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08 abril 2020

Nuevas tecnologías de vacunas, ¿el camino hacia el fin de la COVID-19?

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Mientras el mundo trata de reducir la propagación del coronavirus SARS-CoV-2 de la COVID-19, los científicos advierten de que estas estrategias no bastarán; un estudio en The Lancet estimaba que bastan solo cuatro casos de infección en una población para que la probabilidad de una gran epidemia supere el 50%. Por ello, los expertos anuncian que deberíamos esperar sucesivas oleadas una vez que las medidas se vayan relajando. Así, las esperanzas están depositadas en un horizonte: “Sin una vacuna eficaz, no sé cómo esto acaba sin millones de infecciones”, decía a Vox Media el epidemiólogo Nathan Grubaugh, de la Universidad de Yale.

Por desgracia, es un horizonte mucho más lejano de lo que la población desearía. El tiempo medio desde que una vacuna comienza a desarrollarse hasta que se comercializa es de 16 años. Sin embargo, y en apenas tres meses desde que el nuevo virus comenzó a extenderse en la ciudad china de Wuhan, las primeras vacunas candidatas ya han comenzado a probarse en humanos. Y aunque queda por delante el largo proceso de ensayos clínicos, se trata de un logro sin precedentes que debemos agradecer a las nuevas tecnologías de vacunas.

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El tiempo medio desde que una vacuna comienza a desarrollarse hasta que se comercializa es de 16 años. Crédito: National Cancer Institute

Las vacunas tradicionales se basan en el uso de patógenos inactivados, o bien sus componentes o toxinas neutralizadas (en el caso de ciertas bacterias). Otra herramienta clásica es el patógeno atenuado, que mediante sucesivos cultivos en el laboratorio ha perdido su peligrosidad. Estos procedimientos están bastante estandarizados, y las vacunas que generalmente recibimos entran en alguna de estas categorías. Pero son procesos laboriosos, ya que cada vacuna contra un nuevo patógeno requiere empezar de cero. Frente a esto, las nuevas tecnologías se basan en plataformas prefabricadas que pueden adaptarse fácilmente a un nuevo virus, como un juego de construcción en el que basta cambiar alguna pieza.

Generalmente estos juegos de construcción son vectores recombinantes, vehículos que contienen un material genético en el que se inserta alguna parte del virus. Por ejemplo, se emplea un virus inocuo disfrazado de aquel contra el que se quiere vacunar. Este es el enfoque de una de las primeras vacunas contra el SARS-CoV-2 que ya se están ensayando en humanos, la creada por la compañía china CanSino Biologics y el Instituto de Biotecnología de Pekín, que se encuentra ya en la fase 1 de los ensayos clínicos, destinada a evaluar su seguridad. 

Un virus inocuo disfrazado

CanSino emplea como plataforma una versión inocua del adenovirus tipo 5, un virus clásico de los resfriados, en cuyo ADN se ha insertado el gen de la proteína Spike (S) que el coronavirus SARS-CoV-2 emplea para invadir las células humanas. De este modo, se trata de que este virus recombinante, sin capacidad de replicarse, infecte las células para que estas produzcan su propia vacuna: una proteína del coronavirus que estimulará la respuesta inmune. La vacuna, llamada Ad5-nCoV, ya ha demostrado su seguridad y su capacidad inmunogénica en los ensayos preclínicos con animales, según la compañía.

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CanSino ha insertado el gen de la proteína Spike (S), que el coronavirus SARS-CoV-2 emplea para invadir las células humanas, en un virus clásico de los resfriados. Fuente: Wikimedia

También en un adenovirus se basa una de las apuestas más fuertes en la carrera hacia las vacunas contra la COVID-19. A través de su filial Janssen, Johnson & Johnson es una de las dos únicas corporaciones de las diez mayores farmacéuticas —junto con Sanofi, que emplea una plataforma de baculovirus de insecto— que hasta ahora ha anunciado su proyecto de vacuna, con una inversión prevista de 1.000 millones de dólares en la que participa el gobierno de EEUU. La formulación de J&J es un adenovirus 26 recombinante y no replicativo con el gen de la proteína S del SARS-CoV-2. Según declaraciones a la revista Science del Chief Scientific Officer, Paul Stoffels, de  J&J, la vacuna ya se está probando en animales. El objetivo es comenzar en septiembre un ensayo de fase 1 para pasar el próximo invierno a una fase 2 a gran escala con miles de individuos. La compañía aspira a producir 300 millones de dosis al año en una sola planta, a la que posteriormente se añadirán otras.

Moléculas de ADN de origen bacteriano

No todos los vectores que pueden transportar a las células el material genético del virus son también de origen vírico; algunas vacunas se basan en el uso de plásmidos, moléculas de ADN de origen bacteriano. Tradicionalmente, los plásmidos se han utilizado en los laboratorios de investigación para introducir ADN desnudo en células en cultivo mediante una técnica llamada electroporación, que mediante un pulso eléctrico abre pequeños poros en la membrana celular. Ahora, este procedimiento se ha adaptado también a la vacunación.

Este es el enfoque de la estadounidense Inovio Pharmaceuticals, en colaboración con la china Beijing Advaccine. La potencia de adaptación de estas plataformas a nuevas vacunas queda ilustrada por las declaraciones del presidente y CEO de Inovio, J. Joseph Kim: la vacuna candidata INO-4800 contra el SARS-CoV-2 estaba ya diseñada sobre el papel solo tres horas después de que se publicara el genoma del virus. Después de ensayos preclínicos que la compañía ha calificado como “prometedores”, Inovio ha comenzado el 6 de abril una fase 1 en la que se inoculará a 40 personas, y planea tener listas a final de año un millón de dosis para ensayos y uso de emergencia. La compañía tiene ya una vacuna en fase 2 contra otro coronavirus, el responsable del Síndrome Respiratorio de Oriente Medio (MERS).

La nueva era de la vacunología

Una alternativa al ADN es el uso en su lugar de ARN mensajero (ARNm), la molécula intermediaria que las células utilizan para traducir los genes a proteínas. La idea es similar, facilitar a la célula las instrucciones para que fabrique su propia vacuna; esta tecnología ha sido calificada como “una nueva era en vacunología” y como “una estrategia universal” contra cualquier virus emergente. Este es el abordaje de Moderna Therapeutics y el Instituto Nacional de Alergia y Enfermedades Infecciosas de EEUU (NIAID), cuya vacuna candidata mRNA-1273 se basa en el ARNm de la proteína S. Para solventar la inestabilidad del ARN en el organismo, la molécula va envuelta en una cápsula de lípidos. Moderna ya ha ensayado su plataforma previamente en animales, lo que ha permitido ahorrar este paso y proceder directamente a la fase 1. El 16 de marzo comenzaron las inoculaciones a los primeros voluntarios de un grupo de 45, convirtiendo esta vacuna en la primera en occidente en entrar en ensayo clínico.

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Ya hay 62 vacunas en proceso contra el SARS-CoV-2. Crédito: U.S. Air/ Staff Sgt. J.D. Strong II

En total y según información de la OMS con fecha 4 de abril, ya hay 62 vacunas en proceso contra el SARS-CoV-2 con una variedad de estrategias, incluyendo las clásicas y las que emplean proteínas del virus. Pero no debemos perder de vista que la gran mayoría de las nuevas plataformas aún no cuentan con vacunas aprobadas. Por delante queda una larga travesía; como escriben en la revista Immunity el experto en vacunas Florian Krammer y su colaboradora Fatima Amanat, de la Facultad de Medicina Icahn de Mount Sinai (Nueva York), “las vacunas pueden llegar demasiado tarde para tener un impacto en la primera oleada de esta pandemia. Sin embargo, pueden ser muy útiles si llegan posteriores oleadas o en un escenario post-pandemia donde el SARS-CoV-2 continúe circulando como virus estacional”. Y en cualquier caso, añaden, mejorará nuestra preparación para el futuro, porque “los virus seguirán llegando”. 

Javier Yanes

@yanes68

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