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14 marzo 2022

Animales inclasificables que desafiaron a los biólogos

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Una quimera es un monstruo imaginario con cabeza de león, vientre de cabra y cola de dragón. Sin embargo, en nuestro reino animal también existen criaturas quiméricas. Son tan bizarras y difíciles de encuadrar en los grupos taxonómicos establecidos por los naturalistas, que más parecen un experimento fallido o una broma pesada de la naturaleza.

Fosa (Cryptoprocta ferox)

Los primeros exploradores europeos que desembarcaron en Madagascar y descubrieron los animales que habitaban la isla creyeron que el fosa era un felino y el principal depredador de su ecosistema. Posteriormente, y a pesar de su félido aspecto y de sus garras retractiles –una característica típicamente felina–, sería clasificado como una nueva especie de mangosta o civeta, con las que también comparte características anatómicas. De hecho, durante años su clasificación fue motivo de controversia ente los taxónomos. 

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Pese a no ser un felino, los fosa comparten características con esta familia, como sus garras retráctiles. Imagen: Wikimedia

Hoy se acepta que los fosas constituyen un género propio (Cryptoprocta) englobado en la familia Eupleridae o carnívoros de Madagascar, en el que también se engloban las mangostas y la civeta endémicas de la isla. No obstante, esta dificultad para clasificarlo no es el motivo de su nombre científico, que describe la peculiar característica de que el ano (“procta”) está oculto (“crypto”) tras un pliegue o saco anal. En lo que no se equivocaron aquellos primeros descubridores es que los fosas –a pesar de su modesto tamaño, de 2 metros de largo de cabeza a cola y 12 Kilogramos de peso– sí son los principales depredadores de Madagascar, siendo los lémures su presa favorita gracias a su habilidad para trepar a los árboles. 

Colugo malayo (Gaelopterus variegatus)

El colugo malayo o colugo sunda, que habita principalmente en la península malaya y en las islas de Sumatra y Borneo, es un pequeño mamífero estrictamente arborícola de bizarro aspecto. Sus enormes ojos, que le permiten desarrollar su actividad nocturna, destacan en su pequeña cabeza, posee una cola retráctil tan larga como el resto de su cuerpo y cuenta con una membrana de piel llamada patagio que se extiende ambos lados del cuerpo desde el cuello hasta la cola. Gracias a esta membrana, el colugo puede planear distancias de hasta 100 metros por la jungla además de convertirse en un saco o bolsa con el que la madre envuelve a sus crías para cobijarlas y calentarlas.

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El patagio del colugo le sirve para desplazarse planeando entre árboles y para envolver a sus crías. Imagen: Wikimedia

Esta combinación de rasgos explica que haya sido confundido con alguna especie de murciélago, de marsupial, de musaraña arborícola o de primate. De hecho, hasta hace bien poco los científicos todavía debatían si el colugo en realidad era un insectívoro englobado en el orden Scadentia (en el que se ubican las referidas musarañas arborícolas) o por el contrario se trataba de un singular primate. La respuesta definitiva solo se alcanzó en 2016 y gracias a la genética: la comparación del genoma del colugo con el de otras 21 especies de mamíferos demostró que los colugos constituyen un orden propio (Dermoptera) dentro de los mamíferos, directamente emparentado con los primates y que los rasgos compartidos con las musarañas y otros insectívoros son fruto de una evolución convergente; es decir, que surgieron como una adaptación a su entorno.

Atretochoana eiselti

La especie Atretochoana eiselti fue vagamente descrita por primera vez para la ciencia en 1968 por el herpetólogo estadounidense Edward Taylor a partir de un único ejemplar procedente de Brasil y conservado en la colección del Museo de Historia Natural de Austria. Durante 30 años no hubo más noticias de esta criatura, hasta el punto de que muchos sospechaban de su existencia real. Pero en 1998 herpetólogos brasileños redescubrían otro especimen conservado en la colección de la Universidad de Brasilia. Finalmente, en 2011, en el brasileño río de Madeira, aparecían seis ejemplares vivos de este extraño animal: una especie de enorme gusano de casi un metro de longitud y una diminuta cabeza sin fosas nasales y pequeños ojos apenas visibles. 

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Esta “serpiente desnuda” respira a través de la piel puesto que no tiene pulmones. Imagen: Wikimedia

A pesar de lo que su apariencia o su apodo puedan sugerir, la “serpiente pene” no es ni un gusano ni un ofidio, sino una cecilia. Las cecilias son un grupo de anfibios carentes de extremidades y más cercanos por tanto a salamandras y batracios; aunque irónicamente su nombre científico Gymnophiona proviene del griego “serpiente desnuda” ya que antiguamente se pensaba que estaban emparentadas con estas. Atretochoana eiselti es, eso sí, una cecilia excepcional ya que no es solo es la más grande doblando la talla de la siguiente en la clasificación, sino que además, y a diferencia de la inmensa mayoría de los integrantes de este grupo, carece de pulmones, respirando a través de la piel. Por lo que también es el tetrápodo sin pulmones de mayor tamaño conocido.

Jerbo (Dipodidae)

No es un ratón, ni una ardilla, ni un conejo, ni tampoco un diminuto canguro. Mucho menos un gato, un lémur o un perrillo de las praderas. Y por supuesto no es un Frankenstein diseñado a base de remedos de esos animales, aunque presenta características típicas de cada uno de ellos. Un jerbo es un singular integrante de la familia de los dipódidos o roedores saltarines.

El jerbo es un singular integrante de los roedores saltarines. Crédito: Cliff

Tanto por su tamaño como por el aspecto del cuerpo y cabeza, puede confundirse con un ratón. Sin embargo sus orejas, más grandes y alargadas, recuerdan a las de los conejos. Y su larga cola —que emplea como estabilizador—, sus poderosas patas y su modo de desplazarse —dando grandes saltos en rápida sucesión—, lo aproximan a un canguro en miniatura. Sus enormes ojos, adaptados a sus hábitos nocturnos, se asemejan a los de los lémures. Y cuenta con unos bigotes sensitivos como los de los gatos y unas patas delanteras apenas visibles, muy parecidas a las de los perrillos de las praderas. Todas ellas son adaptaciones necesarias para su hábitat natural: los desiertos, donde se alimenta de plantas e insectos de los que también obtiene toda el agua que necesita.

Ornitorrinco (Ornithorhynchus anatinus)

Cuando los primeros europeos desembarcaron en el continente austral se encontraron con una fauna que en muchos casos apenas acertaban a describir, y mucho menos a clasificar: ratas gigantes que se desplazaban a saltos; pequeñas bolas peludas y grisáceas con un alargado y estrecho pico y robustas patas pero que carecían de alas… Y sobre todos, una extraña criatura que desafiaba todo lo establecido y que para los aborígenes era el fruto del amor entre una rata de agua y un pato. Tenía una fisonomía y pelaje similar a una nutria, pero con pico de pato, cola de castor y patas palmeadas, carecía además de dientes y mamas —rasgos distintivos de los mamíferos, al igual que el pelo— ¡y ponía huevos!

El ornitorrinco es una de las cinco especies de monotremas (mamíferos ovíparos). Crédito: Klaus

No es extraño que, cuando las primeras descripciones y ejemplares llegaron al viejo continente, los naturalistas los considerasen una broma o una falsificación de los marineros. En realidad se trataba del ornitorrinco, una de las cinco especies de monotremas (mamíferos ovíparos) del planeta, todas oriundas de Oceanía.

Se singulariza también porque su pico —que no es tal, sino un hocico plano y gomoso— está dotado de electrorreceptores para detectar a sus presas bajo el agua de ríos y lagos, el hábitat en el que pasa casi todo el tiempo. Además, los machos poseen un espolón venenoso en los pies traseros; y las glándulas mamarias de las hembras (indistinguibles a la vista) son tan primitivas que carecen de pezones, por lo que segregan la leche a través de los poros de la piel.

Aguará o lobo de crín (Chrysocyon brachyurus)

Pese a lo que su nombre sugiere, no es un lobo. De hecho, ni aúlla, ni forma manadas, ni caza en grupo. Y pese a su aspecto —con una cabeza larga y pequeña de hocico puntiagudo, grandes orejas y pelaje tupido y rojizo— tampoco es un zorro con unas patas demasiado largas para su cuerpo (que le confieren un aire entre cómico y desgarbado), ni un tipo de chacal o de coyote. Es un aguará, el mayor cánido de Sudamérica y posiblemente el más curioso de todo el planeta. Sus desproporcionadas patas son una adaptación evolutiva para el entorno en el que vive, los altos pastizales, ya que lo capacitan para escudriñar el suelo desde las alturas, en busca de posibles presas (fundamentalmente roedores, lagartos o huevos).

Para andar, el aguará desplaza primero las dos patas de un mismo lado y a continuación las del otro. Crédito: Jonathan Wilkins

Sin embargo, aunque es omnívoro, su dieta es primordialmente vegetal, a base de raíces y frutos. Por ello presenta una dentición bastante distinta de la del resto del cánidos, con incisivos poco desarrollados y grandes molares, más propios de los herbívoros.

Otro rasgo curioso es que, aunque puede correr rápido, casi nunca recurre a ello y se limita a desplazarse andando. Esto lo diferencia del resto de cánidos y lo asemeja a las hienas, con un paso caracterizado por desplazar primero las dos patas de un mismo lado y a continuación las del otro, lo que refuerza su aire desgarbado.

Topo nariz estrellada (Condylura cristata)

Esta quimérica criatura tiene cuerpo de topo y una estrella de mar en lugar de hocico. Salvo que, claro está, la presunta estrella no es tal, sino que se trata de su órgano sensitivo constituido por un ramillete de apéndices o dedos dispuestos en corona alrededor de la fóvea o área central. Conforman el más sofisticado órgano táctil del reino animal gracias a sus más de 100.000 fibras nerviosas, cinco veces más que las presentes en una mano humana y concentradas en la superficie de una huella dactilar. Permiten a este topo identificar un potencial alimento en menos de 8 milisegundos; así como elaborar un perfecto y detallado mapa tridimensional de su entorno.

Con su hocico, este topo puede identificar un potencial alimento en menos de 8 milisegundos. Crédito: gordonramsaysubmissions

Sus poderosas patas delanteras, rematadas por garras curvadas a modo de pala, convierten a este diminuto mamífero en un experto tunelador. Además, y dado que habita en marismas y terrenos pantanosos, no duda en bucear en busca de alimento. Es el único mamífero conocido capaz de oler bajo el agua, algo que logra exhalando burbujas que luego atrapa con su prodigioso órgano estrellado y re-inhala para detectar señales químicas.

Pangolín (Manis sp)

Durante mucho tiempo, los pangolines fueron agrupados junto a armadillos y osos hormigueros, por su aparente parecido con esas especies. Sin embargo, son animales tan singulares que finalmente fueron clasificados en un orden aparte: Pholidota. Son el único mamífero con escamas, formando una armadura que recubre la parte superior de la cabeza, el dorso y la cola; y que le sirve como protección frente a sus depredadores. Cuando se siente amenazado el pangolín se enrolla sobre sí mismo hasta convertirse en una bola acorazada.

El pangolín es el único mamífero con escamas. Crédito: Adam Tusk

En su aspecto también destacan su hocico tubular y su pequeña boca desdentada, que a duras penas contiene una estrecha, musculosa y pegajosa lengua: es tan larga que está unida a un hueso de la pelvis y permanece enrollada en un saco en el interior de la garganta, hasta el momento de introducirla en hormigueros y termiteros para alimentarse. Y por si esas peculiaridades no fueran suficientes, algunas especies de pangolines pueden erguirse sobre dos patas y, con el apoyo y anclaje que les proporciona su voluminosa cola prensil, avanzar con un cómico bamboleo.

Miguel Barral

 

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