32).

Sostendré que no esta claro cómo puede la evidencia empírica extrapolarse fuera del laboratorio (y qué se puede aprender de ello), y que es probable que el enriquecimiento de la descripción del comportamiento de los decisores tenga mayor influencia en los modelos de economía aplicada que en el paradigma y supuesto central según el cual los individuos actúan de manera racional y, esencialmente, movidos por su propio interés.

¿Qué podemos aprender de la evidencia empírica?

En primer lugar, confirmamos de forma controlada que los individuos se comportan de manera diferente a como prescribe la teoría económica tradicional. En efecto, a los individuos les importan otras cosas aparte del consumo material, como por ejemplo, las acciones que pueden adoptar en sí mismas, sus propios juicios morales y los de los demás, etcétera. Quienes toman decisiones tampoco procesan la información perfectamente, y a menudo no cumplen alguno de los axiomas del comportamiento racional. No obstante, no siempre es obvio cómo se debe interpretar esta evidencia, ni, aunque fueran inequívocas, si estas transgresiones que se han encontrado en experimentos deberían formar parte del modelo teórico general de comportamiento del individuo.

En cierto modo, el experimento de Kahneman y Tversky (1984) en el que queda demostrado que el framing (el encuadre de una situación) afecta al comportamiento del individuo, inspira cierto escepticismo con respecto a lo que se puede aprender de los experimentos. En primer lugar, existe la sospecha de que el comportamiento objeto de observación haya podido ser provocado por la manera concreta en la que el problema en cuestión se ha planteado a los participantes (33). ¿Debemos, entonces, concluir que la gente por lo general no cumple los supuestos más básicos de esta teoría, o que, a veces, ante determinados planteamientos ingeniosos, puede actuar de forma muy irracional?

En la labor del economista conductista está implícita la creencia de que existe un patrón natural de comportamiento, que no quedó recogido debidamente en la teoría clásica de la toma de decisiones, y que se puede determinar mediante experimentos críticos.

Camerer y Loewenstein (2003) señalan que «la economía del comportamiento aumenta la capacidad explicativa de la ciencia económica, al proporcionarle unas bases psicológicas más realistas» y que «la convicción de que incrementar el realismo de los cimientos psicológicos del análisis económico hará que la ciencia económica mejore en sí misma». Asimismo, Rabin (1998) afirma que «puesto que la psicología examina de manera sistemática el criterio, el comportamiento y el bienestar humanos, nos puede enseñar que los seres humanos son diferentes a como la ciencia económica los ha descrito tradicionalmente». Por tanto, el propósito es comprender la naturaleza auténtica de la toma de decisiones de los individuos a partir de observaciones factuales en experimentos o por otros medios (34).

Cabe preguntarnos si es posible captar dicha naturaleza de la toma de decisiones mediante experimentos o, incluso, si ésta existe de una forma significativa.

Al margen de las reservas que existan sobre la posibilidad de controlar eficazmente los experimentos, aún no está clara cuál es la naturaleza exacta que estamos midiendo. Con objeto de ilustrar mi argumento, tomemos el experimento más habitual y que ya hemos descrito aquí: el juego del ultimátum. El rechazo a las propuestas injustas se interpreta como una muestra de que a los individuos también les importan otras cosas que no sean las compensaciones monetarias personales (35). Sin embargo, también puede tratarse de una reacción emocional que, momentáneamente, impide interpretar claramente los dictados de la razón. El grado hasta el cual la razón domeña las emociones varía según los diferentes individuos, posiblemente dependiendo de su educación y formación, y, en cualquier caso, sólo los dictados de la razón deberían considerarse parte del comportamiento racional. Si lo que nos interesa son las elecciones que un grupo determinado de individuos pueda tomar en unas circunstancias concretas, puede que sea fundamental saber si van a reaccionar emocionalmente o si lo van a pensar fríamente (36). Sin embargo, parece lógico que una teoría general sobre el comportamiento del individuo deba abstraerse del hecho de que, de manera momentánea, podamos desviarnos del comportamiento racional.

Esto plantea una cuestión fundamental sobre la que deberemos volver: si la racionalidad es algo positivo o normativo. ¿Debe la sociedad enseñar a los ciudadanos a ser racionales? (37) De hecho, es lo que intenta hacer, hoy por hoy, el sistema de educación obligatoria.

Hasta para un nivel dado de capacidad de razonamiento complejo, las experiencias concretas o la formación pueden tener un efecto profundo en el comportamiento. El trabajo de Amiel y Cowell (1992), en el que se intenta de manera empírica determinar las nociones de equidad que, de hecho, utilizan los individuos, viene muy al caso para corroborar mi argumento. Se mostró a los estudiantes dos listas de (diez) rentas y tenían que decidir cuál de las dos era más desigual. El estudio tenía como objeto determinar cuál de los diferentes criterios de equidad empleados en economía obtenía una mayor aceptación. Entre estos criterios se analizó el principio de transferencias progresivas popularizado por Atkinson (1970), según el cual, si transferimos un euro de una persona a otra más pobre la distribución resultante es menos desigual. El resultado que tiene importancia aquí es que este principio tuvo una amplia aceptación entre los estudiantes de Económicas, que de manera directa o indirecta estaban familiarizados con este concepto, y muy baja entre otros estudiantes. En efecto, podemos interpretar información con más facilidad cuando se nos ha explicado cómo organizarla.

La pregunta anterior de si existe una naturaleza de la toma de decisiones que se pueda captar mediante experimentos era, en cierto modo, retórica, pues hoy por hoy nuestros conocimientos aún no permiten llevar a cabo experimentos críticos. Como han estudiado Levitt y List (2007) de forma detallada, hasta los experimentos diseñados con el mayor detenimiento no pueden garantizar al analista un control eficaz de todos los factores ajenos que pueden intervenir. Por consiguiente, si bien los experimentos son muy útiles a la hora de identificar las desviaciones del comportamiento predecible, no pueden, por lo general, determinar de forma inequívoca las causas por las que éstas se producen. En mi opinión es muy importante que se sigan realizando experimentos, pero considero que se trata de un proyecto a largo plazo que requiere tiempo, esfuerzo y paciencia.

Conductismo y elección racional

El conductismo será más influyente en modelos de economía aplicada que a la hora de redefinir el paradigma central de la elección racional del individuo. Presentaré dos argumentos que apoyan mi tesis.

El primero es que todavía hay demasiados aspectos de la conducta humana sobre los que tenemos una comprensión muy limitada. Sabemos, por ejemplo, que los individuos pueden estar motivados por sentimientos altruistas, pero todavía no podemos comprender lo que provoca un grado distinto de intensidad entre los miembros de la población. Algunos investigadores consideran que este altruismo está motivado por la búsqueda de los beneficios de la reciprocidad, los cuales pueden ser materiales o de actitud. Otros investigadores opinan que este altruismo tiene su origen en convicciones morales. También se ha observado que el grado de altruismo depende de la proporción del grupo de individuos que se comporta de forma altruista. Sólo podemos especular con respecto a cómo interactúan todos estos factores, pues hasta el momento ignoramos si los valores morales, las reacciones al comportamiento observado por parte de otros, la búsqueda de reciprocidad y otros aspectos similares son parámetros exógenos o tienen su origen al menos en parte en las variables que estamos intentando analizar. Es evidente que sin saber exactamente (o especular) qué condiciona qué, estas características del comportamiento no pueden incluirse en un modelo general.

Mi segundo argumento es que, aunque supiésemos mucho más sobre el comportamiento del individuo, debemos considerar cuántos atributos específicos queremos que recoja nuestro modelo. Cuando buscamos predecir cuál será la demanda de un producto determinado (un modelo nuevo de coche, por ejemplo) la teoría del consumidor que aparece en los manuales no resulta de gran ayuda. Los departamentos de ventas de las grandes empresas saben de sobra que existen muchas razones al margen del precio que hacen que la gente compre un producto, así como que un sector determinado de consumidores es receptivo al sentimiento de orgullo que produce conducir un coche nuevo, mientras que otro se dedica a leer detenidamente los informes de las asociaciones de consumidores, etcétera. Al interpretar correctamente la reacción de cada tipo de consumidor, pueden calcular la posible demanda con una precisión considerable. Ahora bien, la mayoría de los investigadores considera que este tipo de actividades no forma parte de la ciencia económica como tal.

Entonces, cabe preguntarnos cómo ha abordado la ciencia económica los factores que no encajan con los supuestos del modelo central. Durante mucho tiempo la ciencia económica moderna ha identificado anomalías tales como los bienes públicos (cuyo consumo no reduce las existencias, como la televisión pública o el orden público, como en Samuelson 1954), las inconsistencias en las elecciones intertemporales (analizadas por Strotz 1956) o la influencia del estatus social en el consumo (Duessenberry 1953). Sin embargo, el que se registrasen estas anomalías no menoscabó la teoría tradicional de la elección racional. Más bien la ciencia económica reaccionó elaborando modelos auxiliares que examinaran cómo estos casos que se alejaban de los supuestos tradicionales podían modificar las intuiciones derivadas del modelo de EG.

La teoría tradicional de la toma de decisiones no pretende ser descriptiva en el sentido literal de la palabra. La aportación del modelo de EG no ha sido formular teorías que pronostiquen algo con precisión, sino más bien proporcionar una nueva visión del mundo que sea realmente esclarecedora. Renunciar a la precisión en aras de un mayor entendimiento es una de las concesiones habituales de la ciencia económica, y quizás de las ciencias sociales en general. Hasta qué punto podemos ignorar los atributos específicos relativos al comportamiento, es algo discutible. La pregunta sería si la investigación en economía debe continuar en la línea de lo explicado anteriormente, y elaborar también modelos auxiliares, al tiempo que se mantiene la esencia del modelo de EG como paradigma central. A día de hoy, mi respuesta es que sí, al menos mientras sigamos sin poder definir con precisión los factores exógenos que determinan los patrones de comportamiento observable (38).

¿Cuán realista debe ser una teoría?

No cabe duda de que, para poder llevar a cabo aplicaciones prácticas, interesa disponer de una teoría lo más precisa posible. Ahora bien, para las aplicaciones teóricas, tales como la formulación de teoremas del bienestar, no está claro que unos supuestos más precisos den como resultado una precisión también mayor, por no hablar de unas conclusiones más útiles. Ello se debe a que las aplicaciones teóricas utilizan modelos que se sabe son falsos como método para clarificar y verificar razonamientos. Determinados supuestos, que está claro que son incorrectos cuando se ponen a prueba en un laboratorio, pueden resultar más útiles para ciertos propósitos y menos para otros. Existe el peligro de que un resultado experimental como el del efecto de la manipulación de la información (framing), cuando se combina con otros supuestos teóricos, pueda conducir a un resultado menos realista que la hipótesis de que los efectos de la manipulación son irrelevantes.

Por consiguiente, lo que nos debemos preguntar al abordar la ciencia económica, no es si un supuesto determinado es preciso, sino si, como señaló Milton Friedman (premio Nobel 1976) hace ya bastante tiempo, nos lleva a conclusiones más precisas cuando lo combinamos con otros supuestos, y, lo que es más importante, si indica que hay un equilibrio razonable entre precisión y solidez. Si al final rechazamos todos los supuestos, y no llegamos a conclusión alguna, la precisión de nuestros modelos habrá servido de bien poco.

A modo de conclusión

Algunos investigadores han tenido la tentación de interpretar las desviaciones observadas en el comportamiento como un obstáculo al supuesto de racionalidad. Como hemos visto, muchas de ellas se deben bien a errores al procesar la información, al framing particular, a una mala comprensión de la relación entre las acciones y sus consecuencias, o bien a alteraciones temporales de las preferencias o a errores de cálculo (provocados por emociones y otros factores similares). Como señalaron Gilboa y Schmeidler (2001) y Gilboa et al. (2008), todas ellas tienen algo en común: enfrentados al análisis de su comportamiento, quienes han tomado la decisión cambiarían sus elecciones. Por ejemplo, eliminarían los errores identificables relativos a los razonamientos o a las reacciones precipitadas. Ello significa que lo que resulta irracional son los comportamientos que no resisten el análisis, los que es probable que se cambien al hablar con un experto o al intercambiar opiniones sobre la decisión con otros individuos en una situación parecida. Parece por tanto más útil centrarse en aquellas desviaciones de la teoría tradicional que pasan esta prueba de solidez, que se consideran racionales en este sentido. Otras transgresiones a veces nos hacen pensar y a menudo nos divierten, pero no pueden tenerse en cuenta como base de un análisis económico responsable.

Quisiera terminar este ensayo con una pequeña referencia al futuro inmediato de la investigación de la economía conductista. En el momento actual son muchas las cuestiones en las que la investigación se ha apartado del modelo clásico de elección racional, todas motivadas por la evidencia psicológica experimental. En palabras de Rubinstein (2008), un modelo «que tiene en cuenta factores como el sentido de la justicia, la envidia, la valoración del momento presente y otros similares, en la actualidad no sólo se permite sino que se prefiere». Toda esta variedad de casos en los que la investigación se ha apartado del modelo estándar resulta ciertamente atractiva desde un punto de vista intelectual, pero también produce desconcierto y sensación de ausencia de una dirección definida. Cada vez que se identifica una nueva patología, ésta es saludada alegremente. Desde mi punto de vista, debemos esforzarnos por poner un poco de orden en este caos. La investigación sólo debe centrarse en un número limitado de cuestiones, las más importantes desde un punto económico, tal y como recomiendan Gul y Pensendorfer (2008). Una vez que se hayan comprendido bien sus repercusiones, podremos pasar a tratar otros aspectos que amplíen nuestro modelo de toma de decisiones del individuo.

Agradecimientos

Quiero hacer constar mi gratitud a Xavier Calsamiglia, Itzahk Gilboa, Clara Ponsat y Debraj Ray por sus comentarios a este texto. Soy el único responsable de las opiniones que aquí se sostienen.

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Notas 

  1. Esta cuestión (la de los mercados frente a la planificación socialista) fue central en el debate político durante la Guerra Fría.
  2. Este supuesto resulta más verosímil cuando todos los participantes son tan pequeños que con sus decisiones no pueden ejercer ninguna influencia sobre los precios. Es evidente que éste no es el caso en el mundo real. Los gobiernos han creado agencias reguladoras de la competencia que funcionan con mayor o menor eficacia y que intentan evitar que las empresas actúen en colusión manipulando los precios. Los trabajadores, por su parte, están en su mayor parte afiliados a sindicatos que les garantizan subidas salariales y mejora de las condiciones laborales.
  3. Si se prefiere estrictamente la cesta de bienes A a la B, entonces cualquier combinación lineal convexa ?B + (1 ? ?) A, (? > 0) se prefiere estrictamente a B.
  4. Si las combinaciones A y B son factibles, también lo son ?B + (1 ? ?) A, 0 ? ? ? 1.
  5. Véase Mas-Colell et al. (1995), para una presentación del estado actual de la teoría del EG y de la microeconomía.
  6. Véase Mas-Colell (1999).
  7. Las obras de Tirole (1988) y Vives (2001) presentan una visión general muy completa sobre el tema.
  8. Véase la presentación panorámica de Stiglitz (2002) en su discurso de aceptación del Premio Nobel.
  9. Otros autores de importantes aportaciones a la teoría de juegos son L. Shapley, J. Aumann, y R. Selten (estos dos últimos también son premios Nobel de Economía junto con J. Nash y J. Harsanyi).
  10. Nótese que estoy pasando por alto los puntos de vista nuevos relativos al comportamiento de las empresas más allá de la maximización de beneficios. Como excusa, citaré a Mas-Colell (1999) que señaló: «No estoy seguro de que […] en última instancia, acabemos por considerar la teoría de la empresa como parte del núcleo de la ciencia económica».
  11. El primer modelo clásico de democracia se lo debemos a Downs (1957).
  12. Roemer (2001) ha escrito una obra rigurosa y exhaustiva sobre competición política.
  13. Véase la obra de Persson y Tabelli, de gran influencia en este campo.
  14. Véase Grossman y Helpman (2001).
  15. Para un modelo general de conflicto véase Esteban y Ray (1999). Fearon (1996), Powell (1999) y Ray (2008b) han desarrollado argumentos para explicar por qué la sociedad puede fracasar a la hora de acordar un nuevo contrato social que para todos sea preferible a un costoso conflicto civil, que Pareto denomina «el elevado coste de los conflictos civiles».
  16. Como consecuencia, el modelo de EG no es capaz de analizar cómo la economía puede alcanzar el vector de precios preciso que equilibraría los mercados.
  17. Ray (1998) es el texto avanzado básico sobre economía del desarrollo. Véase también Ray (2008a) donde aparece una visión de conjunto de las novedades en este tema.
  18. Véase Jackson (2008b), que incorpora un estudio sobre las aportaciones recientes, así como los libros de Goyal (2007) y Jackson (2008a) que incluyen una amplia presentación del tema.
  19. Véase Benabou (1993, 1996).
  20. Véase el estudio de Calvo-Armengol y Yoannides (2008).
  21. Tversky murió en 1996. Véase el ensayo de Laibson y Zaeckhouser sobre sus aportaciones.
  22. Las conferencias de Camerer y Rabin en el IX Congreso Mundial de la Econometric Society proporcionan una visión de conjunto del potencial de la combinación de psicología y economía (véase también los planteamientos de Ariel Rubinstein). Todos publicados en Bundell et al. (2006).
  23. Véase Della Vigna (2008) para un panorama exhaustivo de los diferentes tipos de experimentos.
  24. Véase la reciente panorámica sobre la conducta gregaria de Rook (2006).
  25. Esteban y Ray (1994) presentaron la idea de que el conflicto social se ve impulsado por el sentido de identidad con el propio grupo, combinado con sentido complementario de alienación con respecto a los otros. Simplemente axiomatizaron un índice de polarización pero no desarrollaron un modelo de formación de identidad.
  26. En lo que se refiere a las normas relativas al trabajo, las aportaciones fundamentales de Moffit (1983) y Besley y Coate (1992) plantean el caso en el que hay un estigma asociado a vivir de prestaciones sociales. Lindbeck et al. (1999) han ampliado este análisis y han incluido el voto sobre las prestaciones sociales. Cervellati et al. (2008) deja que los juicios morales sobre el esfuerzo determinen la autoestima y la estima hacia los demás.
  27. El coste psicológico del aplazamiento de una recompensa determinada es más elevado si se produce inmediatamente que si ocurre más tarde. Laibson (1997) ha acuñado el término descuento hiperbólico para designar esta variación en la tasa de impaciencia.
  28. He aquí un ejemplo típico: sin duda prefiero no fumar. También me gustaría comer con una amiga que da la casualidad de que fuma. Puedo comprometerme a no fumar evitando comer con mi amiga. Sé que si como con ella tendré tentaciones de fumar. Gul y Pesendorfer (2001) han estudiado esta idea en profundidad.
  29. Para un análisis más detallado véase Gilboa et al. (2008).
  30. Para ser más precisos, el supuesto es que las elecciones del individuo respetan los axiomas propuestos por Von Neumann y Morgenstern (1944), lo que significa que la evaluación de una actuación es su utilidad esperada.
  31. El caso de la paradoja de Ellsberg se examina en Fox, C. R. y Tversky (1995).
  32. Rabin y Thaler (2001) califican a la teoría tradicional de la utilidad esperada de «loro muerto», inspirándose en un sketch de Monthy Pyton.
  33. Este y otros argumentos relativos a la dificultad de extraer conclusiones a partir de experimentos sobre el comportamiento se examinan detenidamente en Levitt y List (2007).
  34. No voy a tratar los intentos actuales relacionados con los estudios sobre el vínculo entre la toma de decisiones y la actividad cerebral. Véase Gul y Pesendorier (2008) para una visión crítica de conjunto.
  35. Esta interpretación se ha visto reforzada por unos interesantes resultados, según los cuales, cuando el proponente es reemplazado por una máquina de la que se sabe que selecciona propuestas al azar, el segundo jugador se muestra más receptivo a propuestas injustas.
  36. Hasta en los casos en que el rechazo se debe a una decepción moral, el que realiza el experimento debería comprobar si posponer la decisión de rechazar el dinero hasta el día siguiente alteraría los resultados.
  37. «Los seres humanos, según mantenían los romanos, están hechos de dos elementos: un espíritu racional e inteligente y el cuerpo físico. […] En las personas completamente racionales, como el caso de la élite romana, el espíritu racional controlaba al cuerpo físico. Pero en los seres humanos de menor categoría, los bárbaros, el cuerpo gobernaba la mente. […] Así, mientras que los romanos calculaban las probabilidades, elaboraban planes sensatos y actuaban conforme a ellos en todo momento, los pobres bárbaros estaban siempre sujetos a los caprichos del destino». Heather P. (2005) The Fall of the Roman Empire, Oxford University Press (p. 69).
  38. Personalmente, considero que es más lamentable el supuesto de comportamiento competitivo cuando, por ejemplo, el mercado de petróleo lo controlan los países de la OPEP.
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