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Artículo del libro La era de la perplejidad. Repensar el mundo que conocíamos

El papel de los nuevos medios en la política

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Los nuevos medios de comunicación surgidos después de la aparición de internet siguen evolucionando vertiginosamente a través de formas novedosas y a veces imprevistas, que suponen serias consecuencias para las políticas y los gobiernos democráticos. Los nuevos medios han alterado radicalmente la manera en la que funcionan las instituciones gubernamentales, han obligado a cambiar la táctica que utilizan los políticos para transmitir sus ideas y posicionamientos, la estrategia para disputarse las elecciones y el compromiso ciudadano. El presente artículo sigue la evolución de los nuevos medios de comunicación y examina el papel que ejercen en la vida política y las consecuencias para la misma.

Los nuevos medios políticos son formas de comunicación que facilitan la producción, la diseminación y el intercambio de contenido político en plataformas y en las redes sociales que permiten la interacción y la colaboración de los usuarios. Han evolucionado rápidamente a lo largo de las tres últimas décadas, y siguen desarrollándose de formas novedosas y a veces inesperadas. Los nuevos medios tienen unas implicaciones de amplio alcance para el gobierno democrático y las prácticas políticas. Han modificado, radicalmente, las formas en que funcionan las instituciones gubernamentales y como se comunican los líderes políticos. Han transformado el sistema de medios políticos y redefinido el papel de los periodistas. Han influido enormemente en la forma en que se disputan las elecciones; y han cambiado la forma en que los ciudadanos se implican en la política.

La aparición de nuevos medios ha complicado el sistema de los medios políticos. Los medios convencionales, compuestos por los medios de comunicación de masas anteriores a internet, como los periódicos, los programas de radio y los noticiarios televisivos, coexisten con nuevos medios que son los vástagos de la innovación tecnológica. Mientras los medios clásicos mantienen unos formatos relativamente estables, la lista de medios nuevos, que incluye páginas web, blogs, plataformas para compartir vídeos, aplicaciones digitales y redes sociales, se expande continuamente de formas innovadoras. A los medios de comunicación de masas diseñados para difundir noticias de interés general a un gran público se les han unido fuentes especializadas que difunden noticias selectivamente a un número limitado de usuarios (Stroud, 2011). Los nuevos medios pueden transmitir información directamente a las personas sin la intervención de controladores editoriales ni institucionales, intrínsecos a las formas de comunicación clásicas. Así pues, los nuevos medios han introducido un mayor nivel de inestabilidad e imprevisibilidad en el proceso de comunicación política.

Los medios diseminan una enorme cantidad de contenidos políticos, pero buena parte del material es trivial, poco fiable y polarizador.

La relación entre los medios de comunicación clásicos y los nuevos es simbiótica. Los clásicos han incorporado a los nuevos en sus estrategias informativas. Distribuyen material a través de una gama de plataformas de comunicación nuevas y antiguas. Se basan en las fuentes de los medios nuevos para satisfacer la demanda creciente de contenidos. A pesar de la competencia de los nuevos medios, las audiencias de los medios tradicionales siguen siendo importantes, incluso sin ser tan grandes como en el pasado. Los lectores de la edición impresa de The New York Times y los espectadores de programas nocturnos de las cadenas de televisión superan, en mucho, a los que acceden a las páginas web más populares de noticias políticas (Wired Staff, 2017). Las noticias de la televisión por cable y de las cadenas siguen siendo las fuentes principales de información política para la gente de más de treinta años (Mitchell y Holcomb, 2016). Como consecuencia de ello, los nuevos medios se basan en sus homólogos clásicos para ganar legitimidad y popularizar sus contenidos.

En condiciones ideales, los medios cumplen varios papeles esenciales en una sociedad democrática. Su principal objetivo es informar al público, proporcionando a los ciudadanos la información necesaria para tomar decisiones meditadas sobre los líderes y las políticas. Los medios actúan a modo de controladores o perros guardianes, comprobando las acciones del gobierno. Establecen la agenda para la discusión pública de asuntos y proporcionan un foro para la expresión política. También facilitan el desarrollo de comunidades ayudando a la gente a encontrar causas comunes, a identificarse con grupos cívicos y a trabajar en pro de soluciones para los problemas de la sociedad.

Los nuevos medios tienen el potencial de satisfacer estas funciones de «libro de texto». Proporcionan un acceso sin precedentes a la información y pueden incluso llegar a audiencias desinteresadas mediante canales personalizados entre iguales, como Facebook. Los funcionarios públicos están sujetos a un mayor escrutinio, a medida que la gente normal une fuerzas con la prensa consolidada para llevar a cabo el papel de perro guardián. Los asuntos y los eventos que podrían encontrarse fuera del alcance de los periodistas convencionales pueden ser llevados a la palestra por ciudadanos corrientes. Los nuevos medios pueden crear comunidades que trasciendan las fronteras físicas mediante sus grandes capacidades de interconexión. Aunque la cobertura de los sucesos políticos por parte de los medios clásicos se correlaciona con un mayor compromiso político entre el gran público, los periodistas convencionales no creen que potenciar la participación sea su responsabilidad (Hayes y Lawless, 2016). Sin embargo, los nuevos medios buscan, explícitamente, implicar al público en las actividades políticas, como votar, ponerse en contacto con los funcionarios públicos, las actividades de voluntariado en su comunidad y tomar parte en movimientos de protesta.

Al mismo tiempo, la era de los nuevos medios ha exacerbado tendencias que socavan los objetivos ideales de una prensa democrática. Los medios diseminan una enorme cantidad de contenidos políticos, pero buena parte del material es trivial, poco fiable y polarizador. El papel de perro guardián antes de la era de los nuevos medios había sido llevado a cabo, en gran medida, por periodistas cualificados que, en las mejores circunstancias, se centraban en destapar los hechos que rodeaban a las transgresiones políticas graves. Los reporteros del Washington Post, Bob Woodward y Carl Bernstein inspiraron a una generación de periodistas de investigación tras revelar el papel del presidente Richard Nixon en la irrupción en el cuartel general del Partido Demócrata, en el hotel Watergate, lo que provocó su dimisión (Shepard, 2012). En la era de los nuevos medios de comunicación, muchas noticias consisten en la cobertura de un torrente interminable de escándalos espectaculares (ya sean reales, exagerados o completamente inventados) que frecuentemente solo están relacionados tangencialmente con el gobierno.

Este capítulo empieza abordando brevemente la evolución de los nuevos medios en Estados Unidos para establecer las características centrales del sistema de medios de comunicación políticos actuales. Nos centraremos en el papel de los medios a la hora de proporcionar información en un sistema gubernamental democrático, y estudiaremos las formas en que los nuevos medios han afectado este papel. La diversidad de contenidos diseminados por los nuevos medios ha generado oportunidades como la capacidad de que más voces sean escuchadas. Sin embargo, la cuestionable calidad de buena parte de esta información plantea cuestiones serias para el discurso democrático. A continuación, hablaremos sobre cómo los nuevos medios son fundamentales para la cobertura política en una sociedad de la posverdad, en la que falsedades que contienen pequeñas referencias a hechos reales pasan por noticias. Por último, observaremos las formas en que la prensa que actúa a modo de perro guardián se está viendo ensombrecida por la prensa que actúa a modo de portavoz y sirve de maquinaria publicitaria para los políticos.

La evolución de los nuevos medios

Los nuevos medios emergieron a finales de la década de 1980, cuando las plataformas de entretenimiento, como los programas de charla en la radio y la televisión, y la prensa sensacionalista, adoptaron destacados papeles políticos y dieron lugar al género del «infoentretenimiento». El «infoentretenimiento» difumina los límites entre las noticias y el entretenimiento y favorece las historias sensacionalistas y escandalosas en detrimento de la información seria (Jebril et al., 2013). Los políticos recurrieron a los nuevos medios para sortear el control de la prensa convencional sobre la agenda informativa. El énfasis puesto en el «infoentretenimiento» por los nuevos medios en esta etapa temprana aportó a los líderes y candidatos políticos un entorno más amigable para presentarse ante el público que el de los canales de la prensa seria (Moy et al., 2009). Durante las elecciones presidenciales estadounidenses de 1992, el candidato del Partido Demócrata, Bill Clinton, apareció, como es bien sabido, en el programa televisivo de opinión, debate y entrevistas de Arsenio Hall llevando unas gafas de sol y tocando el saxofón, lo que generó una imagen cálida y personal que marcó el tono de su campaña (Diamond et al., 1993). La fusión de la política y el entretenimiento atrajo a audiencias que normalmente habían mostrado desinterés por los asuntos públicos (Williams y Delli Carpini, 2011). También dio pie a la ascendencia de los «famosos» políticos y preparó el camino para un presidente de la «telerrealidad» como Donald Trump décadas después.

Los observadores políticos y los eruditos contemplaron la llegada de un «populismo de los nuevos medios» que implicaría a los ciudadanos desinteresados y facilitaría un papel más activo al público en el discurso político. Los nuevos medios tenían el potencial de mejorar el acceso de la gente a la información política, facilitar un discurso político de mayor alcance y fomentar la participación. Al principio, el público respondió positivamente a los canales de comunicación más accesibles, llamando a programas de opinión, debate y entrevistas políticos y participando en foros de discusión de los ayuntamientos por internet. Sin embargo, el verdadero potencial populista de los nuevos medios se vio socavado por el hecho de que el sistema de los nuevos medios políticos evolucionó anárquicamente, sin principios rectores ni objetivos. Estaba muy dominado por los intereses comerciales y por aquellos que ya ocupaban puestos privilegiados en la política y la industria de la información. El entusiasmo público acabó dando lugar a la ambivalencia y el cinismo, especialmente a medida que la novedad de la primera fase de los nuevos medios desapareció (Davis y Owen, 1998).

La siguiente fase en el desarrollo de los nuevos medios se desplegó junto con la aplicación a la política de tecnologías emergentes de comunicación digital que hicieron posible canales completamente nuevos y revolucionarios sistemas de envío de contenidos. El entorno digital y las plataformas a las que sostiene transformaron profundamente el sistema de los medios políticos. Empezando a mediados de la década de 1990, nuevas plataformas de medios políticos progresaron rápidamente desde la rudimentaria página web de «folletos» sin capacidad de interacción usada por la campaña presidencial de Bill Clinton en 1992 hasta abarcar sitios web con características interactivas, foros de discusión, blogs, plataformas online para la recaudación de fondos, páginas web para el reclutamiento de voluntarios y reuniones. El público se implicó más en la producción y distribución real de contenidos políticos. Los «periodistas ciudadanos» estaban siendo testigos de eventos que los periodistas profesionales no cubrían. La gente no perteneciente a las élites aportaba sus puntos de vista sobre cualquier asunto a los propios líderes políticos. Los miembros del público también eran responsables de la grabación y la publicación de vídeos que podían volverse virales e influir en el desarrollo de los acontecimientos (Wallsten, 2010). En 2006, por ejemplo, la campaña para la reelección del senador republicano George Allen se vio arruinada por un vídeo viral en el que utilizaba el término «macaco» (un insulto racista) para referirse a una joven de origen indio que estaba asistiendo a su mitin electoral (Craig y Shear, 2006).

La fusión de la política y el entretenimiento atrajo a audiencias que normalmente habían mostrado desinterés por los asuntos públicos.

Una tercera fase en la evolución de los nuevos medios viene marcada por las elecciones presidenciales de 2008, con la revolucionaria estrategia de la campaña digital del candidato demócrata, Barack Obama. El equipo de Obama revolucionó el uso de las redes sociales en unas elecciones que creían imposibles de ganar utilizando técnicas tradicionales. La campaña hizo uso de características avanzadas de los medios digitales que sacaban el máximo rendimiento de la interconexión, la colaboración y el potencial de generar lazos comunitarios de las redes sociales para crear un movimiento político. La página web de la campaña de Obama consistía en un centro multimedia de servicio integral en el que los votantes no solo podían acceder a información, sino que también podían ver y compartir vídeos, mirar y distribuir anuncios de la campaña, publicar comentarios y escribir en blogs. Los simpatizantes podían hacer donaciones, ofrecerse como voluntarios, diseñar artículos, o pulsar el botón de «me gusta» de camisetas y gorras. La campaña estuvo activa en Facebook, Twitter y YouTube, además de en varias otras plataformas de las redes sociales que atendían a electorados concretos, como BlackPlanet, AsianAve, y Glee. La campaña fue pionera en las tácticas de minimarketing digital. Utilizó las redes sociales para recopilar datos sobre las preferencias políticas y de consumo de la gente, y generó perfiles de votantes para seguir a grupos concretos, como los profesionales jóvenes, con mensajes a medida para ellos.

Las nuevas tendencias en los medios asentadas en la campaña de 2008 se han llevado a la esfera del gobierno y la política de forma más general. Las redes sociales se han convertido en una fuerza ubicua en la política, modificando la dinámica de la comunicación entre los líderes políticos, los periodistas y el público. Han abierto vías más amplias para el discurso político instantáneo y el debate. Las investigaciones muestran que el acceso de la gente a las redes sociales de internet tiene un efecto positivo sobre su opinión de la eficacia política y en su tendencia a participar en la política (Gil de Zuniga et al., 2010). Sin embargo, también ha habido una respuesta negativa cuando el discurso en las redes sociales se ha vuelto demasiado desagradable y los usuarios han bloqueado los contenidos o han abandonado sus redes sociales (Linder, 2016). Las redes sociales permiten a la gente organizarse con eficacia y hacer uso de su influencia colectiva. Así pues, se hace más responsables a los líderes políticos debido a que sus acciones son rastreadas continuamente en las redes sociales.

Al mismo tiempo, las organizaciones de medios de comunicación clásicos han llegado a depender en ciertos aspectos de los nuevos medios. Los periódicos, en concreto, se han enfrentado a penurias económicas debido a unas condiciones de mercado adversas, unos ingresos menores en publicidad y la competencia de las nuevas fuentes de noticias que están proliferando. El tamaño de las redacciones de los periódicos tradicionales en Estados Unidos se ha reducido en más de 20.000 puestos en los últimos veinte años, y también han experimentado un descenso similar a nivel global (Owen, 2017). Las agencias de noticias tradicionales han recortado en unidades de investigación, y solo alrededor de la tercera parte de los reporteros cubren los acontecimientos políticos (Mitchell y Holcomb, 2016). Alicia Shepard, una antigua defensora de los usuarios de los medios y promotora de la capacitación en medios de comunicación, opinaba: «Cuando los periódicos ni tan siquiera pueden cubrir el periodismo cotidiano, ¿cómo van a invertir en reportajes de investigación onerosos y a largo plazo?» (2012). Pese a ello, los periodistas que trabajan para organizaciones tradicionales siguen suponiendo la parte del león en cuanto a la recopilación de noticias serias y al periodismo de investigación. Los periodistas convencionales han acabado confiando en los contenidos que surgen en los nuevos medios como fuentes de noticias. Estas tendencias han influido seriamente en la calidad y la naturaleza de los contenidos de las noticias, además de en el estilo del periodismo político, que ha quedado más impregnado de «infoentretenimiento» y de citas de canales de Twitter.

La oferta de información política

Las complejidades del sistema de los nuevos medios se ven reflejadas en la diversidad del contenido disponible. La información distribuida mediante la vasta red de comunicaciones cubre todo el espectro desde el periodismo de investigación basado en hechos de reporteros profesionales hasta las mentiras descaradas o la «información alternativa» (por usar el término acuñado por Kellyanne Conway, la asesora del presidente Trump) ofrecida por la prensa alternativa (Graham, 2017). En la era de los nuevos medios, las fronteras que separan estos tipos dispares de información se han ido difuminando crecientemente. Los editores de medios profesionales que regulan el flujo de información aplicando los principios y estándares informativos relacionados con el bien común se han vuelto escasos (Willis, 1987). Se han visto reemplazados por los medios sociales y los editores analíticos cuya principal motivación consiste en atraer a los usuarios a los contenidos independientemente de su valor informativo. El público tiene que esforzarse para distinguir la verdad de la ficción y para diferenciar lo que importa de lo intrascendente.

Se pueden aportar varias explicaciones sobre el cambio en la calidad y la cantidad de la información sobre política. Las potencialidades tecnológicas de los nuevos medios permiten que los contenidos se propaguen aparentemente sin límites. Las redes sociales tienen una estructura tremendamente diferente a las de las anteriores plataformas de los medios de comunicación tradicionales. Los contenidos pueden revelarse sin un filtrado importante por terceras partes, confirmación de los datos ni valoración editorial. Individuos que carecen de una formación o una reputación previa en el periodismo pueden llegar a muchos usuarios a una velocidad increíble. Los mensajes se multiplican al compartirse a través de plataformas de noticias y mediante las cuentas personales en las redes sociales (Allcott y Gentzkow, 2017).

Además, los incentivos económicos de las nuevas compañías de medios, como Google, Facebook y Twitter, se reorientan a atraer a grandes audiencias que traerán ingresos en publicidad. El contenido político se usa para atraer a los consumidores hacia productos de los medios sociales, en lugar de llevar a cabo la función de servicio público de informar a la ciudadanía. Las presiones comerciales llevan a las organizaciones de medios a presentar historias incendiarias que son las que reciben más atención. Además, mientras las plataformas proliferan, contenidos similares se difunden ampliamente, ya que el poder de los medios está concentrado en un pequeño número de corporaciones de medios nuevos y antiguos (McChesney, 2015). Los motores de búsqueda dirigen a los usuarios hacia una selección limitada de páginas web muy visitadas y bien financiadas (Hindman, 2009; Pariser, 2011).

Otras explicaciones se centran en la naturaleza del entorno político estadounidense, que se ha vuelto extremadamente polarizado, provocando la aparición de agendas políticas que promueven políticas deshonestas. Un estudio realizado en 2107 por el centro de investigaciones Pew Research Center reveló que la brecha entre los demócratas y los republicanos en cuanto a los valores políticos centrales, incluyendo: el papel del gobierno, la raza, la inmigración, el sistema de seguridad social, la seguridad nacional, los impuestos y la protección medioambiental, ha crecido hasta alcanzar proporciones épicas para la época actual. Dos terceras partes de los estadounidenses pertenecen claramente a la esfera liberal o a la conservadora, y pocos mantienen unas posturas ideológicas mixtas (Pew Research Center, 2017; Kiley, 2017).

Las opiniones que surgen en los los nuevos medios reflejan estas profundas divisiones políticas, y frecuentemente devienen en expresiones de hostilidad y en ataques ad hominem. El presidente Donald Trump usó Twitter para iniciar una controversia por los jugadores de la liga nacional de fútbol americano (NFL) que protestaron contra la opresión racial durante la interpretación del himno nacional antes de los partidos. Utilizó un término despectivo para referirse a los jugadores, que son predominantemente afroamericanos, e instó a los propietarios de los equipos a que despidieran a aquellos que respaldaban la protesta. Los estallidos de Trump en las redes sociales acusaron a los jugadores de perder el respeto a la bandera y al ejército, malinterpretando las motivaciones de la protesta y dividiendo al público en corrientes de pensamiento político y racial.

Las divisiones políticas se ven reflejadas en la presencia de «cajas de resonancia» de los medios, en las que la gente escoge sus fuentes de noticias e información basándose en su afinidad política con otros usuarios. Las cajas de resonancia de los nuevos medios actuales empezaron a formarse durante la primera fase de dichos nuevos medios, cuando presentadores conservadores de programas de radio de opinión, debate y entrevistas como Rush Limbaugh atrajeron a seguidores entregados (Jamieson y Cappella, 2010). Las redes sociales han acelerado el desarrollo de cajas de resonancia, ya que facilitan la exposición de la gente a la información compartida por individuos de mentalidad similar en sus redes personales. El 62 por ciento de los estadounidenses adultos se informa a través de las redes sociales. Los usuarios de las redes sociales suelen encontrar noticias involuntariamente mientras ojean sus canales (Gottfried y Shearer, 2016). La capacidad de los medios sociales de aislar a la gente de la exposición a puntos de vista distintos exacerba la polarización política.

Los motores de búsqueda dirigen a los usuarios hacia una selección limitada de páginas web muy visitadas y bien financiadas.

Un importante segmento del público percibe a los periodistas como élites distantes, que no comparten sus valores conservadores. El analista político Nate Silver (2017) afirma que la prensa en Estados Unidos ha estado funcionando en una burbuja políticamente homogénea, metropolitana y de tendencia liberal que se ha adherido a las personas influyentes de la clase dirigente. Sostiene que los medios convencionales han perdido el contacto con buena parte del público. Las instituciones de los medios clásicos son incapaces de conectar eficazmente con la frustración y la ira de la gente que se encuentra fuera de los círculos de los estudios y los ingresos superiores (Camosy, 2016).

Algunos estudiosos argumentan que los nuevos medios están cerrando la brecha entre los periodistas distantes y el gran público, dando voz a aquellos que se han sentido dejados de lado (Duggan y Smith, 2016). El Tea Party, un movimiento político conservador centrado en asuntos relacionados con los impuestos y la deuda nacional, usó la redes sociales para la movilización política en las elecciones a mitad de la legislatura de 2010. Los candidatos del Tea Party emplearon las redes sociales para remodelar el discurso público de la campaña, forjando un sentimiento de solidaridad entre grupos que anteriormente se habían sentido privados del derecho a voto (Williamson, Skocpol y Coggin, 2011). Los candidatos con un programa extremista han amplificado esta tendencia. Candidatos al Congreso muy tendenciosos y llamativos de ambos lados del espectro político que provocan el desacuerdo político y la retórica indignada son los que más seguidores consiguen en Facebook. Usan los medios sociales para reafirmar su base política (Messing y Weisel, 2017).

Los medios de la posverdad

El autor estadounidense Ralph Keyes (2004) señala que la sociedad ha entrado en la era de la posverdad. El engaño se ha convertido en una característica definitoria de la vida actual, y es tan ubicua que la gente está insensibilizada a sus implicaciones. Lamenta el hecho de que las afirmaciones ambiguas que contienen un ápice de autenticidad, pero que quedan muy alejadas de la verdad, se han convertido en moneda corriente de los políticos, reporteros, ejecutivos y otras personas influyentes.

La periodista Susan Glasser (2016) argumenta que el periodismo ha acabado reflejando las realidades de la información en los Estados Unidos de la posverdad. Los datos objetivos están subordinados a los llamamientos emocionales y las creencias personales en la formación de la opinión pública. El público tiene dificultades para distinguir las noticias relevantes sobre cuestiones políticas importantes del clamor superfluo que impregna los medios. El trabajo de los periodistas de investigación se ha convertido, en cierto modo, en más profundo e informado que en el pasado, debido a los amplios recursos disponibles para investigar historias, incluyendo un mayor acceso a archivos del gobierno y al análisis del big data. Sin embargo, las historias bien documentadas se ven ensombrecidas por el constante zumbido de pequeñas informaciones triviales repetitivas y explotadas con fines sensacionalistas que predominan en los medios antiguos y en los nuevos. Reflexionando sobre la cobertura informativa de las últimas elecciones presidenciales en Estados Unidos, Glasser afirma: «El escándalo en los medios de 2016 no tiene tanto que ver con lo que los reporteros no contaron al público, sino que tiene que ver con aquello de lo que informaron y con el hecho de que no pareció importar» (2016).

Las pruebas de que las preocupaciones de Glasser están bien fundamentadas pueden recopilarse examinando los contenidos que aparecen en los medios a diario. Los medios de la posverdad fueron prominentes durante las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016. Los relatos de los medios sobre las elecciones estaban impregnados de información falsa, rumores infundados y mentiras descaradas. Las historias falsas y «factoriales», información manipulada y no verificada, emanaban de páginas web de información inventada, y de las cuentas en las redes sociales de los candidatos y sus colaboradores. El candidato nombrado por el Partido Republicano, Donald Trump, utilizaba su canal de Twitter para difundir afirmaciones sensacionalistas y no verificadas que dominaran la agenda informativa, una práctica que mantuvo después de asumir la presidencia. Alegó que el padre de Ted Cruz, su rival para el nombramiento, había estado implicado en el asesinato del presidente John F. Kennedy, y perpetuó la afirmación falsa de que el presidente Barack Obama no había nacido en Estados Unidos (Carson, 2017). Las noticias falsas impregnaron los reportajes de las organizaciones de medios clásicos, ya que se basaban enormemente en fuentes digitales para la obtención de información. Las corporaciones de información por cable, como la CNN y la MSNBC amplificaron las afirmaciones infundadas de Trump, como sus alegaciones de que los musulmanes de Nueva Jersey habían celebrado el ataque contra el World Trade Center el 11-S, incluso al tiempo que criticaban su veracidad (Shafer, 2015).

Las controversias artificiosas le restan espacio a la cobertura de asuntos importantes relacionados con las políticas, los procesos y la gobernanza (Horton, 2017). En octubre de 2017, el presidente Donald Trump y Bob Corker, el senador republicano por Tennessee, intercambiaron una serie de insultos cuando el Congreso debatió importantes reformas fiscales. La disputa dominó la cobertura en los nuevos medios en detrimento de la batalla por la legislación fiscal, y ocupó a la portada de The New York Times. Entre los muchos insultos vertidos durante el transcurso de varias semanas, Trump se refirió a Corker como «Pequeño Bob», y tuiteó que Corker «ni siquiera podría ser elegido como perrero». Corker dijo que la Casa Blanca era «un centro de cuidados para adultos» y etiquetó a Trump de «presidente completamente mentiroso» (Sullivan, 2017).

El auge de las noticias falsas

La ilustración más extrema del concepto de la posverdad es el aumento de las noticias falsas. La definición de una noticia falsa ha variado a lo largo del tiempo, y sigue haciéndolo. Inicialmente, el término «noticia falsa» se refería a las parodias y la sátira de las noticias, como en los programas The Daily Show, The Colbert Report y Weekend Update, en Saturday Night Live. Durante la campaña de 2016, el concepto de noticia falsa se relacionó con las historias ficticias que se hacían pasar por artículos sobre noticias reales. Estas historias se diseminaban por páginas web que tenían la apariencia de plataformas de noticias o blogs auténticos, como Infowars, The Rightest y National Report. Una recopilación hecha en 2017 documentó 122 páginas web que publican noticias falsas de forma rutinaria (Chao et al., 2017). A los autores se les paga (a veces miles de dólares) para escribir o grabar información falsa. Algunos de estos autores viven fuera de Estados Unidos, en países entre los que se incluye Rusia (Shane, 2017). Utilizan las interacciones en las redes sociales y los algoritmos para diseminar contenidos a sectores ideológicos concretos. Las historias inventadas se difunden viralmente mediante bots sociales, un software automatizado que replica mensajes haciéndose pasar por una persona (Emerging Technology from the arXiv, 2017).

El Twitter de Donald Trump ha ganado fama tanto por servir como medio para comunicar decisiones y establecer objetivos, como para responder a las acusaciones de la prensa.

Las historias sobre noticias falsas apelan a las creencias preexistentes de la gente sobre los líderes políticos, los partidos, las organizaciones y los medios de noticias convencionales. Aunque algunas historias de noticias falsas son rotundas invenciones, otras contienen elementos de verdad que hacen que parezcan creíbles para el público instalado en cajas de resonancia. Las teorías de la conspiración, los fraudes y las mentiras se difundieron eficazmente a través de Facebook, Snapchat y otras redes sociales, y llegaron a millones de votantes en las elecciones de 2016 (Oremus, 2016). Por ejemplo, una historia inventada que apareció en el The Denver Guardian, una página de internet falsa que pretendía emular al periódico real, The Denver Post, informó de que un agente del FBI relacionado con una investigación sobre los emails de la candidata del Partido Demócrata, Hillary Clinton, había asesinado a su mujer y luego se había suicidado disparándose. Unos artículos falsos afirmaban que el Papa Francisco había respaldado a Donald Trump y que Hillary Clinton había vendido armas al ISIS (Rogers y Bromwich, 2016).

Las condiciones de la era de los nuevos medios han sido propicias para la proliferación de noticias falsas. Este nuevo sistema de medios ha eliminado muchos de los obstáculos para la producción y distribución que existían en los tiempos de los medios tradicionales de masas. Aunque los vestigios de la brecha digital persisten, especialmente entre las familias con menores ingresos (Klein, 2017), las barreras para el acceso a los nuevos medios se han reducido. El coste de producir y distribuir información a gran escala se ha reducido. La logística y las capacidades necesarias para crear contenidos son menos importantes. Las redes sociales hacen que resulte posible construir y mantener audiencias ideológicamente afines que confiarán en los contenidos publicados. Las noticias falsas proliferan ampliamente en las redes sociales, especialmente en Facebook y Twitter. De hecho, las historias de noticias falsas se difunden más ampliamente en Facebook que en las noticias basadas en hechos de los medios convencionales (Silverman, 2016). El público se ve engañado y confundido por las noticias falsas, que mezclan hechos elementales de la política y el gobierno con la ficción. Un informe del año 2016 del Pew Research Center halló que el 64 por ciento del público estadounidense encontraba que las noticias inventadas generaban mucha confusión sobre los hechos esenciales de los sucesos actuales, y otro 24 por ciento creía que las noticias falsas generaban alguna confusión (Barthel, Mitchell, and Holcomb, 2016). Por último, las reclamaciones legales ante las noticias falsas y la distribución de contenidos falsos son mucho más difíciles de plantear, ya que resulta caro y consume mucho tiempo demandar a editores por difundir informaciones falsas.

Medios informativos solventes como The New York Times o The Washington Post a menudo son acusados de publicar noticias falsas cuando esa información no es del interés de algunas partes.

Un significado alternativo de las noticias falsas surgió tras las elecciones presidenciales. En su primera conferencia de prensa como presidente electo, Donald Trump se apropió del término «noticia falsa» como referencia despectiva hacia la prensa convencional. Señalando al periodista de la CNN Jim Acosta, que estaba intentando hacer una pregunta, Trump exclamó: «¡Sois información falsa!». Trump y sus acólitos usan frecuentemente la etiqueta de «noticias falsas» cuando intentan deslegitimizar a los medios de comunicación clásicos, incluyendo a The New York Times y The Washington Post, por informar de lo que consideran desfavorable (Carson, 2017). Cansados de que Trump invocara repetidamente la etiqueta de «noticias falsas», la CNN lanzó una campaña de «Los hechos primero» como respuesta a «los ataques constantes de Washington y de más allá». Un vídeo de treinta segundos muestra una imagen de una manzana con esta voz en off:

Esto es una manzana. Algunas personas quizás intenten decirte que es un plátano. Puede que griten «plátano, plátano, plátano» una y otra vez. Puede que intenten escribir «plátano» en mayúsculas. Puede que incluso empieces a creer que esto es un plátano, pero no lo es: esto es una manzana.

Los hechos son los hechos. No están teñidos por las emociones ni los sesgos. Son indiscutibles. No existen alternativas a un hecho. Los hechos explican cosas: qué son, cómo sucedieron. Los hechos no son interpretaciones. Una vez que los hechos se demuestran, se puede tener una opinión formada. Y aunque las opiniones importan, no modifican los hechos. https://www.cnncreativemarketing.com/project/cnn_factsfirst/.

Perros guardianes o portavoces de los políticos

La idea de la prensa como controlador político da a los medios el papel de guardianes del interés público. Esta prensa proporciona un freno a los abusos del gobierno, generando información a los ciudadanos y forzando la transparencia del gobierno. El apoyo público del papel de controlador de los medios de información es considerable; un estudio del Pew Research Center demuestra que el 70 por ciento de los estadounidenses creen que los reportajes de la prensa pueden «evitar que los líderes hagan cosas que no deberían hacerse» (Chinni y Bronston, 2017).

Los nuevos medios han potenciado la capacidad de los reporteros de cumplir con su papel de vigilantes, incluso en una era de recursos menguantes para el periodismo de investigación. La información puede compartirse fácilmente mediante las fuentes de medios formales, ya que los canales de noticias locales pueden transmitir información sobre sucesos de última hora a organizaciones nacionales. Los ciudadanos también pueden documentar y compartir noticias a través de las redes sociales. Cuando un violento huracán de categoría 5 devastó Puerto Rico y la respuesta del gobierno estadounidense fue lenta, los periodistas pudieron sacar la historia a la luz porque los residentes y los servicios de emergencia la llevaron a las redes sociales para aportar relatos de primera mano a los periodistas estadounidenses que tenían dificultades para llegar a la isla (Vernon, 2017).

Sin embargo, existen aspectos del papel de vigilante o controlador de los medios que se ha vuelto más difícil satisfacer. Contrarrestar mentiras descaradas procedentes de funcionarios se ha convertido en un ejercicio fútil, pese a que la confirmación de la información se ha convertido en una categoría dentro de las noticias. El «Facts Checker» (El confirmador de información) de The Washington Post identificó casi 1.500 afirmaciones falsas hechas por el presidente Trump en 250 días en el cargo http://www.washingtonpost.com/news/fact-checker. Las páginas web que se dedican a poner las cosas en su sitio, como PolitiFact, Snopes y FactCheck, apenas pueden seguirle el ritmo a la cantidad de información que requiere de comprobación. A pesar de estos esfuerzos, la información falsa que está en el aire y circula por internet se ha multiplicado.

Los nuevos medios han potenciado la capacidad de los reporteros de cumplir con su papel de vigilantes.

Existen pruebas que sugieren que los nuevos medios permiten a los líderes políticos eludir a la prensa controladora. De alguna forma, la prensa ha pasado de ser un perro guardián a ser un vocero de los políticos. Esta tendencia se ve exacerbada por el hecho de que existe una puerta giratoria en la que los periodistas van cambiando de puesto entre los medios y el gobierno. Algunos estudiosos sostienen que estas puertas giratorias ponen en peligro la objetividad de los periodistas que consideran que la fuente de su siguiente salario vendrá de un trabajo para el gobierno (Shepard, 1997).

Los medios actúan a modo de voceros de los líderes políticos difundiendo sus palabras y acciones, pese a que su valor informativo sea cuestionable. El presidente Donald Trump usa Twitter como mecanismo para hacer llegar mensajes directamente a sus seguidores mientras evita a los guardianes periodísticos y políticos, incluyendo a los miembros de alto rango de su equipo personal. Muchos de sus tuits tienen un valor informativo cuestionable, excepto porque proceden de la cuenta personal del presidente en las redes sociales. Pese a ello, la prensa actúa como vocero promocionando sus tuits. Un preadolescente estúpido o mezquino puede controlar varios ciclos de noticias. En una entrevista con Maria Bartiomo, del canal de televisión Fox, el presidente Trump explicó la razón por la que usa las redes sociales para comunicarse con el público y la prensa, que respalda la idea de los medios que actúan como voceros:

Tuitear es como usar una máquina de escribir: cuando publico tú lo sacas inmediatamente en tu programa. Es decir, el otro día publiqué algo, y dos segundos después lo estaba viendo en tu programa, está en el aire… ¿sabes? Debes mantener a la gente interesada; pero las redes sociales… sin las redes sociales no estoy seguro de que estuviéramos aquí hablando. Probablemente no estaría aquí hablando (Tatum, 2017).

Cuando los rumores y las teorías de la conspiración son creídos, pueden tener unas consecuencias graves. Esta idea se ilustra en la teoría de la conspiración del «PizzaGate», que se difundió en las redes sociales durante las elecciones presidenciales de 2016. La candidata a la presidencia por el Partido Demócrata, Hillary Clinton, y el director de su campaña, John Podesta, fueron acusados de practicar rituales satánicos en los que «descuartizaban y violaban» a niños personalmente. Wikileaks publicó emails personales de la cuenta de Podesta en los que decía que disfrutaba comiendo en un restaurante de pizzas de Washington, D.C. El hashtag de Twitter #pizzagate empezó a ser un tema candente (trending topic). Los rumores que decían que el propietario del restaurante dirigía un cártel pederasta empezaron a circular. Creyendo que los rumores eran ciertos, un hombre condujo desde Carolina del Norte para liberar a los supuestos niños que eran esclavos sexuales. Disparó un rifle de asalto en el interior del restaurante de pizzas mientras el personal y los dueños huían. En la actualidad está cumpliendo una pena de cuatro años de prisión (Aisch et al., 2016; Fisher et al., 2016).

Conclusión

Los nuevos medios han expandido y también socavado los papeles tradicionales de la prensa en una sociedad democrática. En la parte positiva, han incrementado enormemente el potencial para que la información política llegue incluso a los ciudadanos más desinteresados. Permiten la creación de plazas públicas digitales donde las opiniones se pueden compartir abiertamente. Han creado nuevas vías para el compromiso que permiten al público contactar con el gobierno de formas nuevas y contribuir al flujo de información política.

Al mismo tiempo, la unión del auge de los nuevos medios y la sociedad de la posverdad ha generado una situación precaria que subvierte los aspectos positivos. En la actualidad, parece que hay frenos eficaces a la marea creciente de información falsa. La sustitución del periodismo de investigación serio por la cobertura de escándalos ha debilitado el papel de controlador de la prensa. La postura ambigua de los medios como voceros de los políticos hace que los periodistas sean cómplices de la proliferación de desinformación y hechos inciertos. Es importante reconocer que el periodismo estadounidense nunca ha experimentado una «edad dorada» en la que la verdad siempre prevaleciera y el periodismo responsable fuera absoluto. Sin embargo, la época actual puede marcar un nuevo mínimo para el imperativo democrático de una prensa libre.

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