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Artículo del libro Valores y Ética para el siglo XXI

Ética en la empresa y en las finanzas: el gran reto poscrisis

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En el siglo XXI, la empresa tiene que ser responsable; debe responder a las demandas legítimas de su entorno, asumir compromisos con las sociedades en las que está presente. Y tiene dos motivos muy importantes para hacerlo: la convicción y su propio interés. La convicción, porque la ética y los valores positivos deben constituir el núcleo de su cultura corporativa. Y el interés, porque las empresas afrontan una sociedad cada vez más informada y exigente y necesitan, por tanto, mayor legitimidad para desarrollar con éxito su actividad en el medio y largo plazo. Necesitamos, sin duda, una mejor regulación, pero no más regulación. Y además, y sobre todo, necesitamos más principios, más ética en los negocios en general y en la industria financiera en particular. Porque son los principios éticos los que aseguran un comportamiento adecuado de los agentes en un sinnúmero de situaciones no previstas por las normas (o no estrechamente reguladas por los organismos encargados de hacerlas cumplir). Como dijo Earl Warren, durante muchos años presidente del Tribunal Supremo de Estados Unidos: en la vida civilizada, la ley flota en un océano de ética

Este libro, Valores y ética para el siglo XXI, es el cuarto de la serie que BBVA viene publicando con carácter anual, dedicada a la difusión del mejor conocimiento.

Y como en los años anteriores, me siento extraordinariamente satisfecho y orgulloso por el nivel de los autores que han colaborado con nosotros y por la calidad de sus contribuciones. A todos los autores del libro de este año, como a los de los anteriores, quisiera, antes que nada, transmitirles mis más expresivas gracias.

Cada año hemos tenido el honor y el placer de contar con investigadores y creadores de primer nivel mundial para que presenten, con el mayor rigor y objetividad, pero con un lenguaje y un enfoque accesibles para los lectores no especialistas, los avances del conocimiento y el estado del debate científico sobre los temas clave de nuestra época.

El primero de estos libros, Fronteras del conocimiento, coincidió con el lanzamiento de los Premios de este mismo nombre, otorgados por la Fundación BBVA. Entonces, nos pareció oportuno abordar los avances recientes y los retos fundamentales de la investigación y la frontera de las ocho áreas premiadas: la biomedicina; la ecología y la biología de la conservación; el cambio climático; las tecnologías de la comunicación y la información; la economía, las finanzas y la gestión de empresas; la cooperación para el desarrollo, y, por último, pero no menos importante, las artes contemporáneas.

El segundo libro tenía como tema central la globalización; con él, pretendimos presentar una visión de las múltiples caras de este fenómeno, complejo y controvertido, que está influyendo en todas las dimensiones (económica, política, social, cultural, religiosa) y en los hábitos de la vida de los ciudadanos del siglo XXI en todo el mundo.

El tercer libro giraba en torno a la innovación como el principal factor capaz de impulsar el crecimiento económico y la mejora de los estándares de vida de las personas a largo plazo, aplicando las posibilidades casi infinitas de la revolución científica y tecnológica para resolver los grandes retos de la especie humana: la desigualdad y la pobreza, la educación, la salud, el cambio climático y el deterioro ambiental.

Paralelamente a estas iniciativas e inspirados por el éxito de la serie de libros, este año hemos lanzado un nuevo proyecto en el que estamos muy ilusionados: OpenMind, una website para difundir y compartir el conocimiento. OpenMind quiere ser la base de una comunidad para compartir y discutir conocimiento, ideas y opiniones referentes a los temas más vitales de nuestro tiempo.

OpenMind contiene los libros publicados hasta ahora y los que se editen en el futuro, que podrán ser leídos, descargados, comentados y valorados por un público mucho más amplio del que puede tener acceso a los libros. Pero, sobre todo, es un espacio para que los autores, junto con otros especialistas y cualquier lector interesado, puedan interactuar en un marco abierto y multidisciplinar, en el que temas generales se abordan desde distintas ópticas; un marco, en suma, propicio para el debate y la generación de nuevas ideas y nuevas vías para expandir el conocimiento. Esperamos que OpenMind se convierta en una herramienta valiosa que nos ayude, junto con nuestros proyectos editoriales, a hacer realidad nuestra visión: “BBVA, trabajamos por un futuro mejor para las personas”.

La ética y los grandes retos globales

Para este cuarto libro, hemos elegido como tema central la ética y los valores. Porque necesitamos unos valores y una ética compartidos para el funcionamiento adecuado del entramado económico, político y social, y, por tanto, para el bienestar y el desarrollo de todas las posibilidades de cada ciudadano del mundo. Así ha sido siempre en todas las sociedades, pero hoy más que nunca se hace necesaria una revisión y una reafirmación de los valores éticos.

El mundo en el que vivimos está cambiando de forma acelerada, por impulso del avance tecnológico y de la globalización. La velocidad, la profundidad y la escala de los cambios a los que se ven sujetos los ciudadanos de hoy ponen en cuestión continuamente muchas cosas que creíamos o sabíamos hasta ahora (o que creíamos que sabíamos).

Este proceso genera incertidumbres, desajustes y conflictos tanto a nivel social, enfrentando a sectores que toman actitudes y visiones diferentes respecto a los cambios, como a nivel personal. Y esta inquietud se ha visto exacerbada por la crisis económica y financiera que, entre otros problemas del sistema global, ha puesto de manifiesto las carencias éticas en la actuación de muchas entidades y ha situado de nuevo a los valores en el primer plano de las demandas de los ciudadanos, como brújula para sortear las incertidumbres y como factor de estabilidad para afrontar las crisis y los conflictos.

Nuestra intención con este libro es discutir cómo podemos entender y utilizar los principios éticos universales para afrontar los grandes desafíos que nos plantea el siglo XXI. Se trata, por supuesto, de una tarea muy compleja y exigente, donde es muy posible que el lector pueda perderse en las complejidades de un discurso muy abstracto y especializado.

Pero, precisamente, una de las aportaciones fundamentales de este libro reside en cómo se aborda este problema. Los autores han hecho un gran esfuerzo por ofrecer, sin merma del rigor, visiones claras de los grandes retos éticos en sus áreas respectivas e, incluso, propuestas tangibles, comprensibles, para afrontar algunas de las grandes cuestiones éticas de nuestro tiempo. Por supuesto, tanto sus visiones como sus soluciones son legítimamente debatibles. Pero en este libro no se trata de cerrar los interrogantes con respuestas acabadas, dogmáticas. Se trata, más bien, de lo contrario: de proporcionar puntos de vista, argumentaciones, propuestas que alimenten la reflexión individual y el debate colectivo.

Este libro se divide en cinco partes: la ética en un mundo global; la ética en la ciencia y la tecnología; ética, desarrollo, pobreza y medioambiente; la ética en los negocios; y, finalmente, la ética en las finanzas. Ninguna de estas áreas es más importante que las demás; de hecho, y esto probablemente no sea sorprendente, aparecen múltiples interconexiones entre ellas.

Hemos decidido iniciar este libro con una visión de algunas de las grandes cuestiones éticas “globales” de nuestro tiempo. Porque sin duda, la globalización, en todas sus múltiples manifestaciones (económicas, sociales, políticas, culturales…), está contribuyendo de manera decisiva a configurar el mundo que hoy vivimos.

La globalización nos confronta con una multiplicidad de fenómenos nuevos, a cuya gestión tenemos que dar una respuesta ética. Articular esta respuesta es particularmente difícil, porque puede que el mundo sea cada vez más global pero, desde luego, no es más uniforme. Las personas y los grupos sociales o nacionales afrontan este fenómeno a partir de esquemas mentales y visiones del mundo muy diferentes, incardinados en culturas distintas.

Sin embargo, las respuestas que demos a estas cuestiones que suscita la globalización serán fundamentales para la estabilidad y la prosperidad globales en el futuro.

Hans Küng abre esta sección presentando un esquema ético global que guíe la actividad económica que se plasma en un “Manifiesto por una ética económica global”. No se trata de un documento conceptual o de una vaga declaración de buenas intenciones, sino de un conjunto de prescripciones basadas en valores morales compartidos por todas las culturas y sancionados por la práctica a lo largo de siglos. Constituye para todos sus lectores un valioso documento de reflexión esencial acerca de los principios que pueden hacer que la globalización conduzca al crecimiento sostenido y sostenible y a la mejora del bienestar del conjunto de los ciudadanos del mundo.

En cualquier caso, la articulación y aplicación efectiva de unos criterios éticos comunmente aceptados para gestionar este mundo global, exigen una mejora de la gobernanza global y de las instituciones que la articulan. Mervyn Frost, en su artículo “Ética y gobernanza global”, propone un esquema para evaluar el carácter más o menos ético de dichos mecanismos e instituciones, basado en el reconocimiento recíproco de las normas, deberes, derechos y libertad de los participantes en todos los ámbitos de gobernanza global.

La globalización amplía y hace mucho más frecuente el contacto entre personas con visiones del mundo muy diferentes; una gran parte de estas diferencias se asocia a las creencias y las prácticas religiosas. Esta es la cuestión que aborda Charles Taylor en su artículo; en él propone cauces para una gestión de la multiculturalidad social, que favorezca la integración –no la asimilación– de diferentes grupos culturales a través del establecimiento de políticas y actitudes “secularizadoras”. Entendiendo “secularización” no como el “control” de la religión, sino como la gestión de la diversidad de convicciones religiosas o filosóficas (incluyendo las no religiosas o anti-religiosas) de un modo justo y democrático.

Necesitamos unos valores y una ética compartidos para el funcionamiento adecuado del entramado económico, político y social, y, por tanto, para el bienestar y el desarrollo de todas las posibilidades de cada ciudadano del mundo

Una de las manifestaciones más destacadas de la globalización es el enorme incremento de los flujos migratorios. La Organización Internacional de las Migraciones estima que hay más de 200 millones de migrantes en el mundo, fundamentalmente ciudadanos de los países menos desarrollados que buscan un futuro mejor en los países más ricos. Joseph Carens, en su artículo, examina diferentes cuestiones éticas vinculadas a la inmigración (el acceso a la ciudadanía, los problemas de inclusión/exclusión, los criterios de admisión y los inmigrantes irregulares, los refugiados, la reunificación familiar, etcétera) y aporta respuestas a estas cuestiones, a partir del compromiso con los valores democráticos.

El progreso científico y tecnológico es, probablemente, el fenómeno que con mayor fuerza está moldeando nuestra época. Todos percibimos cómo los límites de lo posible se están ampliando en la ciencia, en la industria y en la vida de las personas hasta extremos que hace muy poco tiempo eran impensables. Pero junto con las enormes oportunidades de esta revolución científica y tecnológica que vivimos, emerge un gran número de nuevas y difíciles cuestiones éticas. Y en esta tesitura no sirve la actitud plasmada en la celebérrima cita de Elvin Stakman: “la ciencia no puede esperar mientras la ética le da alcance y nadie debería esperar que los científicos piensen en todo por todos”. Necesitamos un enfoque más constructivo, en la línea de lo que expresó Heinz Pagels: “la ciencia no puede resolver conflictos morales pero puede ayudar a formular más adecuadamente los debates sobre los conflictos”.

En la segunda parte de nuestro libro ofrecemos una panorámica de estos problemas. Se inicia con el artículo de Carl Mitcham, que plantea el papel de la “responsabilidad” (una noción raramente utilizada en el discurso ético) en el ejercicio de la investigación científica, así como en el desarrollo de sus múltiples aplicaciones. El poder creciente de la ciencia y la tecnología para afectar a las vidas de las personas (para bien o para mal) debe llevar aparejada una responsabilidad también creciente.

En los capítulos siguientes se desarrollan estas cuestiones éticas aplicadas a los desarrollos científicos y tecnológicos más característicos de nuestro tiempo. Andy Miah analiza el mejoramiento humano. Cuestiones tales como las aplicaciones científicas y tecnológicas para cambiar determinadas características físicas “naturales” frente a los que atienden estrictamente necesidades sanitarias, o la entrada de la humanidad en una era “transhumana” en la que la biología puede ser manipulada a voluntad suscitan cuestiones éticas muy espinosas y lejos de estar resueltas. Para ello, haría falta, en primer lugar, establecer unos principios generales que guíen las conductas en relación con el mejoramiento humano, y estos principios habrían de ser suscritos en un ámbito global.

Por su parte, Mary Warnock, a partir de su experiencia en el primer caso de fertilización humana in vitro, aborda las cuestiones éticas que suscita la embriología, objeto de un vivo debate centrado en materias tan cruciales como la clonación, la investigación con células madre o la reproducción asistida.

Internet es, seguramente, la tecnología más omnipresente y característica de nuestro tiempo. Su naturaleza genuinamente global, abierta y libre de normas, controles y poderes transnacionales dota de una especial complejidad a los problemas éticos que plantea. Robert Schultz propone los principios necesarios para abordar estos problemas, tanto los del ámbito individual como los de alcance social o incluso global.

La tercera sección del libro se dedica a las cuestiones éticas en la relación con algunos de los mayores problemas que la Humanidad en su conjunto tiene que afrontar: el desarrollo económico, la pobreza y el deterioro ambiental. Problemas, además, sobre los que el impacto de la tecnología y la globalización son altamente controvertidos.

El avance tecnológico y la globalización están impulsando el crecimiento global a ritmos que probablemente no se han conocido nunca en la historia. Pero, al tiempo, se observa cómo ese crecimiento implica una presión creciente sobre el ecosistema global, que se manifiesta en fenómenos tales como el cambio climático, la deforestación acelerada, la pérdida de biodiversidad, el deterioro de la calidad de las aguas, que ponen en peligro la sostenibilidad del planeta. Esa prosperidad, por otro lado, se reparte de forma desigual: mientras algunas áreas emergentes son capaces de mantener de forma persistente altos ritmos de crecimiento económico, otras –como el África subsahariana– se encuentran al margen de desarrollo, y con niveles de vida cada vez más alejados de los de las áreas desarrolladas. Incluso dentro de las naciones se está produciendo un aumento de la desigualdad en la distribución de la riqueza.

Sin duda, el avance científico y tecnológico mejora nuestras capacidades para afrontar todos estos problemas y, junto con la ampliación de los mercados y el incremento de la competencia y la eficiencia que la globalización trae consigo suponen una enorme oportunidad para incrementar de forma sostenida los niveles de prosperidad y bienestar del conjunto de la población mundial, al tiempo que preservamos el medioambiente.

Eso exige, sin embargo, una adaptación cultural que se traslade a las estructuras institucionales y normativas. Y este cambio cultural solo será eficaz –es decir, solo contribuirá al progreso y al bienestar general– si se articula sobre la base de unos valores éticos firmes y aceptados de manera global.

En este marco, los artículos siguientes tratan de los fundamentos éticos a partir de los cuales debemos construir las soluciones para los grandes problemas de nuestro tiempo.

Peter Singer, que ya en nuestro libro de 2009 planteó una brillante panorámica de los problemas éticos de la globalización (Singer, 2009), se centra en este libro sobre las cuestiones éticas relativas a la reducción de la pobreza extrema, examinando las razones por las que los países desarrollados y sus ciudadanos deberían contribuir más a este propósito, y argumentando que la eliminación de la pobreza es un bien común, en torno al cual convergen los requerimientos éticos y el propio interés de los ciudadanos de los países desarrollados.

Por su parte, Bernardo Kliksberg propone las líneas generales de una agenda ética para la economía, que oriente la actuación de los Gobiernos y las empresas e impulse el voluntariado de los ciudadanos, y repasa algunas experiencias en este sentido en América Latina.

El artículo de Kristin Shrader-Frechette aborda las cuestiones éticas en relación con el medioambiente, criticando algunos conceptos maximalistas muy extendidos entre ciertos defensores del medioambiente y proponiendo tres principios clave para construir la ética medioambiental de nuestro tiempo, a partir de reglas éticas “tradicionales” y de la compatibilización de los derechos humanos y la salud pública con la protección del medioambiente.

El desajuste entre el grado de avance tecnológico actual (con las posibilidades que ofrece en el terreno económico) y el marco cultural e institucional en el que nos desenvolvemos –desarrollado en el marco de una generación de tecnologías e industrias más antiguas– es un factor fundamental que subyace a la profunda crisis económica y financiera actual, tal y como pone de manifiesto Francisco Louça en su magnífico artículo en el libro anterior de esta serie (Louça, 2010).

Este desajuste se ha manifestado muy claramente en las regulaciones y en los mecanismos de control del sistema económico, pero también en los criterios y principios comunmente aplicados para la toma de decisiones en las empresas. En consecuencia, la ética, los valores y los principios en los negocios se han convertido –con toda justificación– en un aspecto crucial dentro del amplio y vivo debate sobre la crisis.

La crisis puede ser el punto de inflexión para articular un sistema económico más eficiente y productivo, y, al mismo tiempo, más estable, más justo y más alineado con los intereses legítimos del conjunto de los ciudadanos del mundo.

Richard De George abre la cuarta sección de este libro con una revisión histórica del concepto de ética en los negocios, para concluir que la visión de la ética de las empresas muestra diferencias sustanciales entre unas y otras épocas y áreas geográficas, reflejando las particularidades de cada situación socioeconómica. Y aunque en muchos países la conceptualización ha alcanzado un alto nivel de madurez, el desarrollo de una ética global de los negocios está todavía en un estado embrionario.

Edward Freeman mantiene que necesitamos un nuevo discurso acerca de cómo las empresas funcionan en la realidad. Los conceptos de stakeholders y de reputación son clave en este nuevo discurso que está comenzando a emerger a partir de la crisis. Los intereses de los clientes, los empleados, los proveedores, los financiadores y los consumidores son, en buena medida, confluyentes. Todos estos grupos de interés y la reputación de la empresa son parte integral del modelo de negocio; los ejecutivos, en consecuencia, deben asumir su papel como gestores de la reputación y responsables de crear el mayor valor posible para los stakeholders.

Geert Hofstede, a partir de sus investigaciones de comparación internacional, muestra que mientras las culturas nacionales difieren de forma sustancial en los valores, las culturas corporativas muestran sus principales diferencias en las prácticas. Por consiguiente, las culturas de las empresas pueden ser creadas y modificadas con mayor facilidad. Establecer, adaptar y monitorizar las prácticas correctas en toda la organización para asegurar su unidad y su buen funcionamiento es una tarea clave de la dirección.

El gobierno corporativo, en los últimos años y muy especialmente a partir de la crisis, es objeto de una renovada atención y el centro de un vivo debate. Thomas Clarke aboga por un enfoque del gobierno corporativo en que la toma de decisiones se convierta en un ejercicio moral que debe ir más allá del control interno de la compañía y el cumplimiento de la regulación, para extenderse al impacto medioambiental y social de la compañía.

Por su parte, Mollie Painter-Morland trata las cuestiones de género, liderazgo y organización. En su artículo muestra cómo las prácticas discriminatorias están “escondidas” en las prácticas diarias en la empresa; para combatirlas aboga por nuevos modelos de liderazgo que permitan tanto a mujeres como a hombres explorar y aprovechar todo su potencial.

La industria financiera está en el centro de la crisis que atravesamos; el origen de la crisis es financiero y en su desencadenamiento han influido de manera clara ciertos comportamientos éticamente objetables en determinadas instituciones. Por eso, en este libro dedicamos una sección específica a la ética en las finanzas. En ella se dedica una atención especial a la gestión del riesgo, una función muy específica de la banca y que se ha revelado como determinante en la crisis.

John Boatright, en su artículo, plantea el papel diferencial de la gestión del riesgo en la presente crisis, vinculado a la complejidad de los modelos y herramientas matemáticos que se han desarrollado en las últimas décadas para valorar el riesgo de las carteras. Estos tienden a reducir la transparencia y la accountability de decisiones tomadas en el marco de los intereses específicos de cada empresa y de sus accionistas, pero que pueden afectar de manera muy profunda a grupos mucho más amplios de ciudadanos o al conjunto de la sociedad. El gran reto ético que plantea la crisis es cómo utilizar la gestión del riesgo de manera socialmente responsable.

En el segundo artículo sobre esta cuestión Peter Koslowsky argumenta que una de las razones detrás del fracaso de la gestión del riesgo en la crisis es la falta de comprensión de los valores asociados a la toma y a la evitación de riesgos. La desregulación completa no ha funcionado. Pero la salida de la crisis no debe llevar a una regulación y control estatal excesivos. El compromiso ético de los gestores, plasmado en la autorregulación, deberá desempeñar un papel fundamental en el futuro de la industria.

Por último, y para cerrar esta sección y el libro, Reinhard Schmidt plantea un panorama del desarrollo de las microfinanzas. Concluye que las entidades de microfinanzas, obligadas a mantener su habilidad comercial y financiera, han tendido a centrarse en las necesidades de las clases mediasbajas de los países en desarrollo (pobres en relación a los estándares europeos, pero no según los estándares locales). Esta es una función social y económicamente clave para el desarrollo de estos países, pero, a su vez, exige que los expertos y los emprendedores sociales encuentren nuevas formas para atender las necesidades de los ciudadanos en condiciones de extrema pobreza.

Empresas por un mundo más ético

Hoy existen en el mundo más de 70.000 empresas multinacionales, que generan el 25% de la producción mundial. En las últimas dos décadas, la inversión “extranjera” de estas empresas, es decir, la que han realizado fuera de su país de origen, ha superado –con mucho– a la de toda la ayuda oficial al desarrollo. Estas grandes empresas tienen un enorme peso económico y penetración e impacto social: crean empleos de alta calidad, generan una demanda relevante y fiable para los proveedores locales, proporcionan nuevos o mejores servicios y productos a sus clientes; y lo que es, incluso, más importante, difunden nuevas y mejores tecnologías, métodos de gestión y prácticas comerciales más modernas y eficaces y, en términos más generales, el conjunto de valores asociados a las sociedades democráticas avanzadas.

Se han convertido, por tanto, en instrumentos fundamentales para la construcción de una economía y una sociedad globales y pueden –y deben– ser catalizadores muy poderosos de la transformación hacia un mundo más próspero, equilibrado y sostenible.

Las empresas no son parte de los problemas del mundo. Al contrario, tienen que ser un elemento esencial para su solución. En el siglo XXI, la empresa tiene que ser responsable; debe responder a las demandas legítimas de su entorno, asumir compromisos con las sociedades en las que está presente. Y tiene dos motivos muy importantes para hacerlo: la convicción y su propio interés. La convicción, porque la ética y los valores positivos deben constituir el núcleo de su cultura corporativa. Y el interés, porque las empresas afrontan una sociedad cada vez más informada y exigente; y necesitan, por tanto, mayor legitimidad para desarrollar con éxito su actividad en el medio y largo plazo. Por otra parte, una sociedad más próspera y estable es, al mismo tiempo, una condición y un resultado del buen desarrollo de las empresas.

Si esto es así para todas las empresas, aún más lo es para los bancos. Porque la industria financiera está en el centro de la economía y la sociedad. Su función es ayudar a las empresas y a los ciudadanos a realizar sus proyectos, ofreciendo servicios fundamentales de pagos, de ahorro y de inversión, además de suministrar una gama creciente de otros productos y servicios cada vez más especializados, fundamentalmente vinculados a la gestión del riesgo en sus distintas modalidades.

Por todo esto, la banca es un factor fundamental del desarrollo. Y, por eso, la banca debería ser un referente básico de la confianza de todos los agentes sociales, en un doble sentido: en el de atender los intereses legítimos de todos sus stakeholders y, también, en el sentido de la prudencia y la competencia profesionales.

Competencia profesional y ética son dos atributos esenciales –y en muchos aspectos relacionados– que cada entidad financiera, y el sistema en su conjunto, debe salvaguardar celosamente.

Esto siempre ha sido así, pero la crisis ha conducido a una grave pérdida de la credibilidad del conjunto del sistema económico y muy en particular a un fuerte deterioro de la reputación de los bancos.

En paralelo, se ha estrechado el escrutinio de la opinión pública y la presión de los medios, así como el activismo de los accionistas y de multitud de organizaciones no gubernamentales y de plataformas más o menos formales de reivindicación que, en última instancia, reclaman cambios profundos en la gestión y el control de las decisiones políticas, económicas y financieras.

Sin duda, ha habido actuaciones erróneas, imprudentes o llanamente fraudulentas en muchas entidades. Y, también, fallos muy importantes en el sistema, deficiencias muy serias en la regulación y en la supervisión que deben ser corregidas. Pero no toda la responsabilidad, ni siquiera la cuota mayor de responsabilidad, puede ser asignada a la regulación y la supervisión. No existe la supervisión perfecta y no es posible –ni deseable– una regulación financiera que prevea todas las situaciones y determine todas las decisiones. No es posible porque el entorno, las instituciones, los mercados, cambian constantemente –en buena medida para responder a la propia regulación–. Y ni siquiera es deseable, porque aun cuando se consiguiera esa regulación “total”, resultaría contraproducente: limitaría gravemente la competencia, y con ella la eficiencia, la creatividad y la innovación en la industria, con la pérdida consiguiente de utilidad para sus usuarios y de potenciador de crecimiento para la economía.

Las empresas son instrumentos fundamentales para la construcción de una economía y una sociedad globales y pueden ser catalizadores muy poderosos de la transformación hacia un mundo más próspero, equilibrado y sostenible

De esta forma, la inquietud y el descontento actuales –bien justificados– implican riesgos muy relevantes para el funcionamiento del sistema y para el bienestar futuro de la población: la sobrerregulación y la implicación excesiva del sector público en la actividad económica y financiera pueden conducir a un deterioro serio de la eficiencia y de la capacidad para generar crecimiento y empleo.

Necesitamos, sin duda, una mejor regulación, pero no más regulación. Y además, y sobre todo, necesitamos más principios, más ética en los negocios en general y en la industria financiera en particular. Porque son los principios éticos los que aseguran un comportamiento adecuado de los agentes en un sinnúmero de situaciones no previstas por las normas (o no estrechamente reguladas por los organismos encargados de hacerlas cumplir). Como dijo Earl Warren, durante muchos años presidente del Tribunal Supremo de Estados Unidos: “en la vida civilizada, la ley flota en un océano de ética”.

La crisis puede ser el punto de inflexión para articular un sistema económico más eficiente y productivo, y, al mismo tiempo, más estable, más justo y más alineado con los intereses legítimos del conjunto de los ciudadanos del mundo. La crisis, en definitiva, puede convertirse en una enorme oportunidad para todos. Y para conseguirlo, la clave es la ética.

Para ello, hemos de articular principios ampliamente compartidos, que afronten las cuestiones éticas suscitadas por los cambios de nuestro tiempo. Debemos también conseguir que muchos más ciudadanos tomen conciencia de los retos morales a los que nos enfrentamos todos, en nuestra condición múltiple de consumidores, agentes del sistema productivo –como trabajadores o empresarios–, participantes del sistema político y miembros de la sociedad civil. Y, también, necesitamos que muchas más empresas entiendan que la ética no solo es deseable, sino que es rentable. Empresas solventes, eficientes e innovadoras; y, al tiempo, empresas que aplican sólidos principios morales en las relaciones con todos sus stakeholders y se comprometen con el desarrollo de las sociedades en las que se desenvuelven y con las aspiraciones y preocupaciones de sus ciudadanos. En esta tarea, las grandes empresas multinacionales –entre ellas, y muy destacadamente, los bancos– pueden hacer una contribución muy relevante.

BBVA: un proyecto basado en principios

La importancia de los principios éticos para la estabilidad de las instituciones y del conjunto del sistema económico y financiero se pone claramente de manifiesto por la disparidad de los efectos que la crisis ha tenido sobre unas entidades y otras. No todos los bancos han sido iguales; no todos han tenido los mismos comportamientos, y en consecuencia, no todos están teniendo los mismos resultados.

Desde el verano de 2007, a lo largo de todos los episodios sucesivos de una larga crisis que está teniendo impactos negativos en muy diferentes negocios, mercados y geografías, BBVA ha sido capaz de mantener, trimestre a trimestre, año a año, una sólida senda de resultados positivos. Esta evolución contrasta con la extrema volatilidad de los resultados de la mayor parte de los bancos y ha permitido a BBVA ser uno de los muy pocos grandes bancos del mundo que no ha tenido necesidad de ayuda pública alguna, ni se ha visto forzado a ninguna ampliación de capital para recomponer sus recursos propios hasta niveles exigidos por la regulación, porque en todo momento ha sido capaz de generar internamente el capital necesario.

Esto es el resultado de una multiplicidad de factores: una adecuada diversificación de nuestros negocios y de los mercados en los que estamos presentes; un modelo muy eficiente de banca universal, muy orientado al cliente y apoyado en la mejor tecnología; y una cultura muy prudente de gestión del riesgo. Y todo ello se resume y se explica en un solo concepto: nuestros principios.

Desde hace tiempo, bastantes años antes de la crisis, en BBVA estamos empeñados en la construcción de un proyecto empresarial basado en firmes principios, desde la convicción –que nuestro comportamiento ante la crisis está probando cierto– de que “la ética no solo es deseable, sino que es rentable”.

Nuestros principios básicos son tres: el primero es la transparencia. El segundo principio es el de integridad. Y el tercero es el de prudencia, que es exigible a toda empresa, pero aún más a un banco, con un deber fiduciario frente a sus clientes y que debe reflejarse, especialmente, en la gestión del riesgo.

Estos principios están en la misma base de nuestro modelo de negocio. En la industria financiera, los modelos más avanzados de gestión utilizan la Rentabilidad Ajustada al Riesgo (RAR) como la herramienta para crear valor. El modelo de gestión de BBVA es más exigente porque demanda, además, el cumplimiento con rigurosos criterios éticos. Es decir, que incorpora también la Rentabilidad Ajustada a los Principios. Y todo esto, porque creemos que haciéndolo así aportamos valor a todos nuestros grupos de interés –en la línea que el profesor Freeman destaca en su artículo en este libro.

La piedra angular del proyecto de BBVA es el gobierno corporativo. En esta materia, situamos el foco en establecer incentivos y controles apropiados para que exista un equilibrio entre ambas funciones y evitar los conflictos de interés con el propósito último de velar por un comportamiento óptimo de la empresa en relación con todos sus grupos de interés.

BBVA, desde hace ya una década, viene trabajando para establecer un gobierno corporativo de vanguardia, por encima de los estándares internacionalmente aceptados. Ya en 2002, se dieron pasos decisivos en esta dirección, consolidando dos pilares fundamentales: la independencia del Consejo (amplia mayoría de consejeros independientes), apoyada por el amplio conocimiento del Grupo de una minoría de consejeros ejecutivos; y la transparencia y el rigor, instrumentados a través de normas, criterios y reglamentos que suponen compromisos exigentes, públicos y verificables.

En los años siguientes hemos venido aportando nuevas adaptaciones y mejoras, en un proceso que nunca damos por terminado, precisamente porque queremos mantener a BBVA a la cabeza de las mejores prácticas internacionales.

Sobre esta base de un excelente gobierno corporativo, en BBVA hacemos uso de todos los instrumentos que puedan ayudar a construir una compañía basada en los principios. Entre ellos, figuran de manera destacada los códigos de conducta, que todos deben asumir e integrar en su conducta habitual, así como los códigos internacionales de referencia que BBVA ha suscrito, como el Pacto Mundial de las Naciones Unidas, la Declaración Universal de Derechos Humanos, las de la Organización Mundial del Trabajo y otros muchos. Como entidad financiera, asignamos también una especial relevancia a los Principios de Ecuador y los Principios de Inversión Responsable de la ONU.

Todos estos principios, códigos y estándares son útiles, pero la clave está en pasar de las declaraciones a los hechos. Para conseguirlo hacen falta dos elementos fundamentales: el primero es una organización adecuada, que articule el sistema de gobierno corporativo y los sistemas de cumplimiento, de gestión del riesgo y de responsabilidad corporativa, integre los principios y estándares éticos en la estrategia de BBVA y vele por que sean conocidos y asumidos por toda la organización. El segundo es un liderazgo públicamente comprometido con nuestros principios y valores, que los difunda activamente.

Nuestros principios, además, se resumen en la visión de BBVA: “trabajamos por un futuro mejor para las personas” y se plasman en compromisos concretos con todos nuestros grupos de interés:

  • Con nuestros accionistas: crear más valor de forma sostenida en el tiempo.
  • Con nuestros clientes: buscar las mejores soluciones para atender sus necesidades, sobre la base de una relación de confianza en el medio y largo plazo.
  • Con nuestros empleados: desarrollar un estilo de gestión que genere entusiasmo y fomente la formación, la motivación y el desarrollo personal y profesional.
  • Con nuestros reguladores: actuar con integridad y transparencia, cumpliendo rigurosamente la legalidad.
  • Con las sociedades en las que trabajamos: contribuir de forma activa a su desarrollo sostenible y a su bienestar.

Evidentemente, estos compromisos se deben cumplir, fundamentalmente, realizando lo mejor posible nuestra actividad diaria. Pero en BBVA, vamos aún más allá, con el desarrollo de un Plan Estratégico de Responsabilidad Corporativa al que el Grupo BBVA dedica un volumen muy importante de recursos (en 2010, 76 millones de euros, equivalente al 1,6% de su beneficio atribuido), y que tiene tres grandes ejes: inclusión financiera; banca responsable, y la educación y el conocimiento.

Nuestros programas de inclusión financiera plantean soluciones para un grave problema global: hoy, menos de 1.000 millones de personas (el 15% de la población mundial) son clientes de los bancos. Y existen, al menos, 2.000 millones de personas que no tienen acceso a estos servicios, porque el modelo convencional de banca no es suficientemente eficiente para rentabilizar la provisión de servicios financieros a personas con niveles de renta por debajo de un umbral determinado. Sin embargo, el acceso a los servicios financieros incrementaría enormemente las oportunidades de estas personas para mejorar su bienestar y su calidad de vida, y mejoraría las perspectivas de crecimiento y desarrollo de sus sociedades.

En BBVA aspiramos a universalizar el acceso a los servicios financieros. Queremos hacer “banca para todos”. BBVA está desarrollando un ambicioso plan de bancarización, desarrollando modelos innovadores, más simples y eficientes, para ofrecer servicios financieros. Así, desde el año 2007 hemos conseguido incorporar más de cinco millones de nuevos clientes en América Latina.

Paralelamente, en 2007 creamos la Fundación Microfinanzas BBVA, con una dotación inicial de 200 millones de euros. Se trata de una entidad sin ánimo de lucro, dedicada a promover las microfinanzas productivas, es decir, a impulsar el acceso al crédito y a los servicios financieros para personas con bajos ingresos que emprendan proyectos productivos. La estrategia de la Fundación se centra en alianzas y tomas de participación en entidades microfinancieras con probada experiencia local.

A mediados de este año 2011, la Fundación Microfinanzas actuaba ya a través de ocho entidades en seis países: Colombia, Perú, Chile, Panamá, Argentina y Puerto Rico. Contaba con cerca de un millón de clientes (un 63% mujeres, dos tercios con ingresos inferiores a 10 dólares por día), con un microcrédito promedio de 737 euros. Y sigue creciendo para consolidarse como la mayor red microfinanciera de América Latina y una de las mayores del mundo.

La banca es un factor fundamental del desarrollo. Y, por eso, la banca debería ser un referente básico de la confianza de todos los agentes sociales.

El modelo de nuestra Fundación es genuino e innovador; abre una tercera vía al dilema que el profesor Reinhard Schmidt plantea en su artículo, entre entidades microfinancieras excesivamente comerciales, que aplican tasas muy altas, y otras entidades, de tipo más social y con tasas más bajas, pero con problemas de gestión, de eficiencia y de acceso a la financiación en el mercado de capitales.

La aportación de capital y de conocimiento de la Fundación permite crear un modelo profesionalizado y eficiente, con importantes sinergias entre las distintas entidades de la red. Y gracias a la inexistente presión por resultados a corto plazo –más allá de asegurar la sostenibilidad del modelo– es posible aplicar menores tasas y llegar a las zonas y colectivos de más difícil acceso, creando mucho más valor a largo plazo.

“Banca responsable” es una línea de actuación transversal que involucra a todas las vertientes y las personas de la organización. Está dirigida, en primer lugar, a garantizar el cumplimiento de todas las normas y regulaciones a las que estamos sujetos, así como de nuestros propios códigos de conducta y los compromisos internacionales suscritos en distintas materias.

A partir de estos mínimos, BBVA aborda proyectos específicos de mejora, más allá de lo exigido en la regulación, relativo a la gestión ética con nuestros clientes, empleados, proveedores, reguladores y el conjunto de la sociedad. Proyectos tales como el desarrollo de un Plan de Igualdad de Género, el Plan Global de Voluntariado Corporativo, la Política Global de Compras Responsables del Grupo, la Política Global de Ecoeficiencia, una exigente política de financiación de proyectos de alto impacto social o medioambiental, así como de financiación de sectores controvertidos, como el de armamento o el lanzamiento de un ambicioso programa de Prevención del Fraude son algunas de estas iniciativas.

Por último, los programas de educación y de generación y difusión del conocimiento representan aproximadamente dos tercios de los recursos que el Grupo BBVA dedica cada año a las acciones en el terreno social. Lo hacemos así porque entendemos que estas son las palancas más poderosas para promover el desarrollo económico y el bienestar y la estabilidad en todas las sociedades en las que trabajamos.

Una parte importante de estos recursos se dedica a la educación financiera, que tiene un alto valor para las personas y las sociedades, porque favorece la situación financiera personal, mejora la gestión del riesgo, impulsa el ahorro y fortalece el sistema financiero. En BBVA estamos llevando a cabo el Plan Global de Educación Financiera, dotado con 26 millones de euros para el trienio 2009-2011 y que cuenta ya con más de un millón de beneficiarios.

BBVA lleva a cabo también otros importantes proyectos educativos de tipo general en América Latina, como el programa “Niños adelante”, al que se destinaron 15,4 millones de euros en 2010 y con el que se promueve cada año la integración social de 60.000 niños y niñas de familias desfavorecidas fundamentalmente a través de la concesión de becas a la educación. Además, BBVA ha lanzado, en alianza con la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI), “Metas Educativas 2021”, un ambicioso proyecto que beneficiará a más de 8 millones de personas en la región a lo largo de la próxima década.

La línea de Impulso del Conocimiento tiene un protagonista principal en el Grupo, la Fundación BBVA, que centra su actividad en la generación y la difusión del conocimiento, a través del apoyo a la investigación científica de frontera y a la creación artística más innovadora. Esta actividad de la Fundación tiene su proyección más pública en los Premios Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento, otorgados por primera vez en 2008 y que en solo cuatro ediciones se han situado entre los premios de mayor relevancia internacional. Pero se sustenta, también, en el apoyo constante a numerosos proyectos de investigación, a la formación avanzada y especializada y a la comunicación y difusión del conocimiento, así como al reconocimiento de los investigadores y profesionales que contribuyan significativamente al avance del conocimiento.

En esta línea se suscribe nuestra serie anual de libros y la web OpenMind. El título de este año se ha concebido como una contribución al conocimiento y al debate sobre una cuestión fundamental de nuestro tiempo: el papel de la ética en la sociedad global del siglo XXI. Creemos firmemente que la difusión y la adopción general de principios morales compartidos por todos es fundamental para aprovechar las enormes oportunidades que el avance científico y tecnológico nos ofrece, en favor del bienestar y la calidad de vida de los ciudadanos del mundo – de nuestra generación y de las que vendrán–. Espero y deseo que sus lectores disfruten y extraigan tanto provecho de él como nosotros en la tarea de editarlo.

Bibliografía

Louça, F. 2010. “Cultura, valores y ciclos largos del desarrollo capitalizado”, en: Curtis R. Carlson, Alfonso Gambardella, Hugh Herr et al., Innovación: perspectivas para el siglo XXI. Madrid: BBVA, 115.

Singer, P. 2009. La ética desde un enfoque global, en Wallace S. Broecker, Jordi Canals, Peter Dicken et al., “Las múltiples caras de la globalización”, Madrid: BBVA, 258.

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